Annie esperó hasta que la biblioteca se vació de estudiantes. Y entonces buscó con la mirada a la persona que durante los últimos meses había ocupado todos y cada uno de sus pensamientos: Mitchell, el bibliotecario fornido.
Hacía año y medio que Annie iba allí al salir de la facultad para estudiar y a menudo lo veía y lo saludaba amistosamente. Al parecer, el hombre también se había fijado en ella. Cruzaban miradas cómplices y toques sutiles de dedos cuando ella retornaba los libros y él se los cogía sin apartar la vista de sus ojos. Mitchell le doblaba la edad, pero para ella no era ningún impedimento.
Llevaban demasiado tiempo con juegos de seducciones calladas, y Annie tuvo la imperiosa necesidad de encontrarse con él a solas. Por eso estaba allí. No quedaba nadie salvo el bibliotecario, quien se dio cuenta justo en ese instante de que una bella estudiante lo estudiaba con una mirada hambrienta.
Cuando se miraron directamente, ambos supieron que una fuerza invisible les atraía sin que pudieran resistirse. Mitchell avanzó hacia ella atravesando la sala despacio, sin prisa. La luz le iluminó el rostro y sus ojos centellearon. El hombre era imponente. Alto, corpulento y fibroso. Desde luego, el bibliotecario empleaba sus horas libres en el gimnasio. O eso, o en otra vida había sido un guerrero fuerte. Todo un vikingo, pensó Annie. Podía imaginárselo perfectamente al mando de un drakkar, un barco de guerra vikingo, con los ojos oscuros y brillantes de avaricia y lujuria escudriñando la niebla hacia una rocosa aldea costera.
Annie permaneció inmóvil y esperó que se le acercara. Sabía los sentimientos que despertaba en ese hombre. Se lo había visto en el rostro cada vez que habían cruzado alguna mirada. Sabía que, de una forma u otra, era ella la que tenía el poder. Se sintió poderosa y repentinamente atrevida, capaz de dominar la situación y hacer que Mitchell cayera bajo su hechizo.
Liberada de sus miedos, dejó los libros que cargaba y compuso una sonrisa pícara. Mitchell atisbó ese gesto en la chica. La aparente tímida estudiante universitaria parecía querer atención. I, por supuesto, se la iba a dar. Avanzó rápido y se acercó tanto a ella que respiró su aliento. Los dos respiraban agitados. ¿Por qué ninguno de los dos decía nada?
Inesperadamente, él puso sus manos gruesas y cálidas en los hombros de Annie con suavidad, casi con ternura. Ella no se inmutó cuando le aflojó los tirantes del vestido veraniego y tampoco cerró los ojos cuando la tela resbaló hacia el suelo, dejando al descubierto su cuerpo semidesnudo. No pestañeó cuando él le desabrochó el sostén, cubrió uno de sus pechos con una mano y lo aprisionó entre sus dedos. Mitchell se arrodilló, casi como si fuera a adorar a su diosa. Ella contuvo la respiración cuando el hombre bajó la cabeza y le besó la piel justo al lado del ombligo, lamiéndola, moviendo la lengua en círculos, sensualmente, sin dejar de masajear su pecho. Con la otra mano, la tomó de un muslo y la pegó contra él.
Annie cerró los ojos y gimió extasiada. Puso las manos en la cabeza de Mitchell, acariciándole el pelo negro mientras él seguía besando su vientre con dulzura. Le rozó la barba espesa con un dedo e hizo que él alzara la barbilla para mirarla a los ojos. La chica tenía un rubor delicioso en las mejillas y le miraba sutilmente excitada.
—Quítate la ropa —susurró ella sintiéndose heroica por tenerlo arrodillado a sus pies y acatando sus órdenes. «¡¿Qué estás haciendo?!», se preguntaba. «Estás en un lugar público...». Pero esa idea era aún más excitante.
Quería estar con él. Se había creado un magnetismo demasiado fuerte entre los dos como para detener sus instintos. Pensó que solo había tenido tres relaciones sexuales, todas un fracaso. Era una auténtica inexperta en ese tema y estaba asustada por lo que iba a suceder a continuación.
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Sexo en la biblioteca
RomanceSentimientos ocultos, deseos fogosos y seducciones en la biblioteca. Contactos íntimos que harán subir la temperatura, incluso en lugares públicos...