La vieja del abrigo de piel

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Y ahí estaba la señora con su abrigo de pelo negro. Uno de estos abrigos de piel auténtica que ocupa casi mas que mas señoras que lo llevan, voluptuoso, elegante, sobrio.

Ahí estaba la señora con su enorme abrigo y un pequeño balde de plástico, recorriendo rápidamente la calle para que nadie la viera. Se acercó a la papelera y recogió todos los restos de comida que pudo encontrar, escaso botín con el que tendría que desayunar ella y sus cinco perros maltratados. Después iría a robar un par de huevos a la granja de arriba y ya de paso ¿por qué no coger un par de lechugas y tomates?

Mientras caminaba por el pueblo, se aseguraba de que nadie la viese y si eso sucedía erguía el cuerpo, alzaba la cabeza y gruñía algo irreconocible si alguien la miraba demasiado tiempo.

Ella, pensaba, que había sido la mujer más bonita, deseada y afortunada, se había convertido en una anciana arrugada, de articulaciones oxidadas y huesos pesados, que no tenía ni veinte duros para sobrevivir a lo largo del mes. Deplorable. Ridículo. Injusto.

Si llega a saber que iba a marchitarse de esa manera sin duda hubiese actuado de manera diferente: hubiese disfrutado viajando por todo el mundo conociendo a muchachos de distintos países sin preocuparse de lo que dijesen. Se hubiese gastado todo el dinero de sus padres en comprar una bonita casa y mil caprichos de todo tipo. Jamás se hubiese casado, o quizá si, pero no con su marido. Eso le había dejado sin toda la libertad en su tiempo y volvería a hacerlo si ocurriese de nuevo.

¡Ah! Y hubiese abierto una tienda. No una tienda cualquiera, sino una floristería. Era feliz rodeada de flores, siempre había caminado por el campo durante horas solo para poder admirar las flores. Y en esa floristería hubiese vendido flores de todo tipo: margaritas, rosas, tulipanes, gardenias, calas, hortensias, tulas, lilas, pensamientos de mil colores, y mil tipos de flores más. Por el día de los enamorados regalaría una rosa a las parejas que pasasen por en frente de su tiendecita, en Navidad pondría más barato el muérdago y hablaría con el cura de la iglesia para proporcionarle ramas de olivo por Semana Santa.

La vida hubiese sido mucho más bonita así y llegar a la vejez no hubiese sido tan doloroso. Rodeada de flores las articulaciones encasquilladas no dolían tanto, los huesos parecían más ligeros y las arrugas hasta tenían cierto encanto.

Es una pena que no se pueda retroceder en el tiempo...

La vieja del abrigo de pielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora