~ 3 ~

100 15 5
                                    

Me sorprendía, es algo que no quiero negar.

El doctor Kim Nam Joon, un galardonado y reconocido psicólogo y psiquiatra, hace años se había comprometido con una hermosa chica de Inglaterra.

Él había decidido estudiar nuevas enfermedades mentales en Liverpool y ella era la hermana de uno de sus compañeros de estudio. Le atraía su feminidad y la delicadeza de su personalidad, así que formalizó una relación en poco tiempo y la llevó con él a todos los lugares donde prosiguió con sus estudios hasta que lo contrataron de tiempo completo en el centro psiquiátrico.

Ella era la definición de mujer perfecta en lo que respecta al físico, siempre utilizando vestidos que de algún modo hicieran más notorias las curvas de su cuerpo, tenía una piel pálida pero ruborizada, una melena rubia que siempre llevaba suelta y unos ojos verdes con una mirada que, a mi pensar, era la de una víbora que deseaba picar sin pensar en las consecuencias.

Recuerdo que cuando empecé a trabajar solía ir al centro psiquiátrico a dejar el almuerzo del doctor, se paseaba galante por los pasillos de centro y vociferaba que venía a ver a su prometido "el psiquiatra Kim". Sin embargo, un día simplemente dejó de venir, nunca le pregunté al doctor la razón, eso era parte de su vida personal y no quería parecer una chismosa, pero tampoco es que me agradara demasiado aquella muchacha. En realidad, prefería fingir que no existía por su fea manera de ser.

–bueno... admito que nunca me agradó– dije sincera y él me miró confundido mientras arreglaba sus lentes –parecía ser una chica bastante...– tomé una pausa para analizar adecuadamente las palabras que describiera a esa mujer –promiscua... ¡coqueta! venía con tacos altos y falda diminutas para montarse encima suyo y besarlo como si nunca en su vida lo hubiese hecho

Las mejillas del doctor se tornaron color carmesí y su expresión denotó vergüenza en su máximo y más puro esplendor –¡ah!– rascó su nuca –vio eso– rio nervioso

–era imposible no verlo, mi área de trabajo está casi junto a la suya– señalé mi escritorio que se encontraba a unos metros del suyo –por eso me solía escapar de la oficina cuando ella venía, creo que una vez vi su ropa interior– dije con una mueca y él rio avergonzado

Suspiró –tiene razón, ella es así– me miró un poco más tranquilo –¿qué me dice usted? Nunca la he visto con pareja

Asentí –y nunca lo hará, no tengo planes de enamorarme– rio con suavidad y me miró

–nunca se ha enamorado ¿me equivoco?

Negué con la cabeza –he visto a mis amigas y amigos ser lastimados por el amor y ahora veo a mi jefe sufriendo por eso, es claro que no deseo tener que vivir esa horrible sensación– me excusé y suspiré agotada

–pero es una parte esencial de ello, no sabe de lo que se pierde señorita Hamada– se acomodó en su asiento –el amor es bello

–pero te hace sufrir– asintió con la cabeza

–no existe la alegría sin dolor– dijo dejando una pausa en el ambiente que me hizo reflexionar un poco –piense al amor como una rosa– continuó mirando por la enorme ventana –tiene espinas y cuando apenas es un capullo no se ve su belleza, pero una vez florece –suspiró con calidez tiñendo su rostro –su belleza es impresionante, con su hermoso rojo, pintando a la perfección cada pétalo

Suspiré ante el dramatismo y me apoyé en su escritorio –sigue sonando como algo tonto, como un laberinto del que no hay escapatoria y mientras más vueltas das, solo te pierdes más

–eso lo dice ahora

–creo que es lo mismo que pensaré mañana

El doctor Kim sonrió divertido y devolvió su atención a mí –imposible, algún momento le llegará y no podrá hacer nada al respecto

Iba a responder.

Quería decirle que se equivocaba y que no creía realmente que el amor existiera. Algo un tanto irónico, tomando en cuenta que era una fanática declarada de las comedias románticas y tomando en cuenta el pequeño hecho de que sí me había ilusionado con varios chicos otras veces. Como siempre, eso había terminado en decepción y ahí estaba la razón por la que me volví escéptica a la idea del amor.

La puerta de la oficina se abrió de golpe, obligándome a ponerme de pie junto a él y observar a la menuda figura femenina que se acercaba a su escritorio. Esa figura que hoy llevaba una falda ajustada y una blusa transparente, dejando ver su sujetador con encaje.

Que envidia, yo ni siquiera tenía sueldo suficiente para comprar un sujetador medianamente decente.

–Nam Joonie– saludó la prometida del doctor Kim, él se veía tan confundido por su presencia al igual que yo –cariño, lamento no haber venido antes, pero...– empezó a observar con desdén la oficina hasta que me miró –¡oh! ¿qué tal? Ahora tienes una sirvienta, tráeme café querida

La miré sin expresión ni emoción alguna, sabía que no lo valía –disculpe pero no soy una sirvienta señora

Me miró sorprendida y algo dolida –¿señora?

–deja tu falsa sorpresa Ella, la señorita Hamada trabaja conmigo desde bastante tiempo y la conoces

Ella suspiró con algo de furia –lamento mi equivocación señora Hamada

–ella no está comprometida ni casada Ella

–ay lo siento cariño ¿acaso le molesto señora Hamada?

–Ella– la reprendió el doctor Kim

–déjelo así señora, no me importa– tomé el reporte de un paciente aleatorio del escritorio del doctor –voy a revisarlo– fingí demencia, como siempre que esa mujer venía porque su presencia no era una cosa realmente agradable para mí –necesitaba saber sobre la medicina si está siendo bien administrada ¿me equivoco doctor Kim?

Me miró intentando buscar ayuda, lo cual me pareció bastante cómico porque minutos atrás hablaba de cómo deseaba terminar su compromiso con ella.

A mí no me agradaba, no quería causar problemas y sabía a la perfección que necesitaban espacio para discutir sus cosas a solas.

Con una mirada el doctor Kim lo comprendió todo por lo que asintió rendido –ya sabe que hacer señorita Hamada– 

–con permiso– dije y salí de la oficina

Alert® || KNJDonde viven las historias. Descúbrelo ahora