La Flecha y el Rapto

616 22 8
                                    

Había una vez, cuando los cultivos crecían verdes todo el año, una muchacha llamada Perséfone, era hija de Démeter, diosa de la agricultura, y de Zeus, señor del rayo y de todos los dioses.

La joven vivía en un jardín aislado, rodeada solo por flores y animales. Su madre la había confinado para evitar que sea pretendida por algún dios libidinoso o algún mortal dispuesto a corromper su inocencia y lastimar su corazón.

Mas conforme la joven iba creciendo, lamentaba el no tener un compañero, pues incluso los animales tenían pareja y eran felices.

Zeus oyó el lamento de su hija y ordenó a Eros que le disparará una de sus flechas de amor, para que deje de sentir ese vacío en ella.

Pero cuando Eros estuvo a punto de disparar, fue descubierto por Démeter, quien furiosa le preguntó por qué hacía eso. Al saber que el responsable era el señor del Olimpo, Démeter subió, furiosa, a discutir con él.

¡¿Cómo te atreves a hacerle eso a mi pequeña?! - le gritaba, mientras su ira provocaba temblores a lo largo de toda la tierra - ¿¡Esperabas ponerla en bandeja para el primer mortal que pase primero?!

¡Calma, mujer! - respondió Zeus con voz de rayo - ¡Nuestra hija ya es una adulta! ¡No puedes decidir por ella, ni evitar que crezca!

¡Los hombres son viles y traicioneros, lastimarán su corazón! ¡La usarán y luego la desecharán como...!

¿...Cómo mi marido a ti? - Hera, esposa legítima de Zeus estaba echada de espaldas sobre un diván - Tus lloriqueos me aburren. Esposo mío - dijo dirigiéndose a Zeus -Iré a ver si otra de tus furcias ha parido un hijo al cual... visitar.

Dicho esto la señora del Olimpo desapareció, dejando a Démeter con el rostro rojo de rabia y a Zeus frotandose el ceño con los dedos.

¡Eros! - llamó- ¡Ven aquí!

El dios alado voló raudo al llamado de Zeus

-A las ordenes, mi señor.

-Ve a la forja de Hefesto. Juntos harán una flecha de amor, pero no como las que ya tienes, será una especial; la arrojarás al aire y tendrá que caerle a un hombre fiel y digno.

Eros se vio contrariado - Mi señor, aunque el amor sea fuerte, las pasiones de la carne también lo son y...

-¡Lo sé! - le interrumpió el soberano, cuya propuesta había transformado la ira de Deméter en curiosidad - ¡Oiganme, Démeter y todos los dioses del Olimpo! - respondió alzando la voz como un trueno - ¡Si esa flecha no llega a golpear a ningún hombre, mortal o inmortal, casaré a Perséfone con el primer dios que me lo pida! ¡Lo juró por el río Estigia!

Un rayo atravesó el cielo, sellando la palabra del dios del Olimpo.

-¡Está bien! - Vociferó Demeter, frustrada pues sabía que no podía ir contra la voluntad del dios supremo - ¡Así sea! ¡Y ya sabemos que eres el dios del rayo, no es necesario lanzar uno cada cinco minutos!- añadió mientras se daba la vuelta para descender al mundo de los mortales.

Mientras tanto, en el Inframundo, un siervo asustado se dirigía a la Sala del Juicio.

-¿Señor Hades? preguntó con timidez, mientras se acercaba a la parte trasera del trono.

El dios del Más Allá estaba sentado, apoyando una mano sobre su mentón con gesto aburrido. Su túnica color rojo oscuro formaba pliegues alrededor de su cintura y rodillas.

-Dime, Eurynomos - le respondió con voz aburrida.

-Han aumentado los terremotos, señor, algunas grietas se están abriendo en la superficie, lo cual causa que los escombros caigan aquí y...

-Oh, que tragedia. ¿Tenemos algún muerto?

Eurynomos se mordió los labios antes de responder. Hades jamás había reído en voz alta y nunca nadie sabía reaccionar ante sus sarcasmos y comentarios ácidos.

-No, mi señor, pero la luz está entrando y eso pone inquietas a las Furias, sin contar con que algunos muertos podrían escapar...

Hades lanzó un suspiro antes de contestar

-¡Minos, Eaco, Radamanthys! - los tres estaban sentados de espaldas a unos poco metros de distancia, juzgando las vidas de los muertos recién llegados - Tengo un asunto que atender en la superficie. Sigan con los veredictos hasta que yo regrese, pero nadie entra o sale ¿Está claro?

Los jueces asintieron con la cabeza sin dejar de revisar sus archivos. Hades se puso en pie y empezó a andar.

-Mi señor - le volvió a preguntar Eurynomos - ¿Será prudente dejar a los muertos esperando?

-No es como si tuvieran otro lugar a donde ir - le respondió Hades sin voltear a verlo.

Sentía como el sol le quemaba y cegaba mientras ascendía al mundo de los vivos, obligándolo a cubrirse el rostro con su capa mientras murmuraba:

-Encerremos a Tifón debajo de las montañas, dijo Zeus, que no lo ponemos en el mar por que cuando tiemble podría causar maremotos. Claro, por que temblores y volcanes son una mejor opción. ¿Qué eso va a afectar el reino de Hades? ¡Al infierno con él! No, no lo estamos insultando, en serio, que sea el rey del Inframundo mientras yo gobierno el cielo y la tierra, claro que si...

Mientras caminaba se encontró con la figura alada de Eros, quien se encontraba revoloteando.

-¡Hades! - le llamó este, con una cierta ansiedad en la voz - ¿Có...cómo estás? ¿Qué haces por aquí, en la superficie?

-La tierra tiembla, posiblemente Tifón esté rascándose la espalda debajo del volcán Etna otra vez, así que ahí voy.

-Oh no, no es por eso, es solo que Deméter y Zeus tuvieron una discusión por, bueno...

-La rueda del destino es curiosa - le cortó Hades con un bufido - mis hermanos antes luchaban con titanes y ahora lo hacen contra sus amantes. ¿Ya se le pasó el berrinche a Deméter?

-Si, si, definitivamente, te aseguro que no causará más problemas...- afirmó enfáticamente Eros.

-Bien, regreso a mis dominios - Hades dio medio vuelta mientras un abismo se abría en la tierra para que entre a su reino - Adiós

-... por ahora - susurró Eros mientras veía como, imperceptible, la flecha que había lanzado iba clavada en la espalda del dios de los muertos.

Perséfone observaba las flores con los ojos húmedos. Había vuelto a discutir con su madre, y en un arrebato había salido corriendo. Demeter estaba vigilando la siembra, así que no tuvo tiempo de perseguirla.

Estaba tan absorta en sus pensamientos que no se dio cuenta cuando empezó el temblor.

Los pájaros salieron volando mientras aumentaba la intensidad de las sacudidas. Perséfone se tambaleó mientras observaba como una grieta enorme se abría de la tierra.

"Este no lo está provocando mi madre" pensó mientras clavaba la mirada en el abismo.

El suelo dejó de temblar. Un humo plomo, espeso, salió de la abertura. Y detrás un jinete. Su caballo y su armadura eran negros como la noche más intensa. El yelmo proyectaba una sombra que le cubría el rostro, envolviéndolo en penumbra.

Antes de que pudiera gritar, el misterioso aparecido la tomó por la cintura y la montó en su caballo, luego dio medio vuelta y entró con ella al inframundo, cerrando el abismo tras de sí.

Hades y PerséfoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora