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Había demasiado ruido, muchas personas caminaban de una calle a la otra, absortos en sus pensamientos, con la mirada demasiado pérdida como para notar que Renjun estaba presente. Varios empujones y roces lograron sacarlo de la calma en la que se encontraba, optó por gritar en señal de auxilio pero ningún vocablo salía de sus cuerdas vocales, o quizás el bullicio ajeno aplacaba su suplicio. Creyendo que todo estaba perdido, se echó al suelo con las rodillas ocultando su rostro y sus manos cubriendo sus oídos en un intento por acallar aquellas voces que martillaban su cabeza. Las voces parecían hacerse más fuertes, desde el ladrido de un perro hasta la notificación de un celular parecían demasiado insoportables para sus sentidos auditivos.

Pero algo detuvo aquel barullo, y como si se tratase de un milagro celestial una fuerte garúa cayó sobre sus cabezas. La gente corría aterrorizada, como si la peor de las plagas se hubiese desatado, la interminable lluvia logró liberar las calles y en sus esquinas solo habitaban los árboles que mecían sus copas al compás del viento. Renjun se puso de pie, con su cabello húmedo y su cara empapada por las gotas, dejó que una enorme sonrisa escapara de sus labios, en señal de agradecimiento.

Pero no estaba completamente solo, para su desgracia. Los árboles, que pacientes admiraban aquella escena propia de un retrato y las cigarras que acompañaban a la llovizna con su canto, no eran los únicos testigos del chico extraño sonriéndole al cielo en las húmedas y solitarias calles. Renjun pudo ver una silueta rosa moverse entre los edificios, la densa cortina de agua le imposibilitaba reconocer al dueño de aquel andar. Pero algo hizo clic en su mente, aquel color rosado tan característico, tan propio de alguien que su mente no se dignaba a soltar.

Quiso echarse a correr, como un niño que ve al monstruo que lo atemoriza cada noche salir de su closet, pero esto no era tan fácil como cubrir su cuerpo bajo las sábanas para sentir que estaba a salvo, ya no era un niño y Jaemin era más que un monstruo imaginario para él.

Se encontraba inmovilizado, como si la lluvia hubiese derretido el cemento bajo sus pies y se hubiese adherido a sus zapatos, impidiendo su huida. Quiso gritar, rogarle que se fuera pero su voz nuevamente se escondió en algún rincón de sus cuerdas vocales, posiblemente asustada ante la presencia tan intimidante del pelirrosa. Antes de que pudiese contar hasta diez, el chico estaba frente a él, mirándolo con sus enormes ojos como si en su mirada se hallaran palabras que de sus labios no pueden salir. Una sonrisa cómplice escapó de sus belfos, quizás porque disfrutaba del efecto que podía causar en el mayor. Renjun pensó que así se sentirían los monstruos del closet cada noche después de asustar a los niños, y él, ahora mismo, se sentía tan asustado como uno.

― ¿Puedo besar tu mejilla? ― Aquella pregunta congeló todos sus sentidos, el miedo entraba por sus venas como una droga y lo hacía estremecer.

Pero le fue imposible emitir respuesta alguna, fue despertado por la luz matutina que se colaba a través de su ventana. Se talló los ojos buscando acostumbrarse al resplandor del día que sin piedad entraba en su habitación, agradeció profundamente que se tratara de un sueño, no imaginaba lo fatídico que hubiese sido que aquellos rosados labios volviesen a profanar su mejilla, no lo merecía.

Al bajar las escaleras, la presencia de algo que nunca había estado en aquella sala capturó su atención. Renjun llevaba un control mental de todo lo que había en su casa, unos once cuadros distribuidos en las habitaciones, treinta y ocho libros en la repisa y cinco telas de araña que nadie se tomaba la molestia de limpiar. A Renjun le gustaba llevar todo bajo control y su casa no era la excepción. Pero ese día encontró un papel horriblemente arrugado sobre su mesa, algo que no pertenecía ahí ni por casualidad, lo tomó dispuesto a deshacerse de él, pero la curiosidad fue más fuerte y lo incitó a abrirlo.

Al abrir el descuidado objeto, se encontró con la sorpresa de que era su dibujo, su amada tortuga que no había sido lo suficientemente buena como para formar parte de la colección artística de Renjun, él creía que no estaba a la altura, tenía mejores. Pero la mayor sorpresa se la llevó al percatarse de que al reverso de la hoja estaban escritos un par de garabatos con una pluma demasiado gastada para su gusto.

autism ― renmin.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora