| 02

508 27 12
                                    

Mark miró el pequeño pueblo sin mucho ánimo, era el último paradero antes de regresar, sus vacaciones o mejor dicho su escape de su familia y problemas estaba en la recta final. Había conocido a muchas personas de diferentes lugares del mundo y todos o su gran mayoría fueron amables con él.

Los turcos de Ankara eran muy diferentes al resto por su cultura pero de igual forma eran agradables. Incluso compartieron de sus plantas medicinales que causaron risa en el tren y le volaron la mente. Los alemanes eran más tranquilos y silenciosos que los franceses y gringos que con vino dejaron el descontrol en lugar donde se los encontraba. El rumano era el único sombrío que miraba con recelo al turco y vociferaba en su idioma.

Compartió con ellos lo suficiente como para memorizar algunos pueblos y ciudades que si valían la pena conocer, además de unas frases básicas de cada idioma para no pasar como el turista tonto dispuesto a ser estafado como a muchos les había ocurrido.

Uno de los alemanes le obsequio una agenda pequeña, del tamaño que usaría para recordar la lista del mercado, para que anotará las frases y direcciones para no acabar en un problema como a él le ocurrió al visitar el suroeste del continente.

El gringo aportó con su desagradable visita a aquellos lugares ya fuese por la hospitalidad o por el idioma impronunciable que no le facilitó las cosas.

En la posada del pueblo del cual no recordaba la apta pronunciación que debía darse por las vocales y letras extrañas, era pequeña y barata, sin lujo pero con lo único que le interesaba; una cama con un colchón decente y un baño limpio.

No necesitaba nada más puesto que iba a recorrer la zona por largas horas.

La comida era aceptable, no era ni sabrosa ni desabrida, pero viniendo de una niña de doce años que atendía junto a su madre no podía esperar otra cosa. El hermano mayor, que debía tener la mayoría de edad, era quien cobraba y mantenía las cosas tranquilas. Borracho que llegaba, borracho que se iba.

Pará la tercera noche, la gente local hablaba de la celebración que estaba por ocurrir, que debían tener precauciones. No preguntó pero la niña que manejaba un poco de inglés se lo tradujo a la "semana de la rusalki" y no dijo más.

Después de eso las charlas se perdieron en la barrera del idioma y el que la mayoría estaba pasado de copas o durmiendo hasta que un gringo pasado de copas soltó una bomba de información tras estar mirando a los turistas, entre ellos al joven rubio de ropa fina y costosa que podía valer mucho dinero; Mi primo vino hace tres años a este pueblo de mierda, encontró una playa para el solo, privada y hermosa, como ir a Grecia pero sin los griegos y su idioma impronunciable... Dibujo un mapa y me lo envió poco antes de la guerra, es por el este, casi a la salida del pueblo... Yo puedo guiarte.

La niña que barría se acercó en silencio a recoger los vasos sucios antes de darle una mala miraba al hombre que hablaba. Como si le incitara a dejar de hablar.

Sabía que lo estaba por estafar, y pronto otro turista desaparecido sería otro muerto del camino encontrado en el bosque cerca de las famosas cascadas.

Siempre en estas fechas, cuando el cielo era claro, las estrellas y la luna brillaban con mayor intensidad, turistas, tanto mujeres como hombres sin importar su condición desaparecían sin dejar rastro y después de semanas sus restos eran encontrados en la parte inhóspita de las playas o los bosques. Todos con la condición de mordidas de animal en las partes blandas, comidos casi por completos y con una muerte poco clara para el atiborrado médico forence que con esos cuerpos degradados no podía hacer maravillas. Algunos eran declarados muertos por accidente por los hematomas que indicaban caídas y fracturas en el cráneo o cuello, otros eran por ahogamiento y desgraciadamente otros eran un misterio por las heridas que presentaban.

𝐑𝐔𝐒𝐀𝐋𝐊𝐀Donde viven las historias. Descúbrelo ahora