Es una ventana que muestra tan solo los sentimientos de un ser humano. Un poder que permite moverse por lugares donde todo es posibles. Aferrándose a la idea de tener múltiples personalidades
Casi todo lo que he escrito tiene que ver con lo que fui descubriendo en mi vida, es como si escribir las cosas me ayudara a digerirlas, a entenderlas. Siempre hay momentos divertidos con personas que ocuparon un gran lugar en nuestro corazón y algunas van acompañadas de tristeza.
Un proverbio chino dice: "El leve aleteo de las alas de una mariposa de puede sentir al otro lado del mundo". A lo largo de nuestras existencias nos encontramos en susceptibles situaciones, y cuando dos o más situaciones logran chocar entre sí, teniendo mínimas perturbaciones, se logra entrar en un proceso de metamorfosis donde se amplifican algunos aspectos del ser humano y de esta manera le da paso a la teoría del caos. Este planteamiento me lleva a contar una de esas situaciones en mi vida.
Tenía seis años, Mi abuela me está mirando desde el umbral de la puerta, viéndome jugar canicas. Es una señora de la tercera edad, muy cariñosa, amable, atenta, su inteligencia es muy afilada y feroz, por extraño que parezca ha conservado el color de su piel cuando joven. Estaba justo ahí, cerca, sentada en su silla de hierro, es un pedazo viviente de aquel mundo lleno de grandeza. Esta ahí todos los días y sonríe a los niños que regresan del colegio. Tiene toda su vida viviendo en este pueblo, los recuerdos han ido empañándose, aunque el color de sus mejillas jamás cambio.
Mientras tanto en el fondo de mi bolsillo reposaba una canica, aunque estaba fea y maltratada era mi preferida, por dentro tenia dibujada la bandera de Colombia y no existe sentimiento más hermoso que tener tu patria dentro del bolsillo, la tenía entre mis dedos y me aferraba a ella tanto como a mi abuela, puedo asegurar que jamás estaría dispuesto, ni preparado para perderle.
Fue en ese preciso momento que mi primo Camilo interrumpió mi quimera existencial, él se encontraba con cuatro canicas entre las piernas formando un cuadrado, y con una mirada penetrante y ansiosa me exigía que continuáramos con el juego, ahí me encontraba yo una vez más indeciso, he tirado muchas veces y lo he perdido todo, era mi último tiro y quería hacerlo bien, estaba arriesgando mucho. Quise retirarme pero nada deja peor sabor de boca que las cosas que nunca se llegan a intentar. Hice mi gran tiro y fallé... triste aburrido y decepcionado pero con la satisfacción de haber llegado hasta el final.
Debo mencionar que en mi infancia hasta este momento nunca transité solo, siempre encontré en mi primo un amigo incondicional, hombro a hombro pasando momentos buenos y otros no tanto, pero al final siempre feliz. De vez en cuando, mientras todo el mundo dormía, con mucha precaución abríamos la puerta del cuarto echando un vistazo por los alrededores, confiando en el silencio total, caminábamos hasta la sala sin hacer chillar las sillas de hierro. Es una cuestión de práctica. Primero hay que tocar un poco con la punta de los pies, luego ir descansando la planta sin tocar el talón. No entraba la luz de la calle, las ventanas de madera estaban cerradas. En medio de la oscuridad total mis dedos reconocían la mesa del televisor. Siempre habían monedas tiradas ahí de cualquier manera las cogíamos y nos regresábamos rápidamente a acostarnos.
A todo momento recordando nuestras fechorías nocturnas. Nos encantaba andar por el pueblo comiendo chicles con tatuajes. Aquello si era un buen hallazgo, nos creíamos Jhon Dilinger.
Parece estúpido hablar de amor a esa edad, tan solo seis años. Pero sí... estaba enamorado y era amor verdadero. Mi abuela, la señora Maritza... mi gran amor, la mujer que desde un inicio se adueñó de mí, me enseñó lo bueno y lo malo, las risas, el llanto, el querer, el odiar. Solía decirme. "Siempre di la verdad incluso si tu voz tiembla. Siendo tú mismo le añades belleza al mundo, algo completamente nuevo y único. Así que ve caminando por tu vida con confianza y no esperes que alguien más entienda tu viaje, especialmente si ellos nunca han ido a donde te estás dirigiendo". Las abuelas que cuidan a sus nietos desde pequeños, dejan marcada su alma para toda la vida. Ella era como el viento y yo solo un campo de arroz. El amar profundamente también duele mucho, pero era muy joven para saber eso.
Todas las vueltas que di, todas las cosas que hice a propósito para no encontrarme de frente conmigo, para no tener que responder aquella pregunta: ¿te sentiste solo en ese momento? ....Si, respondí cuando ya no hubo más opción, y me fui caminando con aquella verdad los siguientes años de mi vida. Lo recuerdo como si fuera ayer. Era mi cumpleaños número siete, entré a la casa, recorrí todo el pasillo, era de tarde, de un momento a otro comienzan a invadirme los olores. El olfato es un sentido asombroso. Capta la emanación fragante y los conecta con emociones de vivencias guardadas en el fondo de la memoria, en lo más íntimo de nuestro ser. Sin duda alguna ese día fue un olor a cama vacía, a soledad. No preste mucha atención y seguí mi camino hacia el comedor. En la noche iría a la iglesia con mi abuela y eso me tenía muy entusiasmado, el hecho de compartir tiempo con ella me plantaba una sonrisa en el rostro. ―duerme un rato y al despertar vamos a la iglesia, dijo mi abuela. Al despertar eran las ocho de la noche. Mi madre estaba sentada en una silla detrás de la mesa, leyendo una revista, la miro y sonríe tan solo con los labios. ―Mamá ¿dónde está la abuela? ―le pregunto, Se fue para la iglesia ―responde y sigue leyendo. Quedé anonadado, se precipito un gran vacío en mi cuerpo, vi como mi ilusión se iba al piso. Con lágrimas en los ojos salí a la terraza, la calle estaba muy oscura, fría y silenciosa, sonaba el paso de las personas sobre el adoquín, el chillar de los grillos en la lejanía. Note que mi alma se quebraba y solo podía ser reconstruida con aquella ilusión muerta. Fue la primera vez que sentí soledad en mi vida. Me hallaba sin mí... sin ella. Un vacío que hizo eco dentro de mí ser y no podía encontrarle explicación.
Es muy simple. Porque los niños traducen todo al idioma de los sentidos y así me sentí yo, con un abandono galáctico sobre el pecho, creyendo que mi abuela se olvidó de mí durante esas horas, que finalmente serán toda una vida, eso es suficiente para marcarme por siempre. Luego tendré el resto de la vida para sentirme una y otra vez abandonado, traduciendo todo lo que venga de los demás a partir de esa ecuación que se estableció ese día.
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