Capítulo 1

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Romano se frotó la frente con su hombro y se removió incómodo en aquel reducido espacio. Estaba oscuro y aún, todo lo que podía oír era el sonido de los latidos de su corazón y su cada vez más laborada respiración. Mas valía que ese chulo, vistoso y confiado ladrón apareciera pronto o Romano terminaría sofocándose.

Romano aflojó su corbata esperando que eso le facilitara respirar, aunque sabía que el problema era que ya había usado la mayor parte del aire que había en ese lugar hermético en el que estaba. No había nada que hacer salvo esperar a salir. Romano bajó la vista a la pantalla brillante de su reloj y sonrió satisfactoriamente. En cualquier minuto habría que saltar a la acción. Seguro que esta vez atraparía a ese esquivo imbécil, y cuando lo hiciera se encargaría de que ese hombre desee jamás haber nacido.

Las payasadas de ese ladrón han hecho de un martirio los últimos seis meses en los que Romano ha estado encargado de este caso. No había nada más que quisiera él, un detective, que darle un buen puñetazo en la nariz y encerrarlo el resto de su vida. Naturalmente, él ha tratado de hacerlo desde el principio, pero ese imbécil se las arreglaba para escapar de entre sus dedos todo el tiempo.

El detective Romano Vargas, por muy molesto y apretado que estaba, se sentía confiado. Esta noche, sería cuando él finalmente pondría a ese misterioso ladrón, El Caballero Apasionado, tras las rejas. Romano había planeado lo que, según él, era una trampa muy inteligente para ese gato ladrón (aunque algunos no le tenían mucha fe. ¿Pero que sabía ese tipo? El solo era un estúpido bastardo patata).

El zafiro, el objetivo de esta noche, estaba cosido a la almohadilla en la que yacía para ser exhibido, y la almohada estaba sujeta en la parte de encima del pedestal de exhibición. Cuando El Caballero Apasionado tomara la joya, también levantaría la almohada, lo que quitaría la parte de encima del pedestal haciendo que sus paredes cayeran liberando a Romano, quien se ocultaba dentro.

Romano agarraría al Caballero Apasionado, le esposaría las manos, y asunto resuelto. Después de su gloriosa captura, Romano tendría todo el derecho de regodearse y ser reconocido como el héroe que puso fin a ese ladrón idiota con nombre de pervertido.

El corazón de Romano dio un vuelco cuando el silencio de los alrededores se rompió con el sonido musical de una guitarra de flamenco. Bueno, eso era nuevo. La música le provocó un leve escalofrío, y para irritación del detective, no era un escalofrío desagradable. Se tragó una maldición cuando aquella sensación continuó bajando hasta su entrepierna. Por mucho que Romano quisiera creer otra cosa, sabía que no podía haber nadie además del Caballero Apasionado que fuera responsable de esa música. No podía permitir distraerse; esta era su noche de gloria.

Romano dobló sus piernas acalambradas por debajo de él lo que más pudo. Tan pronto El Caballero Apasionado tomara el zafiro, Romano saltaría sobre él. Para arrestarlo, por supuesto; no es como si hubiera otra razón posible además de esa en la que él quisiera estar encima de él.

Otras personas pensarán que aquel sedoso y ondulado cabello marrón, esa perfecta y blanca sonrisa y su esbelto y musculoso físico son atractivos, pero Romano era mucho más racional como para andarse fijando en cosas superficiales como esas. En realidad, apenas sabía cómo se veía El Caballero Apasionado; así de poco le importaba la apariencia del otro hombre.

Él lo había visto muchas veces durante sus persecuciones, pero Romano pensaba que lucía bastante simplón (sin tomar en cuenta su ropa ridículamente vistosa, claro) por lo que la apariencia de ese ladrón no lo impresionaba en absoluto. Otra ola de esa sensual música española lo envolvió, y antes de que Romano pudiera evitarlo, ya se estaba imaginando unos fuertes y confiados dedos enguantados danzando de arriba a abajo por el cuello de una guitarra, acariciando las cuerdas como si de sus amantes se trataran. De repente su escondite se sintió más pequeño y caluroso que antes. Incluso los pantalones de Romano empezaban a sentirse algo más apretados. Tal vez tenía que dejar de comer tanta pasta. Tragó duro y se obligó a concentrarse.

Atrápame - Hetalia [Traducción]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora