CAPÍTULO 1

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Cuando Ruby bajó corriendo las escaleras del metro Las Rejas eran las 7:42 y recordó inmediatamente por qué suele tomarlo media hora más temprano. Enormes filas para cargar las tarjetas, enormes filas para pasar los torniquetes y enormes filas para subir al vagón. Se estaba cuestionado que el sexo para comenzar el día fuera buena idea, perdió por lo menos una hora.

Apenas bajó las escaleras se formó para pasar el torniquete. Al parecer había comenzado el día con el pie izquierdo porque su fila no avanzaba nada. Miró hacia delante y encontró el problema. Una señora, al parecer haitiana, acomodaba y reacomodaba su tarjeta en los torniquetes mientras el resto de las personas le silbaban para que se apurara. Un guardia se acercó a ella, miró su tarjeta y notó que estaba trizada. Le pidió que la acompañara hasta la boletería. 7:46, la fila al fin se movía y cuando le tocó pasar a ella, su tarjeta no tenía saldo. Por la cresta, pensó. Miró a la señora que venía después de ella.

–Señora le doy 1.000 pesos si me marca la tarjeta por favor– Dijo Ruby.

–¿Pero para qué?, el pasaje no cuesta más de 700 pesos.

–Es que no quiero tener que hacer la fila de nuevo– Insistió Ruby.

–Pero el pasaje le va a salir más barato.

Bien, la señora no entendía que Ruby iba atrasada, así que tuvo que dejar la fila y avanzar hasta las boleterías. Cuando se formó para cargar su tarjeta vio a la misma haitiana hablando con la cajera.

–Pero sí está buena, la cargué ayer, tiene plata- Decía para no perder su tarjeta.

Ruby cambió de fila, sacó 2.000 pesos que tenía en el bolsillo de la blusa y cargó su tarjeta. Hizo nuevamente la fila, ahora sí avanzaba más rápido. Bajó corriendo las escaleras y perdió un tren que se llevó a casi toda la gente que esperaba, estaban todos muy apretados dentro. Mientras esperaba el siguiente tren, escribía mensajes a Catalina, su compañera de trabajo, ambas son profesoras de matemáticas en un colegio de La Cisterna. 8:05. Se escuchaba el siguiente tren, no se veía, pero se escuchaba. La gente comenzó a acercarse a la línea amarilla. Para su sorpresa era un tren vacío que por un momento la hizo creer que seguiría de largo, pero se detuvo.

Se subió y no demoró ni 5 segundos en comenzar el aviso del cierre de puertas, vio como la señora haitiana bajaba corriendo inútilmente las escaleras para intentar subir a un tren que ya tenía las puertas cerradas. Dentro del vagón la gente se burlaba, -no quisiera ser ella, pobrecita- pensó. Le sorprendió ver tan pocas personas para la hora que era, y al ver un joven vendedor ambulante recordó que al salir apurada no tomó desayuno, por lo que decidió comprarle un sándwich. En la estación Universidad de Santiago, se subieron dos carabineros, miraban a su alrededor y sólo veían personas atrapadas en sus celulares, nada de ambulantes. Cierre de puertas. 8:12. Mientras el tren pasaba el túnel se preguntaba si sería buena idea tomar colectivo, ganaría 15 minutos y perdería 1.200 pesos. Estación República, se abrieron las puertas, pero Ruby decidió que ya iba tarde y que no valía la pena gastar más dinero. Cierre de puertas, el tren comenzó a moverse, para sumergirse en la oscuridad del túnel que los llevaría hasta la próxima estación.

Cuando estaba viajando entre estaciones, notó que su celular no tenía señal -maldita compañía telefónica- pensó. En la siguiente estación haría combinación y estaría a sólo 20 minutos del colegio, eran las 8:15. Súbitamente el tren aceleró, tuvo que afirmarse para no caer. La gente reaccionó, despertó del trance en el que estaban atrapados cortesía de sus celulares. Ruby se acercó a las puertas y sólo veía oscuridad.

–¿Cuánto falta para la siguiente estación?, ya deberíamos haber llegado-. Decía Ruby.

Impaciente seguía mirando su celular, 8:17, la gente se levantó de sus asientos para ver qué ocurría. Una señora de unos 50 años se acercó a Ruby.

Próxima estaciónWhere stories live. Discover now