La nueva vida

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A lo lejos se podía divisar un poblado. Tenía casas pequeñas y humildes. Por los alrededores se divisaban castillos. Desde que había marchado de Villacruz habían pasado ocho meses. Había estado de región en región,  de pueblo en pueblo. Por fin había llegado a mi destino. Iba a caballo, aún mantenía a Zarco y  a Tango.

Hubo un par de veces que Zarco cayó rendido del agotamiento. Y otro par de veces que Tango casi se queda en el camino. Pero seguían aguantando. Había pasado mucho tiempo desde que no teníamos un hogar estable. Pero aquí sí que lo tendríamos, lo sentía.

La gente me observaba con curiosidad, miedo y asombro. Llegué a la plaza central y bajé del caballo. Me acerqué al pozo y me dieron un tazón para beber. Me quité la capucha de la capa para agradecer sinceramente a la humilde mujer que me lo había ofrecido. Acto seguido, un hombre se acercó bruscamente hacia ella exclamando:

-¡Qué haces mujer! ¡El agua no se da a desconocidos!-fue a coger a la mujer por la mano, con amago de pegarla, pero elevando la voz le dije:

-Ni te atrevas.

Rió mirando a sus hombres. Soltó a la mujer desganadamente y se acercó a mi. Sacó su espada y con tono jocoso dijo:

-¿Ahora qué vas a hacer?

Me quedé mirándole serenamente. Fue a atravesarme con la espada, pero con un leve movimiento esquivé el golpe. Se quedó mirándome incrédulo. Cogí su propia espada rápidamente y le atravesé el cuello de parte a parte. Todo el pueblo se quedó atónito. Las madres acercaban a sus hijos mas cerca de su cuerpo. Los hombres mas humildes retrocedían un paso hacia detrás, mientras que los mas ricos, miraban en mi dirección con asombro camuflado por desprecio. Dejé caer el cuerpo al suelo. Me acerqué hacia el caballo y monté en dirección al interior del bosque.

La tarde ya tocaba su fin, me encontraba yo en un claro del bosque. Lo que había sucedido en el pueblo no podía volver a repetirse. De ese modo llamaría demasiado la atención en los pueblos vecinos. Oí un ruido. Un paso, los ilusos que intentaban robarme no contaban con que yo era un vampiro. Hice como que no había escuchado nada. Se oyó otro ruido.

-¿Quién anda ahí? -dije con voz de miedo bien finjida.

De entre las sombras salieron unos soldados bien vestidos, de la realeza. Me levanté del suelo y hice amago de atacar. Uno de los soldados apareció cogiendo a Tango por el pellejo y con mi espada en la otra mano apuntando al perro.

-Vale-dije fríamente.

-Coge tus cosas, vamos.

Me puse la capucha y eché a andar. Los soldados se encargaron de las cosas. Pasó poco tiempo antes de estar ante un majestuoso castillo de imponente piedra comida por el musgo. Entramos dejando atrás todas mis cosas. Me sentaron descaradamente en una silla que presidía una larga mesa. Al fondo había otro hombre sentado.

-Hay todo tipo de manjares, disfrútelo.

Me quedé en silencio.

-Me han comentado tu escena en la plaza, me parece muy valiente por tu parte-dijo el desconocido con tono jocoso-nunca nadie, y menos una mujer, se hubiese atrevido a desafiar y matar a un soldado de tal rango.

-Así soy yo-dije con una sonrisa que se distinguía entre las sombras de mi capucha.

Alzando la mano dijo:

-Por favor, es de mala educación.

Lentamente baje mi capucha hasta que mi rostro quedo completamente al descubierto.

Me sirvieron varios manjares. Cogí algunos por no ser descortés. Hacía ya rato que el silencio reinaba la sala.

-He oído la situación de su padre-dije alzando la voz.

Mis memorias.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora