Mitchell se levantó. Sin decir nada, se liberó de su camiseta y pantalones. La luz de la sala iluminó su cuerpo vigoroso. Sus músculos relucían debajo los tatuajes, estaba muy en forma. Su pecho extremadamente ancho y con un poco de pelo se agitaba por su respiración agitada. Annie miró a su entrepierna y se ruborizó. Su polla estaba dura y erecta, apuntando hacia arriba como una vara prodigiosa que pedía a gritos entrar en ella.
—No quiero que me hagas daño —musitó Annie.
—No voy a lastimarte. Lo haré con delicadeza, te lo prometo —dijo él con voz grave y sensualmente masculina—. Hace tiempo que quiero tenerte.
—Tenerme, ¿cómo? No te sigo —dijo sin comprender.
Se miraron por un momento. A Annie se le aceleró el corazón y apenas tuvo tiempo de darse cuenta. Mitchell se inclinó y la besó, primero con ternura, pero después con fogosidad. Ella abrió los labios para dejar pasar la lengua del hombre, que la sedujo al instante. Se le cortó la respiración. Pero le gustó. Él deslizó una mano desde su cintura hacia su espalda, y desde allí, a su trasero. Apretó una nalga entera en su mano. Después se la acercó a él dominantemente, sin dejar de succionar sus labios, y Annie gimió de placer.
—¿Me sigues ahora? —preguntó con una sonrisa pícara separándose solo un momento.
Ella asintió enardecida. Abrazó a Mitchell y se besaron apasionadamente un buen rato.
—Házmelo aquí —siseó Annie agarrándose a su pelo mientras él volvía a lamerle la piel perfumada de su cuello.
Mitchell la tomó por debajo de los hombros, la alzó y la sentó encima de una mesa derribando todo lo que se encontraba por el camino. Unos libros cayeron al suelo, pero no les importó. Ella quedó tumbada con las piernas abiertas y dobladas. Él observó su pubis rosado y resplandeciente. Mitchell colocó una mano en el triángulo de rizos y deslizó el dedo corazón en la hendidura. Tocó suavemente esa zona íntima de Annie con el pulgar haciendo círculos sobre su clítoris, mientras con el corazón le separaba un poco los labios vaginales y los frotaba.
Annie estaba casi aturdida por cómo reaccionaba al tacto de ese hombre. Le hacía cosas que deberían estar prohibidas. Notaba una sensación tan gustosa en su entrepierna y sabía que era él quien le proporcionaba ese tipo de placer. En ese momento supo que quería estar con él.
Mitchell sonrió. Se inclinó y puso su cabeza entre los muslos delgados.
—¿Alguien te ha besado aquí alguna vez? —preguntó y ella negó con la cabeza. Posó sus labios sobre el sexo de Annie y esta se arqueó otra vez con más fuerza. Le introdujo la lengua y la besó como si la besara en la boca.
A ella la invadió una oleada de excitación y cerró los ojos para disfrutar aún más de ese momento. Él la besaba de una forma extremadamente placentera.
—No pares —le ordenó ella.
Él se excitó. Le hizo juegos con la lengua, moviéndola más despacio y después más deprisa, en círculos, de arriba abajo o de dentro hacia fuera. Estuvo rato estimulándola, lamiéndola como un caramelo dulce y sabroso. Le hizo el amor con la boca, los labios y la lengua. Y entonces ocurrió. Fue testigo de lo más bonito que había visto en su vida. Annie se arqueó sorprendida por la fuerza y la rapidez con la que llegó el orgasmo. Ella se clavó en sus brazos. Entonces, cuando se relajó, lo miró hambrienta, pidiéndole más.
Annie se sentía expuesta, pero después ese primer orgasmo dejó de importarle todo. Solo existía la boca de Mitchell. Cuando ella empujaba con las caderas, él deslizaba la lengua más profundamente. Cuando se quejaba ultrasensibilizada, él la acariciaba más suavemente. Ella gritaba y gemía cada vez que explotaba de placer.
Al fin, Mitchell retiró la boca y dio un último beso en su sexo con ternura. La vio irritada y roja, pero Annie se sentía complacida y saciada como nunca. Pero había algo más que quería. Él sabía perfectamente lo venía a continuación, y ella también. Era la culminación de meses y meses de miradas deseosas y seducciones calladas. Mitchell atrajo la pelvis de Annie hacia él, y sus zonas íntimas entraron en contacto.
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Sexo en la biblioteca
RomanceSentimientos ocultos, deseos fogosos y seducciones en la biblioteca. Contactos íntimos que harán subir la temperatura, incluso en lugares públicos...