xi

151 14 3
                                    


Orión.

Cuando me besó inmediatamente e irremediablemente mi mente viajó al pasado y me llevó de vuelta al beso que le dí cuando aún éramos unos niños. Esa vez yo había sido el que comenzó todo, había sido yo quién le había besado delicadamente en los labios... Pero ahora, ahora él, Aquiles, me había besado primero; con miedo, con nerviosismo y con torpeza, como si el simple hecho de besarnos nos rompiera en mil pedazos.
Pero lo que él no sabía es que su beso me había abierto los ojos y me había liberado de alguna manera. Porque deseaba besarlo con la libertad que otro ser humano le concede a otro, no quería besarlo con prejuicios y con ataduras. Por eso le tomé de ls nuca y lo acerqué más a mí, porque sabía perfectamente que, si no lo hacía, Aquiles se iba a arrepentir.

Esa noche ninguno de los dos le apetecía regresar a casa, por lo que nos quedamos hasta la madrugada en las tablas de madera que pronto serían nuestra  casa del árbol; mirándonos uno al otro, tomándonos de las manos y, sobre todo, hablando, platicamos sobre cosas mundanas y también interesantes, hablamos de cine, de música, de libros, de arte, de qué habíamos hecho todo ese tiempo, quiénes éramos.

— Realmente no sé quién soy, ¿sabes? Tengo tantos rostros, cada uno para una ocasión en específico. No sé si me entiendes— respondió a la pregunté que le había hecho unos segundos atrás: ¿quién eres, Aquiles?

Como la luna, cambias de fases con el paso del tiempo, o en tu caso, con cada ocasión.

Algo muy dentro de mí le entendía, yo mismo lo hacía, cambiaba de rostro con cada cierto tipo de personas, me comportaba de manera distinta cuando estaba con mis padres, con mis amigos, con desconocidos, incluso con Aquiles.   Y eso nos hacía perdernos entre tantas caras, no sabíamos quién éramos realmente.

— Temo que algún día haya cambiado tanto de rostros que, al final, no reconozca quien soy.

Volteó a verme y lo único que pude visualizar fueron sus ojos estrellados, porque brillaban como dos luciérnagas iluminando el cielo nocturno.

— Aquiles, si algún día no sabes quién eres, siempre puedes venir a mí, y nos encontraremos juntos— él, con la timidez que le caracterizaba, acunó mi rostro en sus manos y me mantuvo así durante unos instantes, susurrando a mi oído un sincero «gracias».

Le ayudaría a encontrar al Aquiles verdadero, lo buscaríamos en su pasado, en su presente y en su futuro, tocaríamos las puertas de cada persona que hubiera cruzado en su vida para mirar si de casualidad no se  había olvidó ahí y  viajaríamos a los lugares más reconditos de su mente.

— ¿Y tú quién eres, Orión?— me devolvió la pregunta.

Lo pensé bien esa pregunta: ¿quién era?

¿Acaso era el Orión que bailaba con libertad en la soledad de su habitación, el que pintaba en secreto en su pequeño mundo, el que lloraba algunas noches porque le daba miedo la inmensidad del mundo, el que escribía todo para no olvidar? ¿O acaso era el Orión parlanchín que reía sin parar por los chistes que hacían sus amigos, el que caminaba con seguridad, y el que siempre traía consigo su cigarrera gris, el que daba consejos, pero que rara vez los seguía? ¿O tal vez era el Orión tranquilo y educado que hablaba solo cuando lo creía necesario, el que había aprendido a tocar el piano solo porque su padre lo tocaba para él, el que evitaba que sus padres lo conocieran a profundidad así que se guardaba sus pequeños placeres para el solo? ¿O podría ser el Orión que hablaba verdaderamente solo si Aquiles estaba a su lado, el que quería amar con la libertad que se merecía, el que había olvidado todo lo relacionado con su niñez porque había creído que era muy doloroso para recordar?

𝒔𝒖𝒎𝒎𝒆𝒓𝒕𝒊𝒎𝒆 𝒔𝒂𝒅𝒏𝒆𝒔𝒔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora