Parecía mentira pero jamás me había dado cuenta de lo que me perdía al ignorar a la gente. Carolina ya no estaba conmigo, la extrañaba pero ya no era una necesidad ni atadura en mi vida. Me enseñó y ayudó muchísimo a avanzar con la alexitimia, comprendí que hablar con la gente no era un horror. Sin darme cuenta empecé a prestarle atención con más detenimiento a lo que ocurría a mi alrededor, comencé a hablar con mis compañeros de clase y otras personas de la escuela, comencé a interactuar con mis vecinos. El primer paso era saludar cordialmente y preguntar sobre una tarea a Mati, mi compañero, o preguntarle a la señora del almacén cómo estaba, mientras tenía una sonrisa sincera en el rostro.
Pasar tiempo con mi tía ya no constaba de sesiones de práctica, nuestras conversaciones eran completamente fluidas y naturales y yo no podía estar más a gusto con esto. Entendí que tenía muchos sentimientos reprimidos el día en que me miró a los ojos y me preguntó si estaba bien. Ese día había vuelto a tener un sueño con Luz, pero fue un sueño feliz, estábamos sentados en su cuarto jugando. Cuando desperté tenía a mi tía al lado mío y sosteniendo mi mano con preocupación.
–Lu, ¡Lu! ¿Estás bien? ¿Qué pasó? ¿Por qué gritabas? ¿Tuviste otra pesadilla?
Me di cuenta de que tenía los ojos aguados, no, las lágrimas ya caían de ellos. La miré fijo con ternura y luego rompí el llanto mientras la abrazaba fuerte.
–¡Perdón, tía Mari, perdoname! –Era lo único que decía mientras lloraba. –Yo sí te quiero y ahora te lo puedo mostrar, tía. Estoy feliz. –Escondía mi sonrisa en su hombro y ella simplemente se limitó a abrazarme y no dejarme ir.
–Shhh, mi vida, no pasa nada. Yo siempre fui consciente de tu amor, tranquilo.
Ese día fue de lo más significativo para mi. De ahí en adelante no me guardaba nada y mi tía se convirtió en mi mejor amiga y consejera. En el fondo sé que siempre lo fue, pero me agradaba más ahora porque podía expresarme abiertamente con ella.
Carolina y mi tía fueron los motores que más me impulsaron, aparte de mi mismo, en el camino de mejorar la persona que soy con la condición que tengo. Estoy consciente de que la alexitimia me va a acompañar hasta el día de mi muerte así que me ayudaron a aprender a lidiar con ella y dejarla de lado lo más que pudiese.
Pronto me encontré con que en mi escuela y en mi mismo curso hay gente que comparte mis gustos, me encontré con que mis compañeros de clase no eran tan idiotas como pensaba, me encontré con que gracias a estar acompañado de Mati, Bianca o Tomás aliviaba y hacía más ligera la clase de gimnasia, la clase de matemáticas y básicamente cualquier clase. Estos tres chicos se convirtieron en mis amigos y ahora estábamos la mayoría del tiempo juntos. Intercambiamos nuestros números y la única parte que me costaba era la de agendarlos, nunca fui de darle apodos a nadie y por eso al principio les molestó que los agendara con su nombre seguido del curso, después comprendieron que con el tiempo cambiaría. Cuando les conté sobre la alexitimia me apoyaron mucho y ellos formaron parte de un impulso hacia la mejora, me ayudaron indudable y ciegamente, ahí comprendí que tal vez serían mis amigos a largo plazo.
El colegio ya había terminado y estaba sentado en la parada. Ya me había despedido de los chicos y ahora estaba solo porque era el único que iba a esa dirección para subir al colectivo, mi casa se encontraba en dirección contraria a la mayoría de los estudiantes y por esto me dificultaba un poco llegar a la casa de Matías. Ah, ¿para qué iba a ir a la casa de Matías? Bueno, estamos organizando una fiesta de bienvenida a la primavera ya que concluimos que sería una buena forma de conocer gente nueva y pasar un buen rato. Tanto Mati como Bianca y Tomás me dieron la sorpresa de que Mati daría la fiesta en su casa y que fue una idea para ayudarme a mi a hacer nuevos amigos. Retuve un par de lágrimas cuando me lo contaron porque la sinceridad de sus caras y la noticia en sí me había emocionado.
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Cabeza
Non-FictionUn viaje a lo que hay dentro de mi cabeza, o al menos un poco de ello.