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La opresión en el pecho se acrecentó al momento de tocar la puerta de la habitación 216.

«Ven aquí»

Una simple petición que activó cada músculo de su cuerpo. Siquiera respondió el mensaje al momento de levantarse de la cama y vestirse con rapidez.

Nunca olvidaría esa respiración ahogada, la voz quebrada y temblorosa, el sonido de la nariz húmeda y el leve jadeo que entrecorta las palabras.

«Ven aquí».

El acento más marcado, el nerviosismo, cada cosa le advertía que había hecho estragos en el corazón del chico.

Por momentos dudó en confesarse.

Creyó que hacía lo correcto al mantenerse a raya. Tom no tenía porqué cargar con ese deseo que le invadía por solo verle reír.

Porque esa risa, esa risa simplemente le daba ganas de vivir.

Necesitaba conservarla. No vió más remedio que ser sincero antes de que las cosas se complicaran más.

Nunca pensó confesarse de forma tan fría, por mensaje. Tan impersonal, pensó.

Pero esa conversación fue más que íntima. Le aterró la idea de que Tom pasara un segundo más preguntándose qué había hecho mal, por qué su actitud.

Jake confirmó que el chico era demasiado bueno para él. Alejarle con la verdad era la única respuesta. Que Tom pensara que él era el culpable de su distanciamiento le estaba matando. La culpa era suya, que se había enamorado como nunca de alguien que no debía corresponderle.

Jake creía que estaba traicionando su confianza. Mientras Tom pensaba que eran amigos, y bromeaba con naturalidad a su alrededor, Jake se fijaba en la línea de su clavícula, en el recorrido hasta su manzana de Adán. Ese símbolo de su hombría.

Confesar su deseo acelerar la distancia entre ambos. Pero la respuesta de Tom fue esa: «Ven aquí».

Un acércate, un no te vayas, no me dejes.

Todo eso pensó Tom cuando envío aquella nota de voz. Solo pudo invitarlo a su habitación en el hotel, que se hacía cada vez más grande, o era él que se sentía cada día más solo. Cada día que pasaba sin una caricia casual de Jake, de esas que le ponían la piel de gallina y por segundos le privaban del habla.

Y allí se encontraba, sintiéndose patético.

Había suplicado y no recibió respuesta.

Al ver su reflejo en la pantalla del celular fue al baño. Se lavó el rostro con agua helada, pero sus ojos seguían hinchados.

La esperanza de que Jake comenzó a angustiarlo. Si llegaba y le veía en ese estado, Tom se querría morir. Jamás se preparó para lidiar con la dimensión de sus sentimientos. Cómo la atracción le volvería de esta manera, un ser temoroso y dependiente de miradas y caricias.

Cuando empezaron el rodaje y la presencia de Jake comenzó a ser una constante, Tom se preocupó por su apariencia. Era tan consciente que salía después de revisarse hasta tres veces en el espejo. Todo un tonto.

Jake Gyllenhaal era solo un amor platónico de la infancia, que por azares se había vuelto su compañero de trabajo.

Un compañero de trabajo que admiraba como a nadie más en la industria y que, de forma insospechada, se hizo su amigo.

Aunque los nervios seguían presentes en el sudor de las manos, el afecto y la relación con el mayor fue más que natural. En sus conversaciones, la mirada de Jake estaba fija en él, interesado en saber lo que diría, preparándose para una broma o para escuchar atentamente sus indicaciones. Tom aún no se creía que Jake le haya pedido ayuda a él. Pudo haber sido a Samuel o a Jon, pero le preguntaba a él, confiaba en él.

Respirar pausado (#Gyllenholland)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora