abandono de mi persona.

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Mi mundo batalló muchas luchas, una tras otra, pero nunca tan grande como aquélla

Llegar a casa, tomar un café, el cabello despeinado y unas grandes ojeras era parte de una rutina en donde sólo lamentaba no haber hecho aquello, lo otro o éso. Entrar al cuarto era darle un descanso a mi cuerpo, pero era allí es donde todo empezaba.

Ya desnuda, frente al gran espejo, noto una persona mirándome con desprecio, vergüenza y tristeza. Allí, donde las mejillas gordas, gruesos labios con dientes chuecos, nariz respingada y unos ojos apuntan sobre mí; cristalinos de tanta repugnancia.  Piel imperfecta, una que otra pequeña cicatriz e incluso de nacimiento, grandes lunares, piel marcada de usar aquella ropa interior dos talles menos a lo que mi cuerpo aguantaría y aquel cabello tan indeciso que adornaba batallas con raros cortes o tintes que aún ni habían sido usados.

Lloro, lloro porque odio esa persona en el espejo, tan irreal e imperfecta.

Arranco cada parte de mi, cabello por cabello, vello por vello al punto de decir; basta.

Ya tirada en el suelo y con el maquillaje corrido, intento ver mas allá del estereotipo, ya no quiero odiarme, ya no quiero ser insegura de mi, de cómo me veo, que hago, que digo. 


espejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora