9. Charlas

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— Mónica, ¿no estabas en México...?
— Sí, pero me subí en el primer vuelo después de hablar contigo.
— ¿Por qué? —Mónica le sonrió, sin responder— Vale, bueno, pues... ¿Qué hacías en México?
Vivo ahí. Y trabajo...
— ¿En serio?
— Sí. —Mónica rió y sacó algo de su bolso— Ten... Es el primer disco de muchos, espero.
Ana se quedó mirándolo, con una pequeña sonrisa, sin palabras.
Sales guapa... —dijo por fin, casi en un susurro— Me va a gustar. Gracias.
Ana, ¿cómo está tu madre...?
Ella bajó la cabeza y suspiró.
Mal. La operaron hace una semana y estaba en terapia intensiva, pero no mejoró y mañana la vuelven a operar...
— ¿Y tú, cómo estás tú?
— No me han dejado verla... Solo puedo imaginarme lo peor y esperar.
No vas a pasar por esto sola. Y todo va a salir bien, ¿sí?
Ojalá... ¿Y vas a pasar las navidades sola, por alguien que apenas conoces?
— No... Las voy a pasar con una amiga que, aparte de descansar un poco más, necesita ducharse urgentemente. —dijo riendo.
— ¿Huelo tan mal...?
Mónica alzó la cejas, con una sonrisa, insinuando que sí.
Escúchame, nos vamos a quedar aquí por si hay noticias de tu madre. Pero esta noche te vienes al hotel donde estoy, te duchas y descansas bien. En una cama de verdad. Mañana volvemos, y pedimos que puedas verla.
— ¿Tengo opción de decir que no?
— No. Ni una.
Ana sonrió y asintió. Ana puso al día a Mónica sobre todo lo que le había pasado, desde el teatro hasta su pequeña habitación alquilada. Mónica hizo lo mismo por su parte, contándole cosas que le pasaban en México y demás.
Oye Mónica, ¿y por qué crees que María no me contesta? Llevo una semana llamándola varias veces cada día...
Mónica se encogió de hombros y sacó su móvil para probar y llamarla ella.
— ¿Mónica? —saltó, mientras que ella se sorprendía y ponía la llamada en altavoz.
María, ¿cómo estás? ¿Te ha pasado algo, o...?
— ¡¿Qué dices?!
— Estoy aquí con Ana, que me dice que te llama desde hace tiempo y no le contestas. Ya tienes que tener una buenísima excusa, eh...
— Espera, ¡¿estás con Ana?! ¡¿DÓNDE?!
— ¡Contesta tú primero!
— No me ha llegado nada suyo, Mónica, te lo prometo. ¿Me está escuchando? Ana, ¿estás segura de que me estabas llamando a mí?
— Por muy raro que parezca, eres la única María que está en mis contactos. —contestó Ana.
¡¡Ah, ya sé!! Vale... Sabéis que soy un desastre, así que no debería extrañaros el que me cambiase de número... Y no había caído en avisar a toda la gente...
— ¡¿Te olvidaste de mí?!
— Te he echado de menos, si sirve de algo... Perdóname, de verdad, me había extrañado mucho que no me hablases para desearme feliz navidad y lo de siempre, ¿sabes?
— Eres un caso perdido, María. —saltó Mónica, negando.
¡Os compenso! ¿Dónde estáis?
— En Madrid.
— En el hospital. —añadió Ana.
¡¿Qué?!
— Tranquila, María, estamos bien.
— ¿Sabéis qué? Esta noche ceno con mi familia pero mañana voy en el primer tren. A ver si me gano tu perdón, ¡mi queridísima amiga Ana...!
Ana rió suavemente, Mónica la miró con una sonrisa.
No te preocupes, María. Mónica ya ha hecho demasiado viniendo, no hace falta que lo hagas tú. Solo necesité hablar.
— Y yo no estuve ahí, mira, qué puerca estoy hecha... Te digo yo que mañana estoy ahí para daros un achuchón a cada una. Y Mónica, haz el favor de darle mi número de teléfono a la muchacha. ¿Ya le has contado algo de Diego? Bueno, mejor os dejo, que tengo que comprar un billete y avisar a mi familia.
— Anda, cuelga ya... Mañana hablamos tú y yo. —dijo Ana, con un tono divertido. La llamada se terminó y ambas se miraron— Qué, ¿entonces me lo vas a contar?
— ¿El qué? —preguntó Mónica.
¡Algo del tal Diego...!
— Ah... Mónica rió y se levantó— Eso en otro momento. Voy a pagar, espera.
Mónica se acercó a la barra con su monedero, mientras Ana se quedaba mirándola y bebiendo el último trago de su café.
Ya ha pagado la mujer de ahí. —saltó el hombre, señalando a Ana.
Mónica resopló, puso los ojos en blanco y se giró. Ana le guiñó un ojo y le extendió el brazo, igual que Mónica había hecho antes.

tú y yo y el loco amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora