El fin del principio

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Esa mañana unas caricias me despertaron, Carmen se encontraba a mi lado sonriendo.

- Buenos días dormilona – decía Carmen sonriendo con ternura.

- Buenos días cielo – decía bobamente de nuevo. Carmen en segundos comenzó a reírse.

- Sin duda eres más tierna cuando estas hipnotizada por el sueño

- O por ti – decía acurrucándome en su pecho.

- Jaja, ahora serás una mimada

- Lo seré solo contigo – decía sonriendo con los ojos cerrados. Ella rio un poco para después abrazarme y descansar un rato más juntas.

Ese día regrese hasta tarde al palacio, casi las 7 de la noche. Pero a pesar de que era muy tarde yo nunca quite la sonrisa de mi rostro. Lo que provocó que los sirvientes me miraran de forma extraña al estar sonriendo tan sinceramente y todo el tiempo, no de manera tranquila, sino de manera emocionada.

Alucard había cuidado bien de los 3 niños y no me dijo nada al haber llegado tarde, era una ventaja de haber cumplido años.

Incluso el cenar con Charles no me quito el buen humor. Estaba tan contenta que quería saltar de felicidad.

- Hoy saliste hasta muy tarde – decía Charles seriamente.

- ¿Qué?, así, bueno salí con algunas amigas a divertirme – decía riendo un poco.

- Que bien – decía Charles indiferente.

Mi emoción no pudo con las reglas de vernos 2 días a la semana, Carmen estaba de acuerdo en eso. Así que, de 2 días, se volvieron 3, luego 4 y después fue toda la semana, dando como punto de reunión la colina de flores, donde pasábamos las horas corriendo, jugando, disfrutando del día como si no hubiera reglas ni nadie que nos parara.

Alucard en un principio lo vio peligroso, nos regañaba muy seguido al no ser conscientes de la situación, pero como siempre yo evadí todas sus reglas, con magia y esfuerzo para que no se diera cuenta, después de todo siempre le gane en las escondidas.

Pasaron los años y mi descontrol fue en aumento, desapareciéndome por días enteros a ojos de mi familia. Henry dejo de pasar tiempo conmigo y la pequeña Alicia apenas si la conocía, ya que no conviví con ella tanto como con Henry. Charles por otro lado no me decía nada, al contrario, su mal carácter se transformó en uno preocupante y débil, pidiéndome de manera amable de vez en cuando pasar tiempo con él, pero siempre lo rechazaba, poniéndole como excusa que debía salir con mis amigas sin falta.

Por otro lado, Mía no era tan descuidada, era cuidada por nosotras, volviéndola la que más tiempo paso conmigo a pesar de no ser considerada mi hija por sangre. Compartía con ella, jugaba con ella, le enseñaba cosas que Carmen no podía enseñarle y la llenaba de mucho amor cantándole o acariciándola mientras dormía en mi regazo después de un día entero de juegos.

Alucard de vez en cuando se iba, diciendo que tenía cosas importantes que hacer, así que había días que desaparecía por completo. En un pasado eso me habría molestado, ya que me hubiera gustado mucho acompañarlo, sin embargo, todos mis sentidos se encontraban ocupado esta vez en una sola persona... Carmen.

Éramos muy felices, mi felicidad era poder ver a Carmen, jugar con ella, pasar el rato con ella, se tenía que tratar de ella para poder sonreír con sinceridad, era imposible no enamorarme de esa sonrisa tan bella que tenía todos los días.

De vez en cuando extrañaba el árbol donde me sentaba a leer en el palacio, recordándome que tenía un deber en el palacio con mis hijos. Carmen después de conocerme por tanto tiempo lo noto, así que un día me llevo a un árbol con una vista asombrosa. Curiosamente era la frontera entre los pueblos nobles y medios, pero aun así era una bella vista.

Mi segunda vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora