Capítulo 3

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A pesar del poco exitoso recorrido de la semana anterior, el día lunes, Melanie llegó a San Severo con ganas renovadas. Al entrar a su oficina vio a José empezar su rutina y varias veces en el transcurso del día pasó por la ventana de Melanie. Pero quince minutos después de haber llegado, Melanie ya no le prestaría atención a las rondas de Maldonado, ella tomó mucho aire antes de releer el referencial de quien sería su primer paciente.

N°: 9 -- 1 -- 318 -- 1212.

NOMBRE: Miguel Antonio Cruz Donaldo.

EDAD: 36 Años.

SENTENCIA: Perpetua. (2).

CRIMEN: Asesinato en primer grado, secuestro y robo (...).

La pequeña nota era un estudio realizado por el psicólogo anterior que apenas duró seis meses trabajando con los reclusos, era de  saberse que no muchos llegaban a completar ni siquiera el primer año, ya fuese por el tétrico ambiente o encontraban algo mejor, que dado el pago podía ser cualquier cosa, pero Melanie tenía ilusión de ayudar a los reclusos, tenía la ficticia idea de que la gran mayoría encontraba el arrepentimiento tras los barrotes, y aunque así no fuera, ella se sentiría satisfecha si tan sólo pudiera ayudar, o al menos disminuir la pena emocional de algún reo.

Le tomó por sorpresa lo mucho que su resolución flaqueó cuando dos vigilantes entraron en la oficina con un tercer hombre: Miguel Cruz, a sus 36 años tenía un aura de  maldad atroz --como si llevase más de una vida alimentándola--  lo traían esposado de brazos y piernas.

--Este es el 1212, doctora --Dijo uno de los guardias.

Antes de ponerse de pie Melanie sintió como sus piernas temblaron.

--Buen día, Señor Cruz