1995, Lucerna.
Wassertum era uno de esos poco lugares en los que, si llovía, la tierra emanaba el fresco olor a humedad, te daban ganas de sentarte a las afueras, coger cualquier libro y enredarte entre páginas toda una tarde. Desde la habitación, se podían escuchar a los coches mientras pasaban por el pavimento, alguna que otra risa en los apartamentos de al lado y gotas de lluvia empañar los vidrios de las ventanas con su suave goteo.
Gerárd cerró las cortinas del balcón cuando el frío comenzó a calar, se sirvió una taza de té con leche tibia y espero a que el sonido de las voces en la radio guardarán silencio. Aún podía sentir en sus dedos las letras procedentes de la carta que estaba casi frente a él.
Llevaba casi un año aprendiendo el idioma y aún le costaba un poco diferenciar algunas palabras, pero estaba seguro de haber captado la mayoría del mensaje.
¿Desde hace cuánto no escuchaba el apellido Benavich? Probablemente desde la universidad. Había conocido a esta persona, en sus tiempos fueron compañeros y amigos de carrera, aunque de manera repentina ella había desaparecido con solo una carta en su habitación, con lo poco que él mismo le había enseñado de braille. Ahora, casi diez años después le pedía que la visitará esa misma tarde en su residencia en el pueblo.
El azabache apretó el puente de su nariz y acomodo sus gafas negras. No tenía muchas ganas de ir a conocer a quien fuera que estuvieran planeando. Aparte, él era una persona muy ocupada, justo mañana pensaba partir a Londres para entrenar a algunos pianistas jóvenes en una orquesta de renombre. No era por alardear, pero sus lecciones de piano eran muy cotizadas. Exhalo aire audiblemente en busca de una respuesta mental y se frustró aún más por su indecisión, Amelia siempre se había mostrado dispuesta a ayudarle en aquellos tiempos y era difícil pensar en una buena razón para rechazar su invitación aparte de una mala voluntad.
Sorbió los últimos tragos de té y limpio la comisura de sus labios antes de levantarse con cuidado y dirigirse hasta donde las mucamas le habían indicado que se encontraría con un teléfono. Tanteo unas cuantas veces antes de darle vueltas a la rueda y marcar de memoria el número a la agencia de transporte más cercana. Al segundo tono la voz de un joven se escuchó al otro lado del auricular preguntando acerca de los servicios requeridos.
“Necesito un coche para las dieciséis, a la residencia de los Benavich”.
Calculo el tiempo y espero más o menos una hora hasta bajar por las escaleras y aguardar al chofer, había dado indicaciones de su condición no vidente, por lo que cuando un hombre de acento sueco le toco el hombro y le llamo por su nombre no se exaltó.
El clima aún seguía húmedo por la lluvia, los pájaros cantaban animados y el ambiente emanaba el aroma de las plantas llenas de rocío. Aun no estaba seguro de su decisión pero no hubo marcha atrás después de una media hora de camino y escuchar como el motor del aparato se detenía.
Al bajar le entrego el pago al hombre y se despidió amablemente.
Por lo lejos, escucho como unas rejillas eran abiertas, estiro su bastón hasta el suelo y tanteo el terreno antes de dar los primeros pasos, varias voces se unieron al encuentro. Imagin que era la servidumbre dándole indicaciones sobre hacia donde debía dirigirse, saludo con un inclinamiento de cabeza y se dejó conducir hasta el interior de la casa.
Si bien no podía ver, era fácil imaginarse el nivel de la residencia en la que estaba, el aroma a limpio era indiscutible, casi podía visualizar los muebles de alta clase, las pinturas en las paredes y alguna que otra utilería de vidrio a manera de decoración.
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El Despertar de las Calendúlas.
Roman pour AdolescentsLian solo esperaba a un nuevo maestro de piano; jamás pensó que en el umbral de la puerta, un hombre ciego estaría corrigiendo sus partituras. ESTA ES UNA OBRA ORIGINAL Y NO SE PERMITEN COPIAS NI ADAPTACIONES. ©Annet Roble.