Roberto se ganaba la vida, según él mismo, como un agente del destino. Era una romántica descripción de la labor de aquel que lleva a cualquier desconocido desde un punto A a un punto B, en el que finalmente por cuestiones astrológicas, de los Hados o vaya a saber bien por qué, debían estar para cumplir con los requisitos caprichosos de la Providencia. Una especie de Caronte nada trágico de la nueva era, con una misión encomendada por las mismísimas Moiras.Todos los días, la jornada empezaba muy temprano por la mañana; entre las 6 y 6.15. Hubiera declinado la necesidad de dormir, si su juventud no estuviera tan cerca de la fecha de caducidad. Y es que a los casi 60 años, ya nada es tan fácil, ni puede tomarse uno las cosas tan a la ligera.La rutina era especial para él. Tenía un cierto apego por ritualizar cada momento de la mañana, posterior a cada desayuno, cuando se encontraba con su bólido amarillo para emprender los viajes del día. Al subir, siempre le saludaba con reverencias un pequeño cachorro de peluche desde el torpedo, a lo que él respondía con una cálida sonrisa. Limpiaba el cuero de los asientos, el resto de interiores y encendía la radio en el proceso para escuchar las noticias. Ya sentado en su lugar de conductor, elevaba una silenciosa plegaria y su día empezaba con el primer rugido del motor.Tenía por costumbre conversar con sus pasajeros de todo tipo de temas: política, economía, el clima o cualquier otra banalidad. Intentaba, y no por curiosidad, conocer sobre sus clientes, sin ser indiscreto. A veces les convidaba incluso con algunos consejos y otras delicadezas, cortesías ellas de la experiencia.Todas las mañanas buscaba en primera instancia a Solana, su primera y eterna copiloto desde el asiento trasero. Todos los días a una clase distinta; una pequeña con agenda apretada, como la de sus padres. Siempre tenía algo para contar, siempre distinto: Ese día en particular, se le ocurrió hacer una pregunta inesperada:-Rober, ¿puedo preguntarte algo?-¡Claro, princesa! ¡Dispare nomás!-¿Cómo sabe una si está enamorada o si es solamente un capricho? Mi mamá dice que lo que yo tengo son caprichos...-¿Enamorada? ¿Por qué estarías enamorada, princesa?-Creo que tengo que estarlo...-A ver, cuénteme más.-Tengo vergüenza, Rober...-Va a ser nuestro secreto... lo prometo...-Bueno. Pero no le digas a mamá. Creo que estoy embarazada.-Eso sí puede ser un problema...-No le digas a mamá, Rober...-No, no voy a decirle a nadie, es más, con estas bolitas de algodón, voy a tapar los oídos de este cachorrito para que nadie más escuche lo que hablamos.-Rafa, mi compañerito de los jueves, me dijo que tenía algo más de panza. Y ahora me da todas sus meriendas, porque dice que si vamos a tener un hijo, hay que cuidarnos...-¿Y él es el padre?-Supongo que sí, es el único al que saludo con un beso en la mejilla. Creo que por eso quedé embarazada.-Mmmm, ¿y por qué es importante eso de estar enamorada?-Porque como mamá y papá, tenemos que estar enamorados para tener un hijo ¿verdad?-Princesa. Princesa. Prometo que no voy a contarle nada de esto a nadie, pero ¿harías el favor de contarme cómo sigue tu embarazo y tu relación con Rafa? Si algo malo pasa, prometo darte los mejores consejos.-Rober, ya llegamos. ¿No me das un abrazo?-¡Pero claro, princesa! Venga para acá.La princesa Solana se apeó del auto, y corrió a su clase del jueves. Uno de sus compañeritos la esperaba en la puerta. Supuso Roberto que era el tal Rafa. Una sonrisa asomó y continuó su itinerario, no vería a Sol hasta la salida, pasado el mediodía. Había otras historias esperando. A media cuadra, una mano se agitaba ansiosa. Se detuvo.-Buenos días. ¿Al aeropuerto, por favor?-Por supuesto.-¿Tardaremos mucho?-No a esta hora, señorita. ¿Espera usted a alguien? No veo equipaje.-Sí, a mi prometido. Llega en unas horas y quiero recibirlo.A algunos metros del taxi, una pareja venía corriendo y haciendo señas. Lo comprendió todo al instante.-¿Señorita?-Sí, dígame.-¿Puedo preguntarle de dónde viene él?-Desde Inglaterra, viene de unas vacaciones con su hermano.-Entonces, estamos en problemas.-¿Perdón? ¿Cómo dice?- Debería haber escuchado el pronóstico y las noticias esta mañana.La pareja seguía acercándose al taxi.-Anunciaron un temporal en Londres, y los aeropuertos cancelaron los vuelos.-¡No sabía nada! ¡No me avisó nada!-Quizá haya problemas en las comunicaciones. Estoy intentando salvarla de un viaje inútil.-Me está mintiendo.En ese mismo instante, la joven comenzó a sollozar, y un torrente de lágrimas bañó sus mejillas.-Quiero verlo – repetía.-Lo sé, pero no hay nada que podamos hacer por el momento. Mañana prometo buscarte y llevarte si todo ha mejorado ¿te gustaría?-Sí, eso me gustaría.-Pero pase lo que pase, me vas a esperar a mí. No vayas en otro taxi ¿entendido?-Sí, sí... eso haremos.La joven en cuestión, a la que jamás preguntó el nombre, bajó y se encontró con la pareja que ahora estaba al lado del auto. La abrazaron. Él se alejó. Era casi pate de un mito, una leyenda urbana; como la de la mujer vestida de blanco; todos los días quería ir al aeropuerto a esperar a un hombre al que ya había perdido. Muchos se habían aprovechado de la situación y le cobraron exorbitantes sumas por llevarla y traerla de un destino al que jamás llegaba. Se propuso llevarle nuevas historias cada día que quisiera ella ir al aeropuerto.Se encaminó a la plazoleta, a buscar nuevos pasajeros. El teléfono sonó.-¿Hable?-¿Con Roberto?-Sí, el mejor taxi de la ciudad a su disposición, señor.-Disculpe. Este viaje no es para mí. Una señorita espera por usted en la terminal del centro.-Muchas gracias por su confianza. En 5 minutos estamos ahí.El camino a la terminal fue más tranquilo que lo habitual. El tráfico era inusualmente tranquilo para un jueves. La ciudad no terminaba de despertar del todo y rogaba por los "5 minutos más..." obligados antes de empezar a moverse. Cambió la emisora por una más alegre, que no tuviera tantas noticias trágicas. El mundo ya no es lo que era solía repetirse a sí mismo cada vez que sentía hastío por la crueldad humana.La terminal. Llegó y se dio cuenta de que no había preguntado el nombre de su pasajera. Esperó pacientemente, mirando a su alrededor por alguna señorita que pudiera estar esperándole. Los minutos pasaron y se vencieron uno a uno. Nadie.-Señor, señor – escuchó de repente a su espalda.-¡Buenos días! Diga-Soy yo su pasajera, si usted es el Roberto del que me hablaron.-Ese mismo soy yo. Suba señorita ¿no trae equipaje?-No, la mudanza se encarga del resto.Subió en la parte trasera.-¿Adónde la llevo, pues señorita?-Al 322 de la Calle Sevaro.-No diga más, señorita. En minutos estamos ahí.-Prefiero un viaje lento; me gustaría ver el paisaje.-Como usted diga. Si me permite la indiscreción – dijo cuidadosamente - ¿qué la trae a vivir por estos lugares tan alejados de todo?-Sólo trabajo. No planeo quedarme más de unos meses.El móvil de ella sonó y lo atendió con presteza.-Rubio al habla, diga – pausa. Sí, estoy al tanto de sus deseos, confíe en mí, que el trabajo se va a hacer según lo planificado.Seguido, se dirigió a Roberto.-Roberto, tengo entendido que antes de conducir este taxi, tenía usted un trabajo mucho más interesante.-¿Disculpe señorita? Siempre fui un modesto conductor, un agente del destino.-Sí, "un agente del destino". Uno que puede venirme como anillo al dedo; necesito proponerle algunos negocios fuera de su agenda--¿Llevando cosas quizás?-No exactamente. Permítame presentarme, soy la Señorita Rubio, una decoradora, restauradora. Vengo aquí con un trabajo encomendado por la familia de un difunto. Voy a vivir en la casa de este señor, y voy a necesitar a alguien discreto y de confianza con algunos trabajitos extras.-No sé a qué se refiere.-No es nada complicado. Sólo necesito discreción. Yo voy a comunicarme con usted.-Si no es nada ilegal, supongo que puede contar conmigo.-Nada de eso. Su conocimiento puede ayudarme demasiado.Habían llegado. Esas fueron sus últimas palabras. La vio descender y entrar con prosas, ignorando al millar de vecinos que la esperaban. Vio que la espiaban algunas señoras mayores desde las ventanas. El ambiente era extraño.En la radio comenzó a sonar You know I'm no good de Amy Winehouse. Supo que se verían otra vez; y no podía dejar de pensar en lo que la señorita Rubio le había dicho. Algo comenzaba, y no sabía qué...Dejó sus pensamientos a un lado. Era hora de buscar a la princesa Solana.
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Sobras sin Desperdicio
Short StoryLa historia de una misteriosa vecina que aparece en un barrio sin clasificar, rodeada del mayor de los misterios.