¡MISERABLE CANALLA!

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¡MISERABLE CANALLA!
Por Espartaco Posse Varela

"Y después de todo sólo nos quedaba,
nos queda la lúgubre tarea de seguir viviendo
con la vana esperanza de que el olvido no nos olvide demasiado"
- Julio Cortázar -

—Estoy cansada de tu falta de interés por tu familia, siempre sales con tus amigos a jugar al fútbol, al póquer o al ajedrez y nos dejas plantadas a nosotras... ¡Ya no puedo seguir así!
—¡Pero Caissa a ti no te falta nada!
—¡Esto ya no es sano, la vida de una pareja normal!
—Es mi deber como Maestro Nacional de ajedrez, el viajar a competir para no perder el nivel alcanzado y dedicarme al entrenamiento, aparte, tú me conociste así... Ahora, después de cinco años no vas a cambiar mi modo de ganarme la vida con esta profesión, no me parece una posición equilibrada —. Caissa estalló en reproche como un rayo:
—Imbécil, dedicas más tiempo al laburo que a nosotras. Al final, vas a quedar solo, te lo advierto. No entiendo porque siempre ignoras que tienes una familia que demanda tiempo y te inclinas siempre a la salida de amigos... ¡Ya no seguiremos más, hoy mismo se termina la relación, no quiero sentirme tan sola, por favor vete de casa ya!
Carlos Alberto ya la veía venir a ese zugswang, sabía que entraba a un final complicado sin la pareja de alfiles de su lado. Entonces, empacó un par de cosas y se fue sin extender más las discusiones justificativas. Pensando que se le pasará -como siempre- durante la semana entrante. Sin embargo, esta vez, ella no dio brazo a torcer, y antes de salir con la mudanza; el ajedrecista, se acordó de los dos libros que habían quedado en la mesita de luz a medio leer e intentó ir por ellos.
Ella se le cruzó rápidamente antes que él intente ingresar al dormitorio y le increpó:
—Sal del dormitorio, ya no es el mismo nido familiar con el cual yo soñé. ¡Por Dios que tonta fui al creer tu mentira, tu estúpida promesa! No quiero que duermas a partir de esta noche con nosotras... Ya murió tu amor eterno, con tu ¡bla bla Lara lara la la! Aquí, desde hace mucho que duerme un gran vacío porque siempre nos dejaste solas como a dos trofeos... Por ir a tus torneos nacionales, así que ahora olvídate de acurrucarte allí de nuevo ya fue nuestra relación... ¡Olvídalo! Lo peor es que te lo planeé un montón de veces y no recapacitas hombre. No me dañes más y déjame a esos putos libros del juego-ciencia donde están —. Carlos hizo una titubeante jugada de espera meditando si después, los conseguiría en PDF. Entonces, los sacrificó para no aumentar la tensión de la discordia y las buenas nuevas de la separación.
—¿Carlos, te das cuenta de que te importa más los trebejos que nosotras que somos tu apoyo sentimental? — Como, una cabra embravecida le giraba un puñal en su pecho... El desamorado trebejista sin sollozar la miró con zozobra y retrucó:
—¡Pero son mis libros de entrenamiento mujer! ¡Aparte, tú no juegas!
—No juego porque tú no me enseñaste, tienes miedo a que te pudiera ganar. Aparte nunca me dedicas tiempo de pareja pero sí a esos informadores yugoslavos escritos en puro chino... Déjame los libros, están confiscados y serán para tu pequeña.
—Deja de hablar pavadas, tú nunca te recibiste de nada, como la carrera contable que te inscribiste. ¡Eres una postergada! Todo lo dejas a medias por eso no tienes un título universitario, mi amor... ¿En serio me estás dejando? Por ser apasionado a este deporte y no por engañarte con otra mujer… Es ilógico. ¡Caissa! Los celos enfermizos por un juego de mesa, esto es increíble. Además, jamás voy a estar solo porque el ajedrez es una maravillosa compañía en la vejez, el intelecto y la soledad.
(Es bueno entrenar ajedrez para olvidar las malas parejas...)
—Además... -Se rascó la cabellera- Si no me das esos dos amigos míos, lo haces de mala leche. ¡Qué cruel eres! Te lo quedas para que los extrañe dentro de mi biblioteca y sienta la ausencia del combativo Alekhine; a igual que el tomo uno de mis "Geniales predecesores" de Kasparov, la verdad que es un buen libro y sabes bien que lo voy a extrañar en serio porque no los terminé de leer...—. Ella con manos en la cintura:
