Capítulo 1

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Lentas gotas de agua caían sobre mi nariz haciéndome espabilar rápidamente; me senté en un instante y el cuerno de chivo que llevaba en el pecho cayo colgando de mi hombro. Seguía en la sala de aquel oscuro departamento, la barricada de la puerta seguía tal y como la deje y el olor a moho no era opacado por el inconfundible hedor de "esas cosas".

Sintiéndome entumecido me levante y busque mi mochila, encontrándola en un rincón de la habitación tan llena de cosas como la había dejado; el alivio recorrió mi cuerpo, pero se fue tan bruscamente que ni tiempo tuve de saborear el momento. Pasos arrastrantes y el olor a la muerte en persona llegaban desde el corredor, incitándome a moverme como perro atropellado a buscar mi mochila y quitar el seguro al rifle por si cualquier cosa.

Cubierto en una esquina desde donde perfectamente podría disparar a cualquier infeliz que asomara su fea cara, me paraba en posición de tiro, recargándome el cuerno de chivo en el hombro y con el dedo tenso en el gatillo apuntaba a donde creía estaría la cara de algún infeliz...

Un golpe seco en la puerta me hizo apretar el gatillo, pero estaba tan duro y fijo que no se disparó... tenía puesto el puto seguro, se lo puse en vez de quitárselo, y ahora que me acuerdo tampoco estaba cargado. Siendo una situación de peligro verdadero hubiese valido verga en menos que lo cuento.

Me recosté de la pared y me deslicé por ella hasta estar sentado, olvidándome completamente de la puerta. Una corta brisa invernal me recordó que no llevaba suéter, solo una triste camiseta negra bastante rota, ni las mangas tenía.

Alcanzando mi mochila busque otra camisa, encontrándome con una de verde camuflaje militar y mangas largas, que más tarde en sacar que en ponérmela; era de cómodo algodón, estaba fría, pero no se demoró en calentar. No era suficiente, seguía teniendo frío.

Con la vista revise el resto del departamento, que parecería estar completamente vacío si no fuese por el grandísimo desmadre de muebles que atrancaban la puerta; mi chamarra de mezclilla negra y capucha gris oscura estaba tirada junto a mi chaleco militar retacado de balas para un rifle que ya no tengo y también para las fuscas que llevo en la cintura; sin dejar botada mi mochila me acerque a ponerme mi chaleco y demás.

Sobre la camisa de botones me puse un chaleco antibalas color negro que se ve bastante sólido, pesa unos tres o cuatro kilos, no estoy muy seguro; sobre éste un chaleco de tela café oscuro, con seis bolsillos del lado derecho donde entran dos cargadores rectos en cada uno, un bolsillo grande a la altura del abdomen donde no se que chingados va, pero yo llevo tres granadas de fragmentación que entran muy justas en él y una funda para meter un cuchillo que perdí en algún momento hace meses; sobre todo eso me coloque la chamarra, que tantas granadas llevaba tanto en sus bolsillos internos como en los de afuera, en este caso eran cegadoras y de humo. Con tanta chingadera encima podría atreverme a decir que todo pesaba entre unos quince y dieciocho kilos todo junto, pero lo gracioso es que apenas y siento el peso, me siento ligero como una pluma.

—Pinche güevón —me insulté a mí mismo en voz baja, mientras buscaba la mochilita de costado donde llevaba los cargadores para el cuerno de chivo, porque en el chaleco no entran. Me insulté por lo desordenado que soy, además de que así me espabilaba la poca modorra que aun cargaba encima.

Busqué en todo el departamento, hasta que la vi enredada en las patas de una silla, la mochilita estaba tan gorda que pocos creerían que casi no me quedan balas.

Al terminar de soltarla y colgármela en el cuello... los escuché...

Pasos sobrios subían las escaleras, acompañados por leves silbidos y el inconfundible sonido de los muertos cayendo al piso.

Sin levantarme o apartarme de la barricada metí la mano en la mochilita alcanzando un cargador curvo lleno de balas que intercambie por el vacío en mi arma, pero no corte cartucho, no quería delatar mi posición haciendo demasiado ruido.

—¿Estás seguro de que se metió aquí? —una voz inconfundible de maricón se escucho en el pasillo, hablaba lo suficientemente alto como para que se escuchara a través de la puerta.

—Si wey —la voz de quien asumo era su novio taladraba mis oídos, era la voz chillona de un niño de quince años—. Ya te dije que lo vi correr pa' acá, llevaba una chamarra negra con gris.

—Ya dejen de gritar —la voz de la que asumo será la hermana mayor de alguien los regañaba—, los muertos nos van a escuchar y vamos a valer verga.

—Ta bien —contestó el chavito de quince años—. Yo reviso este —giró el pomo de mi puerta y la abrió los escasos centímetros que la barricada le permitía, podía ver hacia adentro, pero no verme a mí— ¿Qué pedo? Esta trabada con algo.

Al decir eso una ráfaga de balas atravesó la puerta, que del susto me hizo caer de nalgas al suelo e incitarme a cortar cartucho y abrir fuego contra la puerta.

Rafagueé la puerta de izquierda a derecha, tratando de no salirme del marco, lo cual me fue imposible. En tres segundos el clic del arma vacía en mis manos me hizo reaccionar, haciéndome levantar como perro atropellado tomando mi mochila y metiéndome a la habitación, siendo seguido por una lluvia de balas que destrozaron la mitad superior de la puerta del cuarto.

—Hijo de puta —el maricón me insultaba, sin dejar de disparar hasta que se quedó sin balas.

Alcanzando una fusca de mi cinturón salí de cobertura y lo vi con una Uzi en las manos cambiando cartucho; no perdí ni un segundo en soltarle tres balazos en el pecho que lo sacudieron tan violentamente que creí le había dado un ataque de epilepsia.

—Ayuda —exclamo la mujer mientras se asomaba por el hueco en la puerta principal, con fusca en mano buscándome, ya sabes para qué.

Pero no le iba a dar el chance y apenas vi su mano le solté el plomazo arrancándole el arma y haciendo que sacara la mano de mi apartamento. —Es mi oportunidad— pensé y raudo me volví a meter a la habitación, poniéndome la mochila en la espalda y saliendo al balcón, donde me esperaba mi plan de escape.

Luego de asegurar la soga al arnés que llevo puesto en la cintura, tire el resto por el barandal directo hacia la calle y de un brinco, de espaldas al vacío, me deje caer por el costado del edificio, descendiendo tan rápido como iría tu puta madre en bicicleta por una pendiente.

Baje tan rápido y tan bruscamente que ni cuenta me di cuando estaba tirado boca arriba en el piso, siquiera sentí el golpe contra la fría banqueta de gris concreto; solo sostenía la pistola en mi mano derecha apuntando al balcón, por si se le ocurría asomar su cara, aunque no le podría dar ni queriendo.

Una vez recuperé el aliento me puse de pie, percatándome de la feroz manada de muertos que luchaban por adentrarse en el edificio, pero se estorbaban mucho unos a otros como para pasar tan rápido como parecían querer.

Los tronidos de los incesantes balazos dentro del edificio apenas me dejaban escuchar mis pensamientos, eso mantendría distraídos a los muertos por un rato. Así que como diría mi buen amigo "aproveche el bug" y salí corriendo como alma que lleva el diablo, perdiéndome en las oscuras calles de la ciudad.

—Que pinche suerte de perro tengo —pensé en voz alta, antes de darme cuenta de que estaba solo...


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