Esos pequeños dientes

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Primerizo como padre, escucho a nuestro bebé llorar en su cuarto. Mi esposa se esfuerza por levantarse. Me ofrezco a ir yo pues ya estoy despierto. Intento ver la hora en el reloj de la pared en vano. En el cuarto de mi retoño —con algunos simpáticos animales de granja que yo mismo pinté—, me doy cuenta que la ventana está entreabierta. Levanto al bebé cual padre amoroso debe hacerlo. 'Tranquilo'— le susurré. Minutos después, cae dormido con una adorable sonrisita, idéntica a la de su madre. Beso su frente en son protector. Lo acurruco en su cunero y regreso a la cama. Mi amada pregunta por el bebé — todo está bien— fue mi respuesta. Antes de rodearla en brazos, el usualmente taciturno recién llegado al hogar, suelta en llanto. Ella parece ni siquiera haberlo notado, como si sólo hubiese zumbado en mis tímpanos. Cimbró mi adormecido cuerpo.

Acto seguido, la casa se llena de silencio.

Inhalo profusamente para ralentizar mis latidos por el sobresalto. Al fin siento mi conciencia desvanecerse, cuando abruptamente el bebé estalla en llanto por tercera ocasión. Aquel relampagueo que recorrió mi espina y erizó toda mi piel momentos atrás vuelve a ocurrir. Al regresar con él, tuve la sensación de nunca haber salido de la habitación. El viento ruge como lo haría una bestia entrando por la ventana, filtrando a la nunca anteriormente temible luz de la luna. Las figuras pintadas en las paredes extrañamente comenzaron a moverse por la pared, observándome con brillantes ojos rojos y mostrando sus colmillos, esperando un descuido para lanzarse hacia mí y devorarme hasta el último hueso. No siendo suficiente con el pavor paralizante que ya sentía, grande fue mi sorpresa el ver el motivo de tal desesperación de mi hijo: eran dientes. Pequeños dientes como de piraña en todo su rostro ahora ensangrentado por las pequeñas mordidas. Mi corazón late seco, estrepitosamente, al borde del colapso. Puedo escuchar el sonido de dientes muy afilados —¡chac, chac, chac!— esperando que me acercara un poco más para desgarrar también mi carne. Me horripilé como nunca.

No me percaté de cuando regresé a la cama con mi mujer. De hecho, no sé si realmente sucedió. Sí, eso es lo que fue lo que soñé esta noche.

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