—¿Mala mujer, yo? Agradece a Dios que no te prendí fuego a todos tus libros de estudio para que aprendas a valorar a tu familia —. Ya resignado en el apuro de tiempo:
—¡Confíscalo brujer! Yo te hubiera recomendado el "Ajedrez para cebras" que es mejor—. De Inmediato, como un fósforo encendido no tardó en jaquear...
—¿Me estás diciendo que soy una rayada?—. Lo arguyó con sus puños apretados.
—No, tonta, así se llama el libro de Rowson Jonathan. ¡Guglealo! ¿Ves que sos una exagerada? Mejor hago mi jugada de escape, estás muy irritable y exageras la situación. Sé que una mujer te puede dejar por vago pero, yo laburo duro y nunca te faltó nada ni a ti ni a nuestra hija, mujer…
Carlos, al salir casi la cierra la puerta de un portazo. Sin embargo, pensó en el recuerdo que dejaría a su princesa, por lo tanto, mantuvo la calma y preparó otra valija con sus prendas junto a otros libros que había hallado. Su plan era salir sin darle el abrazo de despedida a la madre incomprensible, pero tambièn, pensaba en sacar la última jugada de amor al descubierto, el plan de salvación de la pareja por ese sueño que los unió varios años… Ella esperaba oír un: "Un te quiero", o un "Volvamos a recomenzar" o "Tienes razón, debo tener más días para mi familia también y no tanta dedicación a mi profesión"...
Carlos con los nervios de acero como jugando un prefinal de torres. Se dio vuelta y vio a su familia en llamas. Se sintió dentro de un final perdedor, con dama y torre de menos y volvió a entrar ofreciendo resistencia, antes de marcharse definitivamente hacia la casa de su madre. Se acercó a su inocente retoño y abrazándola afirmó:
—No te preocupes mi princesa, tu papá siempre va a estar contigo... En el próximo torneo que jugaré te voy a traer un trofeo dedicado para ti, mi princesa amada—. Con ternura en los ojos la besó en la frente y también, se despidió de la perra. —Ya sabes, Trebeja. No mastiques los zapatos de mi hija… Elegí los más grandes los que tienen tacos altos… (Me encantaría que fueran los que le compré en Barcelona...) Luego, con una sonrisa chica insistió:
—Tampoco destroces los juguetes y cuídalas bien—. Lo dijo con tono de burla, pensó en coronar a otro peón en dama y agregó:
—Caissa, no lo puedo creer, te soy fiel. Me has dado jaque mate, solo espero que sea mejor tu vida sin mí... Me estás dejando por ser exitoso y trabajar bien como entrenador, cuando vaya de nuevo al café, los muchachos se me van a reír y burlar, de que esto que estoy viviendo ahora, es de verdad.
Entonces, Caissa muy decidida abrazó a su hija fuertemente como si abrazara a la esperanza. Al rato, dejó de llorar para no mostrar más debilidad ante su bella descendencia. Esa noche se acostaron con bastantes silencios encima de sus rostros y tomó como botín a los libros y se durmieron abrazadas junto a ese montón de hojas frías y bajo una tenue luz de un velador, ella estaba triste, ya no pudo sonreír, pero pensó:
[Tal vez, no se acuerde de mí, ni del amor que le di, pero no se va a olvidar que yo me quedé con dos de sus amados libros...] 
Sabiendo que un libro de ajedrez para un trebejista tiene más valor como “Así habló Zaratustra” a Nietzsche. Entrada la noche se arroparon las dos. Caissa se arreglaba las uñas escarbando varias veces la idea de entrar a uno de sus torneos magistrales y gritarle: —¡Sos un ludópata crónico Carlos! Este caballero dejó a su familia por el ajedrez. ¡Es un tarado!—. Pero, temió a que todos lo asintieran y lo festejaran por tal demostración heroica con aplausos y medidas legales que vendrían después por invasión la su deporte, trabajo y represalias por la tenencia de su prole.
[Aunque él no se va al casino a jugarse el sueldo...] 
Caissa tirada en su cama recordaba esa tarde inolvidable, el fin de una etapa cerrada de su vida, y se quedó con muchas ganas de clavarle con viva voz: —¡Maldito hijo de puta! ¡Yo voy a estudiar ajedrez también! Contrataré por Internet al entrenador Espartaco para que enseñe a mi hija, antes que tú le dediques tiempo y así, no tendrá la necesidad de verte nunca más! ¡Miserable canalla!

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