Compartiendo una estrella.

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El rumor de la noche se escuchaba a su alrededor. Aquel olor a ciudad le hacía sentirse segura, despejada. Se le asomaba en la memoria sus días cálidos y tranquilos, cuando era entonces una niña y seguro sabía más de la vida que ahora. Su celular sonó y lo tomó; tenía trabajo. Abrió su closet y sacó un vestido hermoso, era un azul marino. Combinaba a la perfección con su tersa piel morena. Era una musa delicada, se asemejaba su cuerpo esbelto y elegante al oscuro de la noche, esa estrellada que le acompañaba siempre a todas partes, que le perseguía como testigo y confidente.

Se observó al espejo; era hermosa, no podía negarlo ni ella ni nadie. Su belleza la envidiaba Afrodita, porque de seguro si en algún momento el mar hubiese decidido dar a luz un ser, hubiese sido ella quien de la espuma nacería como un ser mitológico, erótico de pies a cabeza, un delirio de una noche. Era un capricho justo por un precio demasiado elevado; pero lo valía, no habría ser el aquel mundo -ni en ningún otro- que pudiese siquiera imitar su gracia. El mismísimo Adonis se refocijaba al encontrarle desnuda la presencia y al verle cubierta solo por aquella lujuria que noche y día le abría las piernas.

Y una lágrima brotó. Como una gota que cae del cielo, pérdida porque no encuentra un motivo por el que caer o más bien encuentra demasiados. No es por si sola capaz de decidirse.

Salió de su habitación y vagó por las calles. Era sola un sol radiante que atraía todas las miradas, algunas por envidia y otras muchas por deseo. Se encontró al fin frente a un hotel y recordó entonces aquellos días cuando esto se le antojaba la más horribles de las desgracias, cuando era una encarnación del infierno lo que encontraba allí en la tierra. Deseó no entrar por segundo fugaz, deseó no entrar. Deseó poder correr hasta que sus pies sangraran y hasta que su vida hubiese quedado lo suficientemente lejos como para que dejase de ser suya. Y no sabía cuanto tendría que correr para que eso sucediera, pero estaba dispuesta a intentarlo...

Y en otro segundo tan efímero, se esfumó.

Sin nombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora