Prefacio

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Vivir en Blue Hills, implicaba eso: vivir en colinas azules. 

Evidentemente el azul era el toque del hombre, las colinas lo daba la naturaleza. Jenny vivía en la parte baja de las colinas, justo donde empezaba la más alta y empinada de ellas. El azul, del nombre, se debía a que todas las casas estaban pintadas de azul, no había quien se atreviera a romper la armonía de la zona, ellos no serían los primeros, aunque Clare, su hija y su más grande tesoro, siempre decía que su casa se vería muy bonita pintada de rosado.

Jenny tenía dos hijos, el mayor: Will, lo llamaban así porque físicamente era igual a su padre, que se llamaba de la misma forma. Ella no estaba de acuerdo en eso, sobre todo porque su esposo era un hombre absurdamente dulce, amable y sociable, y el pequeño no lo era, podía pasar por tímido, pero ella no estaba muy segura. Igualmente, como cualquier otra madre, amaba a su hijo, incluso cuando no encontraba la forma de hacer una conexión real con él. El pequeño Will, era especial, aunque aún no sabía en qué aspecto; él lo era. 

Clare, tenía 6 años, y desde que había nacido, todo había cambiado para Jenny, siempre quiso tener una niña y la pequeña Clare era una muñequita, había heredado los rasgos europeos de su abuela, Mathilda, quien había muerto hacía 10 años, coincidiendo con el nacimiento de Will. En todo caso, Clare era todo lo que Will no: dulce, activa, sociable, alegre, cariñosa y además, tenía una inteligencia prodigiosa, que a Will no le faltaba, pero era evidente que Clare le llevaba algo de ventaja. 

Esa era la clase de cosas que Jenny tenía para pensar por las tardes, preparando la cena en el mesón de la cocina, en su casa tan de los suburbios. Desde allí, podía ver a través de la ventana hacia la colina más alta, donde jugaban los niños de la zona: bicicletas, estaban en la época de las bicicletas, pronto vendrían los juegos con pelota. Ya había enviado al taller mecánico los balones de fútbol, voleibol y básquet, para inflarlos.

Chequeó el asado en el horno, sólo le faltaba 5 minutos cuando mucho, tendría que dejarlo reposar una media hora y estaría en su punto en cuanto llegara Will, su esposo. Los niños ya debían saber que les tocaba entrar a casa, nunca la habían hecho subir a buscarlos. 

Ese día no sería la excepción, se asomó por la ventana y reconoció las dos cabecitas rubias apareciendo en lo más alto. Sonrió. Estaba agradecida por todo lo que tenía: una hermosa familia, un esposo amoroso y una casa, que en secreto, la veía como su palacio personal. Desplazó la mano por la mesa de superficie de granito y derramó un frasco de salsa de soya que había olvidado devolver al gabinete. Agarró el primer paño que encontró a la mano, no llegó a arrodillarse, aquel grito espeluznante la hizo ponerse de pie muy rápido y asomarse por la ventana. Sólo atinó a ver a Clare sobre su bicicleta descender de la colina, fuera de control. No tuvo tiempo de gritar, sólo empujó la puerta trasera y corrió como nunca.

El mundo se detuvo cuando una camioneta venía a toda marcha, simplemente pasó sin poder frenar, el sonido de aplastamiento fue letal y nunca más la abandonaría.

––¡Clare! ––Gritó desgarrándose la garganta. Luego de eso, se desmayó en el medio de la calle.

CULPABLEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora