Prólogo
14 de abril 1818. Bristol, Inglaterra.
De pie junto a la ventana leyó la misiva que había llegado hacía unos momentos, la cual no era portadora de buenas noticias, la carta se deslizó de sus manos cayendo al piso y su mundo entero se detuvo. El dolor en el pecho era tan grande que temió por la vida que llevaba en sus entrañas, su corazón se quebraba. Parecía que podía escuchar el crujir de su alma rota.
Como pudo se sostuvo del escritorio, trató de pedir ayuda pero su voz simplemente no salía. Caminó con dificultad hacia la puerta ya que un dolor punzante se instaló en su vientre haciendo casi imposible dar un paso. Llegó a la escalera y volvió a llamar a su nana pero nadie acudió a su llamado. Gritó, rogó y lloró y aun así su voz parecía silenciosa. Bajó el primer escalón levantando su vestido para no trastabillar, una nueva contracción mas fuerte que la anterior hizo que llevara su cuerpo hacía adelante perdiendo el equilibrio, rodando por las escaleras, cuando llegó al pie de la esta, ya se encontraba inconsciente.
La tenue luz de las velas apena podían ocultar el desconsuelo en su rostro, los gritos de dolor retumbaban en toda la casona, aquella que había sido residencia de un amor tan grande y puro, pero ahora alojaba solamente tristeza.
La criada se acercó con un nuevo cubo de agua tibia y más retazos de tela que habían sido hervidas con anterioridad esperando a ser usadas. Una mujer robusta se lo arrebató de las manos sin ninguna delicadeza ordenando que le trajera más agua. La muchacha se apresuró a salir de la habitación para catar las órdenes.
- ¡No soportará mucho tiempo así, la hemorragia no se detiene! – vociferó con amargura mirando a la mujer que tenia a un lado, la cual estaba paralizada sin saber que hacer.
- ¡Dios bendito, mi pobre niña! – sollozó Lady Blount, tomando la mano de su hija quien no dejaba de quejarse y llorar por el intenso dolor.
- ¡Julia! – llamó la partera, mirando a la mujer que tenía enfrente con un paño frió en su mano sobre la frente de la joven postrada en la cama – No dejes que se duerma, porque la perderemos.
La cara de Julia Collins se desfiguró, la niña que había visto crecer y a la que quería como una hija se estaba dejando ganar por muerte.
- Mi niña...- la llamó la señora Collins – Mi niña, no te duermas por favor, abre tus bellos ojos...
La joven que apenas se mantenía consciente, sonrió de lado y levantó la mano tocando la cara de su nana dejando una caricia apenas perceptible.
- Tu siempre quieres hacerme sentir bien nana... - la voz se perdió cuando un alarido desgarrador salía de su garganta.
- ¡Puje Victoria! ¡Puje con fuerza! – ordenó la matrona con voz gruesa.
Victoria respiraba con dificultad , ya no le quedaban fuerzas, sentía que estaba perdiendo todo y no sólo la fuerza de voluntad para seguir viva, la felicidad se le escapa de las manos una vez mas, estaba cansada solo quería dormir cerrar los ojos y que todo dolor se esfumara.
- ¡Victoria despierta! - gritó su madre levantándose de la silla que había puesto a su lado desde que el tormento de la noche comenzó - ¡Despierta! – volvió a decir con fuerza pero esta vez estampando su mano en el pálido rostro de la joven, dejando una marca roja en ella.
Victoria reaccionó de golpe mirando asustada a su madre – Madre... no puedo mas, te juro que no puedo mas... - sollozó con cansancio.
- No Victoria, vas a dar un poco mas de ti, solo un poco mas hija y podrás tener a tu hijo en tus brazos, tal como lo quisiera Oliver.
La joven volvió a llorar y ahora no era por el dolor físico sino por el dolor de su corazón roto, dando paso a una lluvia de recuerdos, todos bellos, todos felices y brillantes como los ojos de su amado capitán Oliver Beckett.
- ¡Puedo ver la cabeza! – informó la partera – Puje una vez mas niña Victoria, ya casi sale.
Victoria respiró hondo y pujó con todas las fuerzas que le quedaban. La cabeza del pequeño bebé salió y los hombros, lo que facilito poder tomarlo, con tal maestría y sacarlo del interior de la joven dama que estaba exhausta. La matrona tomó al pequeño entre sus brazos y cortó el cordón umbilical para después envolverlo con una manta limpia. Se alejó de las mujeres para terminar su trabajo, limpiando a la criatura sobre una mesa que se había dispuesto por necesidad.
La medre de Victoria orgullosa de su hija le sonrió con dulzura – Muy bien hecho hija, serás una excelente madre – la palabras sonaban como la seda en los oídos de la joven.
- Gracias mamá...- susurró Victoria – Estoy tan cansada...
Victoria se dejó vencer por Morfeo quien la tomó en brazos y la llevó a recorrer las mieles de los sueños. Pero la lucha no terminaba aun, la señora Jillys, quien aun cargaba al bebé, estaba tardando más de lo esperado, se podía notar la tensión en su columna la cual estaba rígida observando al bebe entre sus brazos.
- Señora Jillys ¿Qué sucede, porqué el bebé no llora? – preguntó Julia al borde de una crisis nerviosa.
Ésta sólo negó con la cabeza – Es demasiado pequeño, no sobrevivió... - la palabras parecían atoradas en su garganta – Lo siento mucho.
La madre de Victoria se tapó la cara con ambas manos, dejando salir toda la angustia acumulada. Y aun así, la mala fortuna no daba tregua ya que el trabajo parecía no tener fin. Cuando la señora Jillys fijó su vista en Victoria, notó que el sangrado seguía persistiendo.
- ¡Niña has algo y llama al médico! – gritó la señora Jillys a la jovencita que estaba parada cerca de la puerta llorando por la desgracia de su señora, sosteniendo varias toallas limpias las cuales tiró prácticamente sobre la cómoda de madera oscura para salir corriendo.
- ¿Qué sucede? – preguntó la nana con clara preocupación.
- La señora no deja de sangrar – se acercó apresuradamente a la madre de Victoria depositando en sus brazos el pequeño cuerpo inerte. La señora Blount lo tomó delicadamente y lo abrazó con fuerza llorando amargamente – Si no paramos la hemorragia la niña Victoria morirá.
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El reflejo de nosotros
Historical FictionEsa tarde, cuando recibió aquella carta, la felicidad de Victoria se esfumó por completo. Con el alma destrozada aprendió a vivir en soledad acostumbrándose a ella. Refugiada entre partituras y su pianoforte Victoria pasa sus días escribiendo por aq...