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capítulo uno
HICIMOS UNA PROMESA

James, con tan solo ocho años, se encontraba feliz, jugando animado con sus primos a las escondidas en el bosque que estaba detrás de su casa, cuando en un abrir y cerrar de ojos se encontró en la espesura del bosque, perdido.

Caminó de un lugar a otro con el miedo a flor de piel, todo se encontraba casi en penumbras, pues el sol se estaba ocultando: muy pronto el bosque se vería envuelto en penumbras y la naciente neblina lo anunciaba.

Con el nudo en su garganta, el pequeño James gritaba el nombre de cada uno de sus primos, incluso el de su propia madre, quien le había prohibido entrar al bosque, pero ese día el menor quiso hacerse el valiente con sus primos y desobedeció las reglas.

Ahora se encontraba perdido, con un río de lágrimas amenazando con desbordarse sin control. Una vez la primera lágrima salió, pudo escuchar un bello canto, casi inaudible, pero ahí estaba.

James se limpió las lágrimas con la orilla de su camisa y siguió el canto, el cual provenía del fondo del oscuro bosque, donde una tenue y agotada luz se escabullía entre los troncos de los árboles y sus ramas.

Caminó hasta que llegó a un pequeño prado, en el cual se encontraba un viejo árbol a las orillas de un lago. A los pies de dicho árbol, se encontraba una niña dibujando.

Ella era quien cantaba.

El niño trató de no hacer ruido, pues no quería interrumpir el canto de la fémina, aunque si deseaba ver su rostro.

James dio un pequeño paso adelante, pero pisó una rama la cual rodó e hizo resbalar al chico, cayendo de sentón al suelo. En seguida, el canto de la niña cesó y el chico, al levantar su mirada, se encontró con el fino rostro de la niña, quien lo miraba atenta.

La niña tenía unos brillantes ojos grises, una nariz pequeña, cejas finas y una piel de porcelana que hacía juego con aquella larga y ondulada cabellera rubia.

James se quedó mirándola fijamente: al parecer sus ojos se habían conectado y habían creado un silencio incómodo entre ambos. La rubia se levantó del césped, dejando de lado su libreta y miró al chico aún con la distancia entre ellos.

—Lo lamento, no quise...

—No te preocupes —se apresuró a decir la pequeña.

En un noble gesto, la menor se acercó hasta quedar frente a él y le tendió su mano para ayudarlo a levantarse. James, quien se encontraba apenado, hizo una pequeña mueca de vergüenza y aceptó la ayuda, levantándose del suelo.

—Gracias... —agradeció mientras sacudía sus ropas.

—No hay de qué —la niña arrugó su nariz.

La sonrisa que esculpía en su rostro, se desvaneció cuando notó cómo las facciones del menor se contraían débilmente en señal de dolor.

—¿Estás bien? —preguntó preocupada.

—Si, no me dolió —respondió el chico con el ego levemente elevado.

Cuando el chico cerró su mano en un puño, una mueca de dolor dominó repentinamente su rostro.

—¡Ahh! —exclamó sacudiendo su mano.

Al ver su palma, notó que estaba raspada e irritada.

—¿Estás seguro? —volvió a preguntar la niña, esta vez con una sonrisa sarcástica.

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⏰ Última actualización: Oct 04, 2024 ⏰

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