Capítulo 1

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16 años antes

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ARTHIT

Mudarse era quizá lo más difícil que sus padres le habían obligado a hacer. Debía conseguir nuevos amigos, y acostumbrarse de nuevo a las calles de ese lugar iba a ser un fastidio.

Arthit no salía mucho, la mayoría del tiempo eran sus amigos los que iban de visita a su casa, jugaban hasta tarde con sus videojuegos y hablaban de ellos por la mañana en clase. Pero le había tenido que decir adiós a esa rutina y acostumbrarse de nuevo a tener una casa vacía sin nadie con quien hablar o jugar. A excepción de su madre.

Arthit le dio una mordida a la manzana con caramelo en su mano, la había comprado en el mercado cerca del bulevar, y en ese momento seguía deambulando en el camino que guiaba hacia el final de la playa. Dando pasos lentos mientras masticaba la fruta con caramelo, y curioseando sin interés real su alrededor, viendo los rostros de turistas y residentes caminando en la acera.

El mercado solía abrir sus puestos cerca de las cinco de la tarde, cuando el sol seguía en el cielo, pero su brillo ya no era lo suficientemente fuerte para que el calor fuese una molestia. Más en aquellos días de vacaciones de verano, cuando las personas salían temprano de sus casas, y los turistas se amontonaban en las playas y puestos cerca de la costa.

Por ello, cuando Arthit chocó por tercera vez con uno de esos hombres altos y con la piel enrojecida por estar expuestos al sol, prefirió tomar otro camino, alejándose de las luces y la zona turística, y desviándose hacia la playa, en donde era más evidente la caída de la luz del sol.

Arthit mordió el ultimo trozo de manzana en el palito de madera antes de tirarlo en el bote de basura cerca a la acera, y quitarse las sandalias para echarse a correr hacia la orilla de la playa.

Últimamente ese era su pasatiempo, mojar un poco sus pies mientras esperaba a que fuera bien entrada la noche antes de decidir volver a casa. Y así hasta que otro día comenzara para que la misma rutina se repitiera.

Era aburrido. Arthit estaba cansándose de deambular ahí solo a la orilla del mar todos los días sólo para no estar en su casa. Escuchando las peleas. Haciéndose pequeño en una esquina mientras fingía no existir. Por ello prefería vagar unas cuantas horas y despejar su mente.

El sonido del mar era tranquilo, se llevaba consigo los murmullos de la ciudad, y del mercado ya iluminado sólo por las farolas de la calle. Así que Arthit siguió caminando, viendo hacia la nada en aquellas olas oscuras y tranquilas en la orilla de la playa.

Pero ahí, justo en la oscuridad azulada de las olas rompiéndose en la orilla, Arthit vio algo extraño entre el agua. Se detuvo, aclaró sus ojos y se adentró un poco más hacia el mar, dando pasos lentos.

Su corazón se detuvo cuando se dio cuenta de lo que estaba pasando, pero sus piernas dejaron de sentirse pesadas y corrieron hacia esa persona ahogándose a sólo unos metros de él.

Arthit era muy bueno nadando. Había tomado inicialmente clases por órdenes de su padre, sólo para descubrir que en realidad lo disfrutaba. Sólo que nadar en el mar era distinto. El agua salada dejaba una sensación desagradable en su piel, y la corriente de las olas no favorecía el nado. Además de que, a esa hora, cerca de las ocho de la noche, cuando al fin los turistas comenzaban a dispersarse, el agua estaba fría y las olas más difíciles.

Arthit tomó el cuerpo por los hombros. Pudo deslizar sus brazos debajo de sus axilas y comenzar a tirar de ese estúpido que seguramente era un turista. Tiró con fuerza hasta que sus pies lograron sacarlos a ambos del mar y logró tumbar el cuerpo inmóvil de en la arena. Arthit se tropezó justo cuando intentó levantarse, estaba cansado por el subidón de adrenalina, y ligeramente asustado. Pero pronto su atención se desvió de los latidos acelerados de su corazón hacia el hombre tendido en la arena.

Podría ser más confusoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora