Capítulo 3

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Annie notó la dureza de la polla en la entrada de su coño mojado. Sin dejar de gemir, se tocó las tetas grandes y suaves, desinhibida, y eso excitó mucho a Mitchell, que introdujo su enorme pene y se hundió en ella. Ambos soltaron gemidos y respiraciones entrecortadas y él empezó a envestir. Sus movimientos eran placenteros, al principio lo hacía suave y delicado para que el coño se amoldara y ella se sintiera cómoda, pero al cabo de un rato aumentó la velocidad y la intensidad, con unas envestidas un poco más duras de tal forma que las tetas de Annie se sacudían al ritmo endiablado de cada penetración.

Y ella lo disfrutaba. ¡Vaya si lo disfrutaba! Se había abierto, física y mentalmente, y solo se focalizaba en ese hombre guapo y cachas. Se sentía la chica más deseada sobre la faz la tierra.

—Has sido mi tentación desde que te vi —murmuró Mitchell con un brillo lascivo en la mirada.

Annie sonrió, traviesa.

—Pues ahora que me tienes, soy toda tuya.

Eso lo encendió aún más. Mitchell se inclinó sin dejar de follarla y le besó y lamió las tetas durante unos minutos largos en los que ella gimió de placer. Después se besaron acaloradamente. Mientras él envestía, con las manos le iba abriendo las nalgas y acariciándole el ano.

Ella se sorprendió.

—¿Qué me haces? —preguntó soltando una risilla.

—De todo —dijo su voz, ronca por la excitación—. Has dicho que eres mía, así que vas a disfrutar.

Entonces Michell le hizo chupar el dedo índice. Ella lo lamió y lo chupó como si fuera una polla, y después él lo deslizó hacia abajo, hacia el culo. Primero le dio una nalgada y luego acercó el dedo mojado en la entrada del culo...

Annie supo que ese hombre no solo le penetraría el coño con la polla, sino también el culo con un dedo... Sin embargo, justo en ese instante se oyó un ruido al otro lado de la biblioteca. Alguien había entrado.

Era Rose, la mujer de la limpieza. Empujaba el carrito con los utensilios de la limpieza y estaba silbando, distraída, escuchando música con los auriculares. Se encontraba a unos veinte metros de distancia y no los había pillado de milagro.

Annie se tapó la boca y Mitchell salió de ella, ambos intercambiando unas miradas de indecisión. Pero él rápidamente la bajó de la mesa y se la llevó más adentro de la biblioteca, en la sección de mitologías, dónde quedaban ocultos detrás de unas estanterías llenas de libros y volúmenes. Entre los libros podían ver a Rose limpiando distraídamente las mesas de estudio, moviéndose al ritmo de la música que escuchaba. Y entonces supieron que realmente no los había visto.

Annie miró a Mitchell con una expresión de «¡Por los pelos!», pero él se le acercó y le susurró al oído:

—Aún no he terminado contigo.

Esa frase, dicha con la voz sensual y grave de Mitchell, le puso los pelos de punta y le provocó una oleada de calor en la entrepierna. Él la agarró la cintura esbelta, aspiró su perfume y se empalmó al instante. La polla volvía a estar dura como una piedra y preparada de nuevo.

Mitchell la hizo girar de espaldas y la colocó contra la estantería. Las tetas tocaron el hierro frío del mueble. Esa clase de rudeza la excitó sobremanera. Por un segundo, Annie fue consciente de que se la iba a follar desde atrás, allí, desnudos en la biblioteca, mientras Rosa limpiaba las mesas justo a unos metros de ellos. Notó un acaloramiento repentino, se puso muy cachonda y empezó a gemir cuando los abdominales de Mitchel le tocaron la espalda y el glande le rozó una de las nalgas.

Pero no podían hacer ruido, así que Mitchell le pasó una mano por las tetas y luego la subió a la boca, donde le apretó los labios para que no soltara ningún gemido. Eso elevó la temperatura al máximo. Annie se sintió aprisionada entre sus brazos musculosos, y el hecho de que se la iba a follar con la boca tapada la puso todavía más cachonda.

Casi tan cachonda como lo estaba él. A Mitchell le encantó someterla de ese modo, aunque todo lo hacía calculando cada movimiento de ella y velando para que ella lo disfrutara. Sin duda, ambos disfrutaban.

Mitchell tenía una mano tapando la boca de la chica y la otra agarró la cintura para llevarse la pelvis de ella contra la suya. Y volvió a penetrarla, esta vez des de atrás. Entró fácilmente de lo mojada que estaba. La polla dura entraba y salía del coño, que estaba resbaladizo, una señal inequívoca de la excitación de la estudiante desvergonzada que era follada duramente por el bibliotecario en ese lugar público.

Sexo en la bibliotecaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora