XXXII. El baile de la muerte

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Me agarro del brazo del Capitán una vez hemos entrado, los invitados siguen divirtiéndose en su carnaval de vileza. Esta vez, cada uno baila como le parece bajo las luces rojas y moradas.

El oficial de ojos grises desliza una mano por mi cintura hasta llegar a mi espalda y bailamos, camuflándonos entre el gentío.

―Estás enfadada conmigo ―afirma, con una ceja alzada.

―En realidad estoy decepcionada.

El Capitán guarda silencio, su rostro habla por él, sus labios se fruncen y me retira la mirada. Está dolido.

Mientras más giramos, rodeados de la degeneración del ser humano, más quiero acabar con todo y salir de allí lo antes posible.

―Siento haberte decepcionado al intentar protegerte ―escupe con sorna, antes del comienzo de una nueva canción.

Sé que discutiendo no conseguiré que de su brazo a torcer. Es muy testarudo y siempre quiere llevar la razón.

―Gracias por preocuparse por mí ―Mi comentario le pilla de sorpresa, sus ojos se abren ―, pero necesito que confíe en mí. Si duda de mi habilidad y capacidad para luchar y protegerme a mí misma, duda del entrenamiento que usted mismo me ha dado.

―No dudo de ti, ni de mis entrenamientos ―me corrige para dejar salir un suspiro ―, es sólo que... No quiero que te expongas a más peligro del necesario ―intento hablar pero él me detiene ―. Ya lo sé, no puedes morir, tus heridas se curan con rapidez... Eso no evita que no quiera verte herida o moribunda.

Noto cómo la mano que tiene en mi espalda se aferra a la tela de mi vestido.

―Estaré bien, lo prometo ―Mi mano, que descansa sobre su pecho, viaja inconscientemente hasta su cuello. Él cierra sus ojos y exhala.

―Ibas a desobedecer mis órdenes igualmente ―Me agarra de la mano que tengo en su cuello y me hace girar, para luego pegarme contra su cuerpo ―, pero ya basta de charla, llena de humo este lugar.

La manera más eficiente y disimulada de crear humo es provocar chispas cada vez que mis pies toquen el suelo. Mi madre me inculcó el amor por el baile desde pequeña, me decía que era la mejor manera de aprender a controlar y usar mis poderes. Mi cuerpo se mueve con el fuego, mi mente se comporta como el fuego, por eso, ambos deben funcionar al unísono, deben estar en armonía y en paz.

Dejo ir al Capitán, no quiero que se trague todo el humo. Me muevo alrededor de la sala, cambiando de pareja y bailando al son de la música. Las chispas no tardan en crear una humareda asfixiante. La gente empieza a toser y abandonar la sala, confusos y asustados, acompañados de todos los guardias, que intentan que los invitados guarden la calma. Zariah y los demás deben haber entrado ya. Una vez me cercioro de que la sala está vacía, retiro el humo de la zona del telón, no quiero que nadie se ahogue. Cuando estoy a punto de abrir la cortina morada, noto un ligero tirón de la falda de mi vestido. Reconozco esos ojos color miel, asustados pero llenos de esperanza. Retiro la mirada de Elsie y me percato de que, detrás de ella, hay muchos otros niños tosiendo. Aparto el humo de donde ellos están. Todos están atados por una misma cadena, como si estar preso mientras caminas no fuese ya lo suficientemente difícil...

Poco a poco voy destruyendo el interior de los cerrojos y liberándolos uno a uno. Todos están tan aterrorizados y traumatizados que ni siquiera tienen expresiones en sus caras. Les guío, sin decir una palabra, a donde están los demás.

― ¿¡Dónde demonios estabas!? ―exclama Zariah en voz baja cuando me ve.

No respondo, se da cuenta de qué he estado haciendo en cuanto ve a los niños entrar detrás de mí. Me dedica una mirada comprensiva y vuelve a intentar forzar la cerradura de las jaulas donde están los pequeños rebeldes. Le pongo una mano en la espalda, para decirle que se aparte, y con el roce de mi dedo hago que la cerradura se derrita y se pueda abrir la puerta.

Lilith: ave de fuego [COMPLETA | SIN EDITAR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora