Al servicio del Emperador

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Madame Wu Xi había sido por casi veinte años la guerrera más despiadada y sanguinaria de todo el imperio. Mongoles, tártaros y hasta turcos tenían certeza de su reputación como martillo de las huestes, tanto que durante su servicio dudaban en siquiera mirar hacia China.

Pero como todo consagrado guerrero, harta de sus horrores optó por el retiro, siendo que el pueblo le debía la paz tan ansiada por siglos.

En su retiro, no obstante, la paz no llegaba al corazón de Wu Xi. No dejaban de perseguirle la memoria de los soldados enemigos a quienes masacró sin tregua. No hubo hora en el día que no trajera pesadumbre por toda aquella muerte, mientras la tranquilidad de su pequeño palacio solo daba lugar al tormento de la culpa. Así fue hasta que pasaron cinco años.

De pronto una saeta se clavó en su puerta y, adjunta a ésta, una misiva con el sello imperial.

Ella no se atrevió a abrir la carta.

Ya estaba al tanto de la osadía del enemigo, confiado en su ausencia. Sabía que pronto el Emperador demandaría nuevamente su servicio.

Una mueca más que una sonrisa adornó el rostro de Wu Xi.

Y de repente la aflicción del pasado se tornó en remembranza.

Relatos que no vienen a cuentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora