El séptimo hijo

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Poco nada recuerdo de esta historia, seguro que te la sabes muy bien

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Poco nada recuerdo de esta historia, seguro que te la sabes muy bien... es una leyenda tan vieja como el mismo tiempo y a la vez, olvidada con los años. No te culpo, de no ser por todo lo ocurrido seguro que yo también lo olvido.

Esta no es la leyenda que conocemos, es más bien una historia de pérdida y de lo que conlleva olvidar a regañadientes, aunque eso duela como arrancarse un pedazo de la piel.

Esta es una historia repleta de recuerdos, que son mejor olvidar...



Ahí estabas tú, siempre te encuentro en mis memorias como un fantasma atrapado en un espejo, como una pintura rupestre con los colores del otoño, naranjas y marrones y tu cabello negro suave como pulas de un cuervo, tu figura siempre se desvanece en mis recuerdos, como si mi mente a penas si pudiera retenerte un momento.

Tus ojos grises, tu piel ceniza, tus labios rojos... helados.

En nuestro pueblo muy rara vez llegaba gente nueva. Así que tenerte entre nosotros era un milagro o quizá el inicio de una maldición. Tu familia era numerosa, recuerdo muy bien verlos llegar por la ventana de la granja, todos ellos muy parecidos a ti. Tu padre, tu madre todos tus hermanos con los mismos colores: cabello color noche, ojos claros como el mar.

Tú- que parecías el mas taciturno y callado entre ellos-bajaste del automóvil y me miraste a los ojos, supe en ese preciso momento que iba a caer. El cielo sabe muy bien como me dejaste vacía con solo una mirada de esos ojos grises y en el otoño de mis trece años... nuestra historia comenzó.





Mi madre solía repartirnos las tareas a mis hermanas y a mí, casi siempre me dejaban alimentar a nuestras gallinas del corral, jamás me quejaba... solía tomar ese tiempo para pensar un poco fuera de casa, vaciar el alma y mente sin intrusos aunque eso cambió una de esas mañanas frías, mientras alimentaba a mis aves.

Afuera, sentado en los bultos de la milpa seca, estabas tú.

Fácil es decir que me dejaste hechizada, un truco de dejar mis pies anclados al suelo. Tus ojos grises me miraron con cautela y aunque parecías curioso, a mi me pareció más que me tenías al asecho.

-¿Quién eres?- te pregunté con una voz en hilo y preguntarte aquello fue lo más falso que alguna vez he preguntado en la vida pues llevaba días observándote. Tu rostro pétreo, ausente de emociones, me devolvió la mirada de lado.

- David- me dijiste en voz queda, me pareció que tenías lastimada la garganta, como cuando uno habla mucho tiempo o cuando uno llora hasta dormirse, sin embargo no tenías los ojos rojos ni esa u otra señal de haber llorado.

Te sonreí mejor y te dije mi nombre.

Apenas y recuerdo ese momento, aunque me he negado en repetidas ocasiones, no puedo olvidarlo. El pasado es como un libro, a medida de que pasan los años las oraciones son más difíciles de leer o de entender siquiera aunque (para ser sinceros) ni siquiera en aquel entonces te entendía por completo.

Lo que las hojas me contaron Donde viven las historias. Descúbrelo ahora