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Orión.

La vez que volví a ver a Aquiles me pareció a primera vista un chico enfadado consigo mismo, perdido, sin saber muy bien porqué existía. Ya no era más el niño de seis años que me seguía a todos lados con la camisa arrugada y la boca llena de chocolate, deseando ser como yo, atrapando luciérnagas...

Cuando me fui de ese pueblo cuando tan solo era un niño pensé que jamás volvería a él, ni a Aquiles, pero cuando cumplí los dieciocho y me vi entrando de nuevo a esa casa la vida me pareció irónica, un misterio. La vida misma podía dar muchas vueltas, era un infinito de posibilidades, tan solo yo había conocido una galaxia.

Ya habían pasado tres semanas desde mi llegada y como Aquiles me prometió, él me había enseñado un poco de su mundo; me había enseñado la colina más alta del pueblo, habíamos andado en bicicleta repetidas veces y me había llevado a una cineteca donde pasaban películas antiguas, de esas que los protagonistas se dan un beso tan apasionado que deseas que algún día, en tu joven vida alguien lo hiciese así...
Pero él, aun mostrándome todo eso seguía siendo tan indiferente y arisco, no te daba la impresión de ser grosero, solo que era serio, reservado. Y esas razones me hacían quererlo tratar más, deseaba saber que había en esa cabeza o, en qué pensaba cuando se quedaba mirando a la nada absoluta y los ojos le parecían que brillaban, sus ojos estrellados.
A veces, le costaba seguir la conversación con sus amigos o conmigo porque no sabía que decir, pensaba demasiado las cosas; o en algunas otras ocasiones cuando había mucha gente en un mismo sitio y sentía que se ahogaba movía su pierna izquierda con desesperación y se tronaba los dedos, esos y muchos otros detalles eran los que más me llamaban la atención de él.

°°°

Era un día soleado, Aquiles me había invitado a ir de más allá del río con sus amigos; yo, como un niño curioso que quiere descubrir todo, había accedido.

Harry, Tate, Aquiles y yo caminábamos apresuradamente por el bosque con nuestras mochilas colgadas en la espalda. Ese día Aquiles llevaba un polo de color rojo, unos tenis que tal vez habían sido blancos, pero que en ese momento eran grises y unos pescadores azules. También ese día llevaba sus gafas color vino que tanto me gustaban.

— ¿A qué hora regresaremos al pueblo? — preguntó Tate mientras iba quitando las ramas que nos iban estorbando en el camino.

— Aún eres el niño de mamá— bromeó Harry, Tate frunció el ceño y le aventó una rama, raspándole el brazo derecho.

— Lo sé, a veces pueden ser unos niños— habló por primera vez Aquiles desde que habíamos salido de su casa. Su voz era grave, un poco rasposa, como el terciopelo, o al menos, esa era mi definición.

— Son graciosos, me caen bien.

Después de eso saqué mi cajetilla de cigarros color gris y saqué uno, con el encendedor prendí fuego y me lo coloqué entre los labios. Hasta ese momento no me había percatado de que Aquiles me veía con los ojos brillosos, volví a ver esa mirada aniñada de hace años. Algo dentro de mí dio vuelco.

— ¿Quieres? — fue lo único que pregunté, porque, aunque deseaba decir algo más no era tan valiente.

— Sí— tomó uno y yo lo encendí por él—, gracias.

Y me sonrió; siempre he creído que su sonrisa era como un amanecer, una brisa fresca, una soda helada en un día de verano, como leer un buen libro por la noche, o como una canción que te hace erizar la piel.

— Falta menos de un kilómetro— comentó Harry, él era el que nos estaba guiando.

A lo lejos pudimos ver el río, era de aguas diáfanas y que fluían con continuidad, con árboles tan inmensos y de un verde potente, había mucha flora a su alrededor, era tan agradable a la vista. Siempre me había gustado la naturaleza.

𝒔𝒖𝒎𝒎𝒆𝒓𝒕𝒊𝒎𝒆 𝒔𝒂𝒅𝒏𝒆𝒔𝒔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora