A causa de las elevadas temperaturas del verano, aquel día se podía vislumbrar mirando con cierta paciencia, cierta bruma vaporosa que se elevaba tranquilamente desde la negrura azulina del pavimento. Agobio puro. Los niños, sin embargo, corrían de un lado a otro sin notar cambio alguno, intentando quemar las energías acumuladas en la noche. Otros, un poco más grandes, verificaban teorías gastronómicas hilarantes, rompiendo huevos y lanzando el contenido a la calle. Esa dizque "armonía" se quebró con la llegada de una mudanza; el camión llegaba con su último aliento, ansioso por terminar la tarea de abandonar su carga y regresar a la frescura de algún garaje cercano.No mucha gente se mudaba al barrio. Era una novedad. Niños, adolescentes y grandes, abandonaron sus tareas, ventiladores y aires acondicionados para asistir a tan insólito evento. Desde las ventanas, las Rosas y las Marías se comunicaban comentando las buenas nuevas, e iniciaban video llamadas en conferencia para evidenciar sus dichos. Cuando el camión estacionó, y de él se apearon sus tripulantes, toda la comitiva estaba reunida en la vereda de enfrente.Algunos por simple curiosidad no muy sana; otros dando impulso a su altruismo, llevaban abundantes agasajos en fuentes para convidar al recién llegado, o llegada, los niños se paraban a mirar el vehículo, y admirados acariciaban al titán. Descanso.Se abrieron las compuertas, y comenzó un interminable desfile de cajas de diferentes tamaños, con carteles coloridos, y otros enseres para llenar la vivienda que otrora había pertenecido a un ya difunto miembro del vecindario en cuestión; uno no muy célebremente recordado, cabe aclarar. Una a una, desaparecieron las cajas, y al final de la calle, a bordo de un taxi, apareció la nueva propietaria. La señorita, que no debía haber pasado de las 30 vueltas al sol, se bajó, y llegó a la puerta en menos de lo que usted demora en leer esto, sin saludar a nadie y dando un portazo tras de sí. El evento había terminado.Las Rosas, Marías y Blancas, hablaron del suceso en numerosas ocasiones, llenando a la señorita – de la que desconocían aún el nombre – de epítetos poco agradables, que defenestraban su poco gusto para la moda, modales, educación, y buen gusto entre otras tantas opciones. Los niños tocaban el timbre de la vivienda y escapaban, sin saber que ella jamás se había dignado en abrir la puerta. Los postres y agasajos, terminaron de muy buena gana, llenando los buches de los espectadores indignados y ofuscados por la indiferencia.Con el pasar de los días, las Blancas ya sabían el itinerario de la joven: las pocas veces en el día y la tarde que abandonaba su casa, o con qué frecuencia se asomaba por las ventanas, regaba las plantas o hablaba por teléfono. Le contaban a todos los que quisieran oír; una tácita invitación conspirativa a elucubrar las más elaboradas teorías para descubrir más información de la señorita, de la que desconocían el nombre, ocupación, talle y días fértiles – detalles importantísimos para todos, según ellas, que aparentemente tenían los de todos los demás.Un buen día, mientras volvía del trabajo, coincidió Gastón con la nueva celebridad del vecindario:-Hola – articuló tímido.-Hola.-Soy Gastón, vivo a dos casas de la tuya.-Sí, ya te había visto antes. Mucho gusto – dijo esbozando una sonrisa.Así, sin más, continuó ella regando las plantas a metros de la acera y Gastón, su camino.Pasaron días, semanas y uno que otro mes, por no decir un par. Todos se impacientaron por la nueva y misteriosa vecina. Las Rosas, decididas a descubrir más sobre sus orígenes, idearon un plan que iba directo al corazón de la basura misma, casi literalmente hablando. Comenzaron ellas a fisgonear y husmear en sus desechos – una tarea algo repugnante y escatológica, pero nada desdeñables en surespetable labor.Días, tardes y noches enteras escarbaron las Rosas, ansiosas por encontrar pistas sobre la identidad o indicios sólidos – mis disculpas, palabra mal escogida – que disiparan la nube de misterio que rodeaba a la vecina. En el cuartel, discutieron largamente con Las Marías y Blancas sobre los hallazgos nada prometedores que habían realizado hasta el momento:En primer lugar, una gran cantidad de pañuelos descartables algo endurecidos y algunos de ellos aún húmedos. Esto indicaba que la susodicha lloraba demasiado, estaba enferma – porque alérgica en pleno verano no se podía ser – o incluso que limpiaba demasiado sus lentes que no habían llegado a ver, pero de los que podían suponer su existencia por la ausencia de mucosa.Algunas latas de conservas mal clasificadas. Detalle menor. Quizá a la novata no le gustaba la cocina, o tenía una dieta de esas extrañas que indican los curanderos o profesionales de la salud. El detalle extraño en este punto, es que ninguna de las latas tenía una etiqueta o rótulo que indicara su contenido. Pero sólo eran unas pocas, no era un detalle a considerar.Envases plásticos vacíos varios de diversos tamaños: desde algunos desodorantes de ambientes, pasando por productos de limpieza, hasta llegar a bebidas azucaradas varias y una que otra crema. La señorita era aseada. Un punto a favor – aparentemente el primero. Pero siendo tan recluida y aislada, ¿para quién se arreglaba y limpiaba la casa? No les constaba que alguien la hubiere visitado desde su llegada. También faltaban las etiquetas.No había sobras de comida por ningún lado, ni siquiera en las latas. Y lo más desconcertante es que la señorita no exhibía en su figura el más mínimo rastro de sobrepeso.Papeles varios. Entre ellos, se encontraban algunas de las etiquetas perdidas, pero no existía manera de asociarlas con sus recipientes originales. Otros, en cambio, contenían escritos indescifrables: mensajes cortos en una caligrafía casi perfecta y en el alfabeto tradicional, que no dejaban de ser pequeños galimatías – y es que después de constatar con especialistas filólogos y demonólogos, no había nada que esclareciera su significado. ¿Tenían a una espía extranjera en el vecindario? ¿Se estaría comunicando ella con su embajada y filtrando secretos importantes? ¿Pero cómo? Si nunca abandonaba su morada. De esta entrada, se podía deducir solamente que la señorita en cuestión, no era médica por la belleza de sus escritos, pero por ese mismo detalle, debía de pertenecer a algún tipo de agrupación profesional o bohemia que requiriera ese talento particular. Quizá era artista, o escritora.Había otras mil cosas en su basura, pero nada aportaba a la búsqueda.Le tomaron fotos en momentos de descuido, y utilizando poderosos motores de búsqueda y audaces habilidades detectivescas, nada pudieron añadir al perfil que le habían formado. La vecina era todo un misterio.Las habladurías continuaron, y las teorías conspirativas seguían gestándose. Pero no aparecía por ningún lugar evidencia definitiva. Nadie sabía nada. Era hora del plan definitivo: organizar una redada – y para eso, una fiesta barrial sería la mejor excusa.El 31 de agosto se acercaba, y con él, las fiestas de San Ramón Nonato. Se celebrarían con grandes agasajos y mil oraciones para pedir protección para embarazadas, parturientas y mil padres preocupados por demandas de manutención – estos últimos no aparecerían ni por casualidad. Los preparativos estaban ya en marcha, al igual que el plan de invasión a la vivienda de la joven cuando todos se reunieran en la calle a ver los desfiles y caravanas exhibiendo al santo, intentando pellizcarle bendiciones.La noche llegó, y en el aire se respiraba un aroma beatífico. Las Rosas, Marías y Blancas estaban todas organizadas para que ningún detalle quedara librado al azar: El Equipo A atendía a los fieles desde la iglesia hasta el comienzo del desfile, asistiendo a curas, obispos y demás cuerpo eclesiástico en diversas tareas como la colecta de donativos o el dispendio de refrigerios. El equipo B estaba ocupado de los que desfilaban y participaban en la procesión y caravanas. El C entraría en el domicilio.Las Blancas – a la sazón Equipo C –, esperaron pacientemente a que todos los engranajes pusieran en marcha la puesta en escena del desfile, procesión y caravanas. Cuando la vecina abandonó su domicilio, rodearon la casa buscando posibles puntos de entrada. Se comunicaban por medio de aplicaciones de mensajería de sofisticados teléfonos móviles. Una de ellas finalmente comunicó al resto, por un audio, que la puerta trasera estaba abierta; a esto le contestaron las demás con sendos memes que la delantera también y que ya habían ingresado por ahí.Adentro todo estaba oscuro. Usaron las linternas de sus celulares para iluminar el camino adonde fuera que se dirigieran. La luz de la sala se encendió de repente. Todas se voltearon para ver a la menor de las Blancas – la misma que mandara el audio antes –, y la insultaran incluso en arameo. No apagaron la luz. Continuaron la expedición después de apagar sus linternas casi al unísono.La casa por dentro lucía como un museo. Mil cuadros estaban colgados en las paredes, acompañados por vitrinas en las que se exhibían reliquias aparentemente costosas. Nada les sonaba familiar; comenzaron a tomar fotografías a diestra y siniestra, como si de la escena de un crimen se tratara. En la cocina, solo había lo más básico y fundamental, sumado a una pequeña mesa y dos sillas que la convertían en una cocina-comedor. La misma austeridad se veía en el único dormitorio acondicionado para tal fin: sólo había ahí un pequeño y quizá cómodo catre improvisado junto a una pequeña mesita de noche y un televisor antiguo, de apenas unas 20 pulgadas, según precisaran ellas más tarde. Todo era debidamente fotografiado. Afuera las festividades continuaban; y ninguno de los Equipos anteriores había avisado aún de la llegada de la propietaria.Un grito despavorido llamó la atención de todas. Venia del interior mismo de la casa.-¿Blanca? – se escuchó que preguntaron todas al mismo tiempo y a viva voz, marcando en cada sílaba temor por lo inesperado.-Sí – contestaron todas.-¿Quién gritó entonces?-Blanca – volvieron a contestar.Sólo después de casi 5 minutos de sinsentidos intentando identificar el origen del grito, llegaron todas a un segundo dormitorio, en cuyo suelo yacía una de ellas desmayada. En el centro de la habitación, había una pequeña mesa circular. Todas iluminaron con sus linternas y descubrieron el horror. En la misma mesa había velas apagadas de distintos colores, algunas fotografías de personas que no conocían, y sustancias no identificadas en recipientes de forma dudosa.Una nueva llamarada de flashes inundó el lugar. Siguieron los mensajes a los otros dos equipos. Miles de teléfonos móviles comenzaron a sonar por el pueblo, mostrando los descubrimientos realizados al ritmo de ¡Es una bruja! ¡Es una bruja!Los dos equipos restantes se apersonaron al lugar, no sin antes dejar apostadas algunas vigías por si acaso. Todas inspeccionaban el lugar. Miraban las fotografías y encendían las velas para ver con mayor claridad. Otra rueda más de flashes. Pero estos no eran de los teléfonos de ninguna. Más flashes. Flashes.-Esas son las allanadoras de morada, oficial. – dijo la vecina señalando a la convención de Rosas, Marías y Blancas en su domicilio.-Gracias, señorita Rubio.-¿Rubio? – se escuchó de fondo, casi a coro.Pero eso, señores, sería lo único que ellas descubrirían de la vecina. En cambio a ustedes puedo decirles que la señorita Rubio, no era más que una simple restauradora que, contratada por la familia del fallecido dueño del domicilio, ambientaba la casa como un museo. Ya advertida por los familiares de este, la mujer se aisló en su trabajo, y rechazaba las interacciones de todo tipo hasta que finalizara. Excepto por Gastón, con quien había empezado una relación – y es que, estimado lector, no fue esa la única interacción entre ellos ¿Usted también quiere saber más?La trampa la había preparado ella, simbólica y coincidentemente en el mismo día. Coincidencia entre las coincidencias. Ellas cayeron. Fueron detenidas. Pero por su edad, decidieron solamente dejarlas ir con una tobillera que, a la moda de los vampiros, sólo les dejaba entrar en una vivienda sólo si eran previamente invitadas en cada visita.Las fotografías de la señorita Rubio pronto invadieron las redes sociales y se viralizaron con rapidez. Las Rosas, Marías y Blancas estaban confinadas a los garajes de sus casas, en los que coincidían para conversar de todo transeúnte que apareciera ante ellas y pasara por la vereda de la casa de turno. El ritual era el mismo siempre: sillones para todas, una mesa, mates cebados y roscas de pascuas para endulzar. Así nació, señores, la historia del Aquelarre de la Rosca de Pascua.Muchas gracias, señorita Rubio.
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Sobras sin Desperdicio
Historia CortaLa historia de una misteriosa vecina que aparece en un barrio sin clasificar, rodeada del mayor de los misterios.