Caminaba sin sentido, desorientado y pensaba...
Es allí, en la antesala gris del ocaso, donde la luz se extingue agrietada por el paso del tiempo, tenue y moribunda. Es allí, al final del trágico túnel, donde la cordura pierde frente las utopías y las esperanzas repliegan los pasos como ebrias buscando equilibrio, una mirada perdida fantasea en el techo añorando alguna señal divina mientras el pecho ritual al ritmo de un corazón marchito danza. Es allí, donde no importa el pecado ni los milagros y todo se vuelve efímero y volátil con una precisión de laboratorio, pero al mismo tiempo el caos reina, coronado monarca de la causalidad más vacía. El segundo pasado se torna en el tesoro más añorado, guardado con recelo y violencia, aferrado a la línea vital, taciturno y errático, arañando paredes, rellenando uñas con vieja madera de roble enmohecido por el castigo contextual, evitando, huyendo y negando del cómico cierre de telón. Se traza una sonrisa forzada, adornada de lágrimas rítmicas, esbozando conflictivos gestos, un tanto impredecibles por el conflicto interno interminable y el miedo que poco a poco desaparece mientras se abraza a la cruda realidad donde todo parece dejar de fluir. Es allí, donde nuestros actos trascenderán protegidos por nuestras huellas, las cuales cumplirán su cometido, siendo apóstoles de nuestro legado, siendo herederas de nuestras penas y glorias. Acompañado paisaje de alcohol y queso, brisa cálida de otoño y resecados labios corroídos por falta de humedad, mirada perdida en el brillo solar que rebota en celestes ventanales... Así quizás por costumbre o tal vez por deseosos y melancólicos sentires mis ojos hinchados te buscan, desesperados y desorbitados, de un lado hacia otro, como queriendo negar los sucesos, como queriendo robarle tiempo al tiempo. Es allí, donde el todo y la nada se saludan, es allí donde nada y todo importan, porque quizás sea así, así como cuentan, así como los poetas lo relatan, así como lo profesan, cuestionamos para luego intentar asumir que somos ínfimos, pequeños pero gigantes en potencia, cual efecto mariposa, cual sueño revolucionario, cual loco liberado. El universo parece encogerse y de pronto ser tan inmenso, omnipotente y observador, el aterrador desconcierto inunda los recovecos de mi alma cocida a las sombras de mi pasado, cual joven Peter Pan que se niega a despertar del beso final. Es allí, donde las faltas de certeza destruyen la poca lógica que quedaba, mi mente solo vuela, reviviendo indefinidamente como coreografía ensayada, viejos recuerdos de veranos pasados, de manos cálidas y dedos entrelazados y por qué no de sonrisas eternas, tatuadas en retinas, tan profundas como la esencia misma, tan incomprensibles a el individuo equivocado y tan acogedoras para el errante adecuado.