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Las cosas ciertamente habían tomado un rumbo inesperado después de ese primer encuentro.

Para empezar, nunca pensó que terminaría regresando al cuarto de hotel con Miguel--no que hubiesen hecho mucho más que besarse y sentarse en pequeños silencios incómodos con una copa de vino mientras la TV mostraba alguna película de acción. Nunca pensó que intercambiarian correos electrónicos al despedirse en medio de ese lujoso vestíbulo lleno de gente elegante y alzada. Ni que hablarían todos los días y muchos menos que terminarían teniendo algo así como una suerte de relación extraña.

Una "relación" en la que ninguno de los dos cuestiona la exclusividad del otro ni la naturaleza evasiva de las raras muestras de afecto que llegan como acertijos chinos a sus ventanas de MSN. No sabe si es correcto llamarlo "relación" cuando él aún sale ocasionalmente con omegas. No sabe ni siquiera si Miguel considera tomarlo en serio estando en otro país. Imagina que tampoco se opone a tomar café o cenar con otros alfas.

Pasa los días escuchando la campanita de la ventana de chat con Miguel, compartiendo cada parte de su día porque ya se acostumbró a Miguel y es muy raro no hablarle. Incluso cuando discuten y el peruano lo bloquea solo para marcar un punto, aún puede llenar ese vacío momentáneo enviándole un correo cuidadosamente escrito para ser tanto un reto como un insulto. Luego Miguel lo desbloquea solo para devolverle el insulto, algo los desvía del tema y todo vuelve a la normalidad. Vuelven a empezar el ciclo de ese bizarro coqueteo virtual.

Está tan acostumbrado que cuando Miguel menciona que hará escala en Santiago por un par de días, Manuel no lo piensa dos veces antes de decirle que debería quedarse en su apartamento. Ni siquiera se pregunta porque Miguel se tarda en contestar ese mensaje, porque pregunta si está seguro. En cambio, solo se da cuenta de lo que ha hecho y de lo que realmente significa cuando faltan menos de una semana para la llegada de Miguel.

Es una escala extraña, porque realmente Miguel está viajando para visitar a su hermano que está estudiando en Bolivia. Aún así eligió parar en Santiago. Y Manuel le ofreció quedarse con él. Darse cuenta es como ser arrollado por un carro que iba a alta velocidad. Manuel frena todo lo que está haciendo para escuchar esa vocecita en su cabeza que lo maldice por ser tan tremendamente estúpido.

Tan tremendamente estúpido que no había podido ver que Miguel había tomado el primer paso definitivo y él lo había seguido. Lo que queda de esa semana es una marea de maldiciones mentales, luchar por conseguir tiempo libre del trabajo, atar cabos sueltos, adecentar un poco el apartamento y sentir que está a punto de tener un ataque cardiaco, una cosa inmediatamente seguida de la otra.

Ni entiende porque está tan nervioso cuando habla con Miguel todos los días y no ha pasado ni un año desde la última vez que se vieron. Piensa en decirle que cogió alguna enfermedad extraña y altamente contagiosa, que quizás debería buscar otro lugar donde quedarse. Pero antes de que pueda siquiera visualizar cómo escribir un correo como ese, se descubre esperando al peruano en la sala de llegadas de pasajeros del aeropuerto.

Es un manojo de nervios parado junto al letrero de aterrizajes y llegadas, todo lo que escucha es un ruido en blanco y todo lo que siente son unas inmensas ganas de salir corriendo. Lo que ha hecho no es darle una oportunidad a esa "relación" para convertirse en algo serio, lo que ha hecho es darle una oportunidad al universo para que todo salga mal. Lo sabe. Ya lo ha vivido.

Pero entonces aparece Miguel Prado con su maleta y con esa sonrisa linda que le pone los nervios de punta. Y es tan raro como la primera vez, y de nuevo se pregunta cómo es que Miguel siquiera puede tener interés alguno en dirigirle la palabra. Lo ve saludarlo con una mano mientras se acerca y descubre que no puede moverse, que se ha quedado pegado en ese sitio junto a ese letrero en medio de esa sala de aeropuerto.

-Hola, extraño.- Miguel bufa una risa cuando lo alcanza. Deja su maleta a un lado y lo mira como esperando algo. Es una suerte que no note el ligero temblor de sus dedos.- Ha pasado un tiempo.

No sabe qué le pasa cuando ve a Miguel pero, en el fragmento de tiempo que toma cerrar la distancia que los separa, su mente se nubla—como si estuviera borracho—y lo siguiente que sabe es que los labios del peruano están junto a los suyos.

EscalasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora