21. Primera cita.

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Sentada en el sofá de la sala de Mateo veo como el está en el comedor haciendo sus deberes, su cara es una mueca de seriedad, el ceño fruncido, sus dedos en la barbilla mientras piensa, disfruto verlo así.

—¿No piensas venir a ayudarme? —me dice.

Y siento como me sonrojo al caer en cuenta de que me pilló viéndolo. Río por lo bajo.

—Puedes hacerlo sólo, Mateo. —empiezo—además, disfruto estar acá viéndote.

¿De dónde he sacado esa valentía? No lo se. Estas últimas semanas han sido bastantes interesantes. El ríe ante mi comentario, inclinando levemente su cabeza hacia atrás y con la boca abierta, mientras ríe abiertamente.

—¿Por favor? —hace un puchero.—ven...

Ruedo los ojos, me pongo de pie y empiezo a rodar el sofá, acabando frente al comedor en el que está sentado; me mira fijamente, sus ojos negros prestando atención a cada uno de mis movimientos.

Trae puesta una camisa azul claro y unos jeans negros, se ve excelentemente guapo.

—Siéntate. —me dice.

Tomo la silla con mi mano y después jalo de ella para atrás y así poder sentarme. Cruzo mis brazos arecostandolos sobre la mesa, prestándole atención.

Comienza a explicarme lo que tiene que hacer, pero no le presto atención, estoy embobada con sus labios, los movimientos que hace al hablar y como los lame cada vez que para su explicación para pensar. Su mirada sube y se encuentra con mis ojos, su cara se vuelve en una mirada de picardía y burla.

—¿Que piensas, Sabrina? —pregunta.

—Oh no, este... muy interesante que la profesora te ponga a hacer algo tan... —suspiro mirando sus labios.—...difícil.

El niega con la cabeza y acerca cada vez más su cara con la mia, me quedo ahí, esperando a que llegue el momento en el que me bese romanticamente para después decirme lo mucho que me quiere.

—Si me sigues mirando así... —dice cerca de mis labios.—...no me resistiré, Sabrina.

Siento como los colores llegan a mi cara; Habíamos hablado sobre lo que había pasado hace unas semanas, cuando casi tengo mi primera vez con el, lo aceptó, aceptó el hecho de que no estoy segura de querer perder mi "virginidad" a tan poca edad. Desde esa charla el ha estado haciendo bromas sobre eso.

—Pues entonces tendrás que resistir mucho más, porque yo no voy a dejar de verte de esa manera.

Estaba a punto de unir nuestros labios, pero antes de hacer eso yo me pongo de pie y comienzo a caminar hacia la cocina, tratando de hacer un sensual movimiento de caderas y oyendo como atrás mío Mateo se ríe de mi.

Últimamente me estaba arreglando más cuando iba a la casa de Mateo, estúpido, pero lo había hecho, hasta que me di cuenta que era una gran pérdida de tiempo ya que el tenía que ver como era yo, y yo no tenía por qué cambiar.

Tenía puestos unos leggins altos que se pegaban perfectamente a mi cintura, una blusa ancha blanca y unos tennis, cómoda.

Puse las palomitas en el microondas para después undir los botones, la bolsa no tarda en dar vueltas dentro del aparato. Unas manos grandes no tardan en posarse sobre mi cadera, Mateo acerca su cara a mi cuello, su respiración chocando con cada pelo, haciendo que me erize al instante.

—Quiero hacer esto bien. —comienza.—Y recordé que no hemos tenido una cita.

Una sonrisa aparece en mis labios. El microondas suena, por lo que me separo de el para abrir el aparato y comenzar a servir el contenido en un plato grande.

Pongo el tazón sobre la isla de la cocina, me siento frente a él y los dos comenzamos a comer. Nos miramos a los ojos, no desviamos la mirada en ningún segundo. Ni siquiera cuando la puerta principal se abre, ni siquiera cuando alguien entra a la cocina y carraspea para llamar nuestra atención.

—Mateo. —vuelve a decir. Pero esta vez si volteamos a verlo.

—¡Papá! —exclama de vuelta Mateo.—¿Por qué esa cara tan seria?

—Necesito hablar contigo. —carraspea mirándome.

Que indirecta más encantadora había presenciado hoy, en efecto, no sabía que se trataba de mi.

—Entonces yo me voy. —digo para luego ponerme de pie y empezar a caminar.

Recojo mis cosas en la sala y después salgo por la puerta principal, pero alguien me frena teniendo mi muñeca.

—Lo siento. —dice. Niego con la cabeza girandome.—sobre la cita... —dice rascando su nuca.

—Si. —lo interrumpo.— mañana a las siete de la noche, algo sencillo. —termino guiñando el ojo.

Me vuelvo a girar para seguir mi camino, y sabía lo que venía, faltaba su...

—¿Y mi beso de despedida?

Una sonrisa burlona surgió en mis labios, el me hace girar sobre mis pies para luego juntar nuestros labios, uniendolos en un encantador y armónico beso.

—¿Satisfecho? —pregunto en cuanto nos separamos.

—No. —vuelve a unir nuestros labios, haciéndome reír sobre su boca.

(...)

Las seis de la tarde ya habían llegado, y con sigo las inmensas ganas de tener esa cita con Mateo. Me había alistado una hora antes, para asegurarme de que estaba bien vestida. Me sentía bonita en aquel vestido dorado, podría llamar mucho la atención, pero ahora no me importaba eso.

El se había asegurado de enviarme un mensaje el cual decía que la cita iba a ser formal, así que tenía que tener un vestido de gala.

Y en unos sesenta minutos, que para mi pasaron lentamente, ya eran las siete, y yo no paraba de ver el reloj el cual parecía estar en un descanso, ya que pasaba tan despacio que empezaba a estresarme. A las 7:30 el celular de la casa sonó.

Confundida, con el ceño fruncido, me dirigí al teléfono y lo contesté.

—¿Hablo con la señorita Sabrina? —dice una voz femenina y madura.

—Si señora, ¿Con quién hablo?

—Habla con recepcionista del hospital Casa Roja.—silencio.—era para informarle que el Señor Mateo Johnson se instaló recientemente en una de nuestra habitaciones.

—¿Qué le pasó? —mi voz comienza a romperse.

—Sufrió un gran accidente automovilístico.

—¡¿Qué?! —suspiro para tranquilizarme.—¿A qué hora?

—Hace unos treinta minutos.

Las lágrimas empiezan a nublar mi vista, y no tardan en salir rodando por mis mejillas, los sollozos empiezan a hacerse audibles en la sala, y la voz de la señora al otro lado del teléfono empieza a desaparecer, no hay ruido en mi mente, sólo la imagen de Mateo en alguna de las salas en ese hospital.

¿Qué pasó?

No tengo tiempo de responderme esa pregunta, sólo cuelgo el teléfono y subo las escaleras para alistarme y salir de una vez.

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