Magnus
Estoy listo para mi viaje de regreso a Mirellfolw. Ya no tengo nada que hacer aquí. Anoche no pude dormir al escuchar el llanto de Emily. Entre su habitación y la mía hay una distancia considerable y aun así me llegaban sus gritos de dolor como un lamento. Cada uno fue como una daga que me enterraban en el pecho y que yo ayudé a empuñar. Ni siquiera merezco dormir, no merezco estar tranquilo y sé que nunca lo mereceré.
—¿Ya hiciste tu maleta? —le pregunto a Francis.
Llegó hace un rato con los lentes puestos y las manos en la espalda. No ha dicho nada desde entonces.
—Así es —habla por fin—. Ingellus también ha preparado sus cosas para cuando usted dé la orden.
Ya hemos vuelto a los formalismos. Así es mucho más cómodo. Me recuerda mi título, el mismo que siento cómo me reprocha estar perdiendo el tiempo pensando en una plebeya mishniana.
—La señorita Malhore se ha marchado. Atelmoff me lo dijo después del desayuno.
Se ha ido.
Se ha ido.
Se ha ido.
¿A dónde ha ido? ¿Con quién? ¿Cuándo volverá? ¿Acaso volverá?—Atelmoff no quiso decirme en dónde está —dice antes de que pueda preguntárselo.
Era de esperarse. Es un hombre de palabra y me lo advirtió: si la lastimaba, no iba a ayudarme.
—No importa. —Tengo un nudo en la garganta que no me deja hablar bien—.Ya lo hice, ya tengo lo que necesito. Emily no importa.
No es cierto, pero me encantaría que lo fuera. Tengo que alejarme de esa mujer y seguir con mi vida. Tengo que dejar de quererla.
—¿Crees que esté en su casa en Palkareth? —Ni siquiera soy capaz de apegarme a mi resolución por un minuto.
—Es lo más probable.
—Debería ir a hablar con Atelmoff. Puede a mí me lo diga.
—No lo veo posible. Estaba bastante molesto con usted.
No me importa. Necesito que me escuche y que me ayude a reparar lo que hice. Salgo directo a su habitación. Al llegar, no espero a que los mishnianos me anuncien, sino que yo mismo tomo el pomo de la puerta y entro. No pueden detenerme. Encuentro a Atelmoff acostado en la cama mientras una doncella le prepara el equipaje. Se ve tranquilo, como si estuviera en trance, pero eso se corta cuando se percata de mi presencia.
—¿Qué diantres haces aquí, Magnus Lacrontte? —Se incorpora con el ceño fruncido y los labios apretados.
—¿En dónde está Emily?
—¿Piensas que puedes venir aquí a darme órdenes? —Se levanta de un tirón y camina hacia mí, señalándome—. Prefiero quemarme vivo antes de decírtelo. Retírate de mi alcoba ahora mismo.
Se lo dejo pasar. El tono agresivo, la actitud retadora, la insolencia en las respuestas. Sabe, al igual que Francis, que le permitiré mostrar su enojo.
—No iré a verla, lo prometo. —Mantengo la calma, tal como Francis lo hace conmigo—. Quiero saber que está bien, es todo.
—Si está lejos de ti, está bien. ¿No crees?
Ese fue un golpe fuerte. Suele verse tan sosegado que nadie imagina que solo necesita una o dos palabras para herir profundamente. Le hago una seña con la mano a la doncella para que se retire. No tarda en obedecer. Cierra la puerta y entonces corto la distancia que quedaba entre Atelmoff y yo.
—Entiendo que estés molesto conmigo, pero te recuerdo que soy el rey.
—Sin mí no lo serías, Magnus Lacrontte. Ella no quiere verte y no dejaré que te le acerques. Te di un voto de confianza y me demostraste que no lo vales. Le destruiste el corazón.
ESTÁS LEYENDO
Las cadenas del Rey. [Rey 2]
General FictionLa hija de los perfumistas Malhore ahora vive en el palacio, después de ser traicionada por quien creía era el amor de su vida. Siendo prisionera del nuevo Rey Stefan Denavritz, Emily empezará a envolver su corazón en una guerra de sentimientos, cua...