Carolina

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Durante mucho tiempo pensé que no me podría recuperar de la pérdida de mi hermana, y mucho menos superar mi enfermedad. Siempre aprecié que mi tía se preocupara tanto por mi sin tener necesidad alguna de hacerlo pero eso no era suficiente, mi cabeza necesitaba más para que yo sacara energías y decidiera cómo continuar mi vida "normalmente" o al menos intentarlo.

Todo derivó en el asesinato de mi hermana, cuando yo tenía ni más ni menos que siete años, y ella cinco. Yo presencié toda la escena. Fue apuñalada por un cuchillo manipulado por el que en su momento fue nuestro padre. ¿Que por qué digo "fue"? Bueno, porque las complicaciones me persiguen y arruinan. Él asesinó a su pequeña hija y con total locura en sus ojos me miró, luego sacó un arma de la parte trasera de su pantalón y se disparó en la sien. Desde esa noche nada en mi vida volvió a ser lo mismo. Esto no termina acá.

Lo primero que se me ocurrió fue lanzarme al lado de mi hermana, con lágrimas corriendo por mi rostro pero estando en shock, siendo incapaz de articular palabra alguna. Sostuve su cuerpecito en mis brazos por una hora entera, yo todavía la sentía caliente. El cuerpo de mi padre se encontraba tirado a unos metros de nosotros y con los ojos abiertos, apuntando a mi dirección. Mi madre estaba trabajando, por lo que no se enteró de nada sino hasta que llegó a la casa. Ese fue mi boleto de ida a un lugar escalofriante, un boleto que yo no pedí, un viaje injusto. Cruzó el umbral de la puerta principal con una sonrisa en su rostro, esperando encontrarse con un abrazo inesperado de Luz, como era usual. Pero se vió estancada en una situación totalmente inimaginable. Sus ojos se posaron en mi, luego en mi hermana, luego en mi padre. Estuvo haciendo esto repetidamente unos minutos hasta que lanzó el grito más desgarrador que pude haber oído. Desde esa maldita noche mi madre no volvió a ser la misma ni por casualidad. Comenzó a gritar el nombre de mi hermana como si no hubiese un mañana, me la arrebató de mis brazos y la aprisionó a su pecho llorando fuerte. Cuando vió el cuchillo en la mano derecha de mi padre y el arma en la izquierda soltó despacio a mi hermana en el suelo y prosiguió a levantarse con una lentitud que me heló la sangre. Su mirada era negra, sínica, oscura. Me apartó del camino sin delicadeza alguna para tomar el cuchillo y empezar a apuñalar el cadáver de mi padre una y otra vez hasta el cansancio. Yo sólo pude llorar en silencio y una vez que mi madre se echó satisfecha por su trabajo al suelo y comenzó a quedarse dormida corrí hacia la cocina con mi hermana en brazos y llamé a la policía. Llegaron de inmediato a la casa y pudieron probar que mi testimonio sobre esa noche era real gracias a la cámara de seguridad de un vecino que apuntaba indirectamente a la ventana de mi casa, por donde el asesinato, el suicidio y el acto de locura fueron grabados. Declararon mentalmente insana a mi madre y la internaron en un manicomio, mientras que mi custodia pasó a ser de su hermana, quien hasta hoy cuida de mi como si fuera su propio hijo.

Tales vivencias se repitieron en mi cabeza una y otra vez los trescientos sesenta y cinco días del año hasta que cumplí nueve y comprendí que ya no volvería a ver a mi hermana por llorar su muerte, que mi madre ya no me arroparía todas las noches por repetir su nombre, y que mi padre no iría preso por odiarlo. Decidí rendirme y simplemente obedecer a mi tía con todo lo que me pidiera. Tan solo nueve años y yo me encontraba perdido ante el mundo, destrozado, sin expresión alguna y con muchos sentimientos por demostrar que no salían de mi ser. Mi enfermedad se había agravado notablemente y yo no daba más.

Hasta que sucedió lo de ayer, le presté atención a alguien que tuve cerca durante bastante tiempo pero ignoraba. Esta persona se mostró cálida y simpática, a pesar de su borrachera. Mi vecina, Carolina, y su presencia resplandeciente me recordaron indudablemente a Luz. Tardé unos segundos en darme cuenta de que debía acercarme a ella. Y ahora estoy saliendo de mi casa para dirigirme al colegio, esperando ver a mi risueña vecina y desearle que tenga un buen día, intentando dar lo mejor de mi y demostrarle que de verdad espero que esté bien.

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