parte 4

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No recuerdo cuanto tiempo estuve en la consulta, ni como me despedí de Cristina. Lo siguiente que recuerdo es que ya estaba en mi casa, me quedé de piedra cuando desperté; le estaba haciendo un masaje a... ¡Sara! mi odiosa hermana, yo la contemplaba atónito, estaba tumbada en el sofá del salón, sonriendo plácidamente, y yo a su lado.

- ¿Cuánto tiempo llevaba así? - me preguntaba a mí mismo, debía ser mucho rato, porque me dolían las manos - ¿Cómo he empezado a hacerle un masaje sin que me diera cuenta?

- ¿Quiere que siga señorita? - pregunté instintivamente.

- Sí, sigue hasta que te diga, inútil.

- Sí señorita.

No podía creerlo, ahora les obedecía sin darme cuenta, me insultaban sin atreverme a protestar. Pero no quería vivir bajo esa condena, obedeciendo a Sara y compañía. Había sido Cristina estaba seguro, cuando me había hipnotizado debió decirme que viniera aquí y le hiciera un masaje a mi hermana sin darme cuenta.

- Ya está bien, Helena, ahora quiero que saques tu ropa del armario y la dejes en bolsas, listas para tirarla, tienes que dejar sitio para la que has comprado; date prisa, tienes mucho trabajo.

- ¿Qué ropa, señorita?

- La que has comprado, inútil. Por cierto, me gusta mucho el conjunto que has traído; veo que empiezas bien.

- ¿Pero de qué ropa habla? Es que no sé a qué se refiere.

- No te hagas el tonto. La ropa que tienes en aquellas bolsas, detrás de ti - insistió ella, señalando tras de mí -. Las has dejado en el suelo para hacerme el masaje.

En efecto, me di la vuelta y vi tres bolsas con ropa, la saqué y...

- ¿De verdad me he comprado todo esto?

- ¿No te acuerdas? - respondió mi madre sonriendo, estaba distinta, tenía unos pendientes nuevos, unos herretes que colgaban de las orejas - has vuelto con ropa nueva para ti y un regalo que nos has hecho. ¿No irás a decirnos que tampoco te acuerdas del detalle que has tenido con nosotras?

- ¡Qué regalos! - pregunté desconcertado.

- ¡No vuelvas a levantarnos la voz, estúpida! - advirtió mi madre, mientras me daba una serie de bofetones -. No pienses que por este detalle vamos a ser mas blandas.

Yo no me movía, dejaba que me abofeteara tantas veces como quisiera, tenía miedo de enfadarla aún más. Me dio tres bofetones.

- Lo siento, lo siento, lo siento, mi señora - respondí arrodillado ante ella, besando sus pies -, es que no recuerdo nada desde la consulta con Cristina.

- Vaya, aprendes rápido, ahora me besas los pies, para disculparte - añadió ella, con una sonrisa soberbia, mirándome tan humillado.

- ¡Y no la llames Cristina, llámala señorita, Señorita Navarro o Doña Cristina, que al menos tiene una carrera, y tú ni eso! - intervino ella mi odiosa hermana mientras me agredía sin piedad, me dio otros tres golpes.

- Lo siento señorita, no volverá a pasar.

- Bien, ahora vacía tu armario y mete toda tu asquerosa ropa varonil en bolsas de basura, incluyendo la que llevas puesta y luego guarda la que te has comprado. Cuando hayas acabado vuelve aquí, ponte de rodillas y dime que ya está, entonces podrás decirme que te gustaría que te recordara el regalo que nos has hecho.

esclavo por contrato Donde viven las historias. Descúbrelo ahora