Uno: ¿Ahora?

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—1, 2,3 y respira...

Me repetía eso continuamente pero al parecer no funcionaba. Mis manos tomaron con más fuerza la manija de la puerta que, si quisiera, hasta con los ojos cerrados podría arrancar de un solo tirón o derribarla porque al parecer nadie había notado mi presencia en esa habitación. Ninguno de los dos se inmuto para detenerse, se notaba que gozaban del aire que comenzaba a adentrarse gracias a mi entrada, seguro en su interior me lo agradecían, ya que se veían muy calientes mientras se apretujaban el uno al otro sin pudor.

—Ellen, no los ví, pero... Mierda.

Sí, mierda. Mierda era lo que mis santos ojos estaban viendo. Mierda era Thomas y mierda era Mandy. Mierda era yo por no haberme dado cuenta antes. Mierda era la situación que estaba viviendo y respiraba exageradamente para dejar de inhalar tal olor desagradable que salía de sus cuerpos convirtiendo todo en una y absoluta mierda.

—¡Ellen!

Pero ya era tarde, mi maquillaje se había corrido sin darme cuenta y lo noté cuando una lágrima negra, por el rímel que utilicé esa noche, cayó sobre mi remera blanca. Solo quedaba levantar la cabeza y abandonar la habitación porque no necesariamente quería una explicación, no perdería mi tiempo llorando o haciendo un drama de una hora arrojándole cosas como desquiciada a Thomas y diciendo lo poco amiga que era Mandy; todavía no estaba tan ebria para tal escándalo.

—Agradezcan que apenas comencé con el vaso de vodka, mierdas— . Tomé el collar que me había regalado Thomas por nuestro aniversario, el cual fue la semana pasada, y lo lancé directo a su pecho. —Puedes quedarte con la cadena, la cuide muy bien.

—Ellen...— Mandy tomó mi mano y me aparté rápidamente como si me diera asco su simple tacto.

—Mandy, sabía que te gustaba lo usado, pero no sabía que te agradaba tanto— intenté sonreír de manera cínica antes de abandonar la habitación completa de peste humana. —Que no los motiven mis lágrimas, no se arrepientan de lo que hicieron, arrepiéntanse de las malditas persona que son ahora— y con los puños cerrados me fui caminando hacia el baño del primer piso porque no quería que ninguno de los dos me viera rota como lo estaba.

Lo contuve, lo retuve mucho tiempo dentro de mí hasta que la respiración no me dio más y decidí explotar por completo, solo en ese momento lloré y grité y con mi bota militar le pegué una patada al retrete de lo furiosa que estaba, la adrenalina corría como si se tratara de droga rápida, no sabía cómo explicarlo.

Mi pecho subía y bajaba a ritmo, mi corazón estallaba pero eso no era lo importante, lo peor de todo fue ver mi reflejo roto en el cristal del baño.

Detestaba lo bajo que había caído, lo estúpida que era. Salí rápidamente del baño sin querer verme otra vez, arregle lo que pude corriendo el maquillaje con mis inocentes dedos temblorosos al igual que mi cuerpo por la contención de tantas emociones hirviendo dentro de el y comencé a beber de la botella más grande que se cruzó por mi camino.

En 5 minutos me había convertido en otra persona, ya todo me causaba risa, ni siquiera podía descifrar lo que estaba diciendo el chico rapado frente a mi, movía su boca a una velocidad luz que su imagen se tornaba borrosa para mis ojos. 

—¿A qué ciudad te gustaría viajar?¿Cuál es tu sueño?— sentí que dijo tan lenta esa parte que por un momento corrieron todos los recuerdos vagos que tenía guardados. Adoraba bailar, si que lo hacía.

—Viajar a Australia y estar en la academia de bailarines, es una de las más pres...— mis ojos brillaron sin poder completar la frase, sentía los labios tan pesados y pastosos que se me hacía difícil modular.

No acerques a Jonas Black.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora