Capítulo 01: El retorno.

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Caminaba a paso suave por la calle, observando las casas y los cambios que se había perdido por su prolongada ausencia.

En su mano izquierda llevaba una maleta de ruedas que iba a su compás, en la mano derecha un bolso de mano, que pesaba mucho más de lo que debería, y unas llaves listas para abrir sus correspondientes cerraduras, unas cerraduras que ya añoraban hace  demasiados inviernos.

Al final de su caminata vislumbró una mansión tradicional, hermosa, imponente y elegante, palabras que combinaban muy bien con el propietario de aquel bien.

Sonrió con nostalgia al evocar sus memorias dentro de aquellas paredes, cada risa y lágrima era guardada con recelo por la casa.

Se posicionó en frente de la gran puerta principal y hundió su correspondiente llave en la cerradura, con entusiasmo, hizo que esta girara y con un ligero esfuerzo empujó la pesada puerta.

Al entrar, en el descanso de la casa, cambió sus zapatos con unas pantuflas verde agua y con seguridad deslizó la puerta que le daría el paso al Hall de su morada.

Fue una gran y muy placentera sorpresa ver al  hombre que más admiraba frente a ella; con su gesto impasible de siempre, erguido, con brazos cruzados sobre su pecho en una pose imponente. Vaya que no había cambiado en casi nada y por supuesto que los años le habían asentado de maravilla

— Bienvenida a casa. — Dijo Endeavor con su tono severo.

— Estoy de vuelta, padre. — Expresó la muchacha rebosante de alegría.

Quizá no hubieron abrazos ni palabras de amor, pero, en estándares de Endeavor, esperar en la puerta y darle la bienvenida a alguien  se resume en una "afectuosa bienvenida" y la joven no podía sentirse más dichosa de ver que su padre tomara unos minutos de su apretada agenda de héroe por ella.

— Encargué que mantengan tu habitación como la dejaste. — Informó el héroe.

— Vaya, ¿Incluso mi ropa y muñecas? 

— Como la dejaste. — Remarcó el hombre.

— Puedo redecorar a mi gusto ¿verdad? — Cuestionó con cautela.

— Está decorada a tu gusto — Puntualizó él.

— "Un gusto de hace ocho años, padre" — Pensó la muchacha sonriendo  — cambiando de tema, ¿Cómo están mis hermanos? ¿Están en casa? Fuyumi, Natsuo y Shouto ¿Cómo están?

— Todos están realizando sus obligaciones — Contestó su padre — Recuerda que no puedes desconcentrarte en ser la mejor por ellos. — Le reprendió — Además, podrás verlos en la cena. Por ahora ve a instalarte, en una hora te espero en mi despacho.

— Sí, padre, con permiso entonces — La joven dió media vuelta dispuesta a dirigirse a las escaleras, en el segundo escalón, paró y volteó — Me alegra mucho volver y estar aquí con mis hermanos y contigo padre, los eché mucho de menos. — Dijo con una gran sonrisa. Velozmente le dió un muy rápido abrazo al hombre y se escabulló fugazmente por las escaleras sin esperar una respuesta.

Endeavor miró las escaleras por dónde se había ido su hija, pensó en el abrazo que le había dado y no había correspondido.
Su cerebro lo remontó a  muchos años atrás, cuando ella era una pequeña niña escurridiza que adoraba esconderse en los lugares menos pensados, para luego saltar y abrazarse a él como pudiera, generalmente a una de sus piernas, y finalmente salir corriendo despavorida. Ese comportamiento le había costado muchos castigos al inicio, pues sus repentinos arrebatos de amor habían traído consigo un par de accidentes, sin embargo, al insistir con ese comportamiento, él terminó acostumbrándose a los asaltos amorosos de la menor. 

La parte superior de su labio se curvó en una ligera mueca, sí, había extrañado a la niña.

~°•°•°~

La adolescente subió las escaleras a toda prisa, esperando suprimir así el inminente regaño de su padre, al llegar a la segunda planta, caminó por el pasillo mirando cada detalle de este, desde el suelo de madera, hasta las bombillas de luz, contando y comparando todos los cambios que se habían dado en su ausencia.

Llegó a la puerta que daba a su habitación, esta era igual que todas las del ese pasillo, majestuosa y tradicional, ella había insistido mucho en tener una puerta occidental, en realidad deseaba que toda su alcoba fuera al estilo americano, pero su padre se había negado rotundamente, hasta que llegaron al punto medio perfecto. Lázuli deslizó la puerta tradicional y detrás de ésta, en un inmaculado blanco, se mostraba una puerta occidental, todos ganaban, ella tenía su habitación al estilo americano que tanto quería y no se alteraba el diseño de la casa, al menos en apariencia.

Al pasar la segunda puerta se encontró con su habitación, su padre no había mentido, el tiempo se había detenido en ese lugar. Un remolino de emociones se aglomeraron en su ser, aspiró el aroma del lugar, y le pareció vislumbrar a su hermano menor y ella escondiéndose de papá.

Con una sonrisa de nostalgia en los labios  puso su maleta sobre la cama y comenzó a desempaquetar sus pertenencias. Se dirigió al armario, al abrir las puertas, se encontró con mucha ropa que, obviamente, ya no le quedaría, soltó una suave carcajada y retiró todo lo que había en el interior, lo dobló y dejó sobre el escritorio para disponer de sus colgadores. 

Sus acuosos ojos pasearon por la cama hasta llegar a la mesa de noche que tenía un reloj digital de Hello Kitty sobre él, se sorprendió que hubiera perdido tanto tiempo. Dejó la ropa cómo estaba, a medio hacer, y se dirigió a la puerta que daba al baño de su habitación. 

En el baño, se despojó de su ropa y comenzó a retirar todos los nudos de su melena, su cabello, muy largo, ondulado, con suaves rizos en las puntas y de un pelirrojo vibrante; la gente solía decir que era como fuego, siempre rebelde y en movimiento, como si tuviera vida propia, eran comentarios que la llenaban de orgullo y sobre todo, cuando lo comparaban con el fuego de su padre.

Al culminar con su tarea, prosiguió con darse un muy bien merecido baño; al retirarse del agua, se secó y busco un atuendo para la cena de reencuentro con sus hermanos, unos jeans y una blusa blanca que se ceñían a su anatomía; antes de salir de su habitación, se miró por última vez al espejo y una chica con ojos iguales que los de su padre le devolvió la mirada y la sonrisa.

Después de un recorrido por la extensa casa, se paró frente de la puerta del despacho de su padre y llamó a la puerta.

— Pasa, Lázuli.

I'll Never Be Your HeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora