Frente a un pórtico sin puerta.

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Allí, frente a un pórtico sin puerta, a la luz de un candil y bajo la atenta mirada de una luna menguante, me encuentro perdido y sin atisbo alguno de que nadie me esté buscando. ¿Qué cojones hago aquí?

No es que no sepa cómo he llegado, es que no tengo ni puta idea de qué es este lugar, dónde estaba antes de venir, ni cuánto antes fue ese antes.

Ahora que lo pienso, incluso tengo serias dudas acerca de quién soy yo.

Creo que me llamo Roberto... aunque no siento mío ese nombre. También me ronda por la cabeza el nombre de Juan, pero no sé por qué se me acelera el pecho sólo de pensarlo.

***


Un ruido que podría proceder de unas pisadas no muy lejos de mi espalda contribuye a aumentar aún más el ritmo de mis latidos.

Me giro de golpe.

Nada.

Bueno, quien dice nada, dice una acumulación de árboles formando un frondoso y poco alentador bosque que permanece tan tenebroso como acojonado empiezo a estar yo.

No ha sido progresivo, no. Te garantizo que nada da más miedo que la incertidumbre. Y joder, nada produce más incertidumbre que no entender nada, y encima, rodeado de árboles, crujidos, la tiniebla del candil y un puto pórtico que no lleva a ninguna parte. ¿Quién cojones construye un pórtico sin puerta? ¿alguien me lo explica? Estoy muy acojonado.

Del cero al diez, mi miedo hace añicos la escala.

Mis piernas están empezando a perder firmeza, mi visión nitidez y mis manos quietud.

Me vuelvo de nuevo a la pared donde debería haber una puerta. Quizás esté oculta o esté pintada imitando el diseño de ladrillos. Quizás, como en las películas, exista un mecanismo oculto que se activa empujando uno de esos ladrillitos idénticos que parece burlarse en mi cara, como diciendo, "¡Je! No vas a ninguna parte, campeón". Quizás, estando todo tan oscuro, y yo tan confuso, he pasado por alto el pomo.

Nada. Pero nada de nada. Palpo, acaricio, rastreo y hasta termino dando puñetazos de desesperación a esa maldita y cada vez más odiosa pared que no me deja avanzar o, al menos, aclarar mi situación. Y de nuevo, pisadas.

Miro a todos lados esperando encontrar la fuente, pero nada tiene sentido. Si mis ojos se centran en la derecha, escucho ruidos a la izquierda, si miran a la izquierda, parece que siempre hayan estado a la derecha. Cada vez más rápidas, cada vez más cercanas.

Una sensación de alerta me recorre por dentro. Quisiera salir corriendo, pero mi cuerpo no parece más móvil que las columnas que sostienen el pórtico. Estoy congelado. Sólo mi mandíbula parece seguir en movimiento. Mi boca parece esparto y mi ropa contiene sudor para regar la mitad del bosque. Algo, quizás alguien, está llegando.

No veo nada. Mis ojos, al ritmo de mis dientes, escudriñan cada micrómetro del entorno sin detectar el menor atisbo de la más rotunda nada. Pero algo, quizás alguien, está a pocos metros de mí, lo siento.

- ¿Hola? ¿Hay alguien?

Esas palabras salen de mis labios, pero no parece mi voz, no me suena familiar, ni siquiera he decidido pronunciarlas. A los pocos segundos, a modo de eco, vuelvo a escuchar "¿Hola? ¿Hay alguien?". El eco no tarda tanto en producirse, no ha sido el eco joder.

***


- En serio, ¿quién coño está ahí? ¡No tiene ni puta gracia!

Uno, dos, tres, cuatro... Una voz diferente, arrastrada, siseante, casi burlona, repite "En serio, ¿quién coño está ahí? ¡No tiene ni puta gracia!".

Mi cuerpo tan contraído y a mi esfínter que le da por relajarse. Siento una calidez casi placentera corriendo por mis muslos, llegando a las rodillas.

Hago el amago de tragar saliva, pero ya hace tiempo que no queda ni una gota. El gesto me produce dolor en la nuez y consigue retrotraerme a un plano más físico. Venga, esto tiene que tener una explicación lógica.

- Esto es pura sugestión –trato de sonarme convincente-, no hay nadie aquí fuera y todo esto es fruto de mi paranoia.

No obtengo respuesta, nadie repite una sola palabra y una sensación refrescante inunda mi pecho: es aire, por fin entra de nuevo. Y entonces...

- Sigo aquí... -unas palabras pronunciadas con tono infantil, casi como si de un niñito pequeño se tratase.

Joder, joder, joder y ¡JODER! Esto es surrealista, debe ser una puta pesadilla. ¡Claro! ¡UNA PUTA PESADILLA! ¡ESO ES!

- Pensamiento errado –escucho de nuevo, siendo consciente de que esto es genial, ahora también parece saber lo que pienso-, ¿parece? No, no, no. No lo parece. Sé lo que tú piensas, sé lo que tú piensas, sé lo que tú piensas, sé lo que tú piensas... -y continúa repitiendo esta misma frase poniéndole ahora una entonadilla a modo de canción infantil.

- Dime quién eres, dime qué quieres de mí. Por favor, por favor, por favor, por favor, ¡POR FAVOR! –y rompo a llorar, yo, que jamás lloro en público.

Bueno, ni siquiera sé si realmente tengo público.

- Claro que lo tienes. Bueno, no a la usanza, pero yo soy tu público. Llora para mí.

Estupendo, no paro de sollozar, ahora soy yo quien parece el niñito pequeño.

- ¿Sabes? –pregunta "la voz"- te voy a confesar que me encantan las lágrimas, son tan saladitas... Piénsalo, qué sentido tiene que, en momentos en que se pasa miedo, la gente suela llorar, ¿para qué sirve? Las lágrimas no van a protegerles de nada en absoluto. Pero a mí me encantan, qué ricas están las lagrimitas –se relame-, tan húmedas y saladitas. Saben a desesperación, a muerte.

Mis piernas deciden que deben abandonar por completo el poco sustento que ofrecían, y allí, de rodillas en el pórtico sin puerta, sollozando como un bebé abandonado en un mundo que no conoce, que escapa a su limitada capacidad de comprensión, consigo ejecutar alguna palabra:

- ¿Va... vas a hacer...me daño?

- No.

- En se.. serio... vas a ha... cerme daño?

- No.

- ¿No v... vas a, a, matarme?

- No.

- ¿Seguro?

- Claro. No voy a matarte. Eres tú quien va a morir. Y yo, quien va a disfrutar de tus lágrimas, a tu salud. Bueno, quien dice salud... tú ya me entiendes.

Y sólo puedo asentir. Asentir ante un bosque oscuro, ante una luna menguante, ante un puto pórtico sin puerta y ante el desconocimiento de absolutamente todo cuanto está pasando. Asentir ante una efímera existencia y ante una voz que parece salivar imaginándose sobre mí, cerca de mi cara, de mis ojos, inhalando y lamiendo lentamente cada una de las lágrimas que he derramado; claro, todo ello suponiendo que de verdad tenga algún tipo de forma corpórea, aunque dudo que lo llegue a saber nunca.

Y sollozo más y más fuerte. Para que así, al menos, uno de los dos sea feliz.

***


- Llora, mi pequeño, llora, así, en abundancia, no te dejes dentro lagrimitas. Vamos, dámelas, muere y dámelas... tan saladitas...

Y así, como he llegado, me voy.

Y no me ha hecho falta ninguna puerta.

Llora, mi pequeño, llora.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora