EN AQUEL HERMOSO ATARDECER

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EN AQUEL HERMOSO ATARDECER
Por Espartaco Posse Varela

“Muerto el perro,
se acaba la rabia”.
– Refrán –.

—Mamá, ¿puedo jugar a la pelota con mi amigo Tito junto a mis hermanos?
—Sí, ve, pero juega despacio no vayas a lastimarte mira que no quiero que te enyesen en el hospital como a Manuel.
—No Má… No jugaré como un indio salvaje.

Aquella tarde soleada, el sol parecía una moneda brillante en el firmamento, sobre el río Grande, se podía contemplar el reflejo de aquel dorado y sereno astro. Yo me encontraba en la cocina, con la ventana abierta por si sucedía algo con los chicos, tener cinco críos, no es para hacerse la tonta. Ese día inolvidable estaba preparando unas galletitas, llamadas maicenas para luego, salir a vender por el centro, con dulce de leche y coco rallado.
De pronto, en una jugada y un pase fallido de su consanguíneo mayor que pateó con la fuerza de Iguaín, la esférica alegría practicó una gran parábola en el cielo y cayó en cercanías de la medianera de madera del huraño. Así narró mi Manuel cuando trajo a su hermano herido a casa. Entonces, excitado Julián levantó el balón para traerlo de regreso al juego, salió un pulgoso furioso, uno de los cinco y me lo mordió a mi niño de ocho años en una pierna.
—¡Por Dios! ¿Manu, qué ha pasado?
—Fue ese perro negro malo, ¡el del vecino!
—Tráeme ese jabón con que lavo la ropa, ese blanco de prisa hijo—. Asimismo, le lavé la herida y se la cubrí rápidamente, y con el corazón en la boca me cambié para llevarlo a la salita de primeros auxilios del barrio. Esa experiencia nunca antes me había ocurrido con mi tribu. Dejé todo en la heladera a medio terminar y salí hacia la odisea que se convirtió en un calvario.
Yo lo llevé a Julián a la salita del barrio donde le pusieron una inyección antitetánica, se lo suturó, le dieron antibióticos y nada más. Fue un veinte tres de abril, luego fue internado y no tenía signos de rabia, solamente le dolía el estómago, ni dolor de cabeza ni fiebre por la mordedura.
La Municipalidad secuestró a los otros cuatro perros del hipócrita maldito ciudadano y los analizaron. Asimismo, el maldito canino colindante fue sacrificado y enterrado, sin que le realizaran estudios alguno y el veintinueve de junio, murió, mi niño, pasadas las dieciséis horas por una meningoencefalitis. Nadie me devolverá a mi amado Julián… Yo aún… No puedo olvidarme de aquella tarde soleada, donde el sol parecía una moneda brillante en el firmamento, sobre el río Grande y desde nuestra perdida mis hijos comenzaron a practicar el ajedrez. Tal vez, la culpa de lo ocurrido fue toda mía por haberlo dejado ir a jugar a la pelota y no haberle comprado más libros para que disfrute en nuestro sorprendido y angustioso hogar.

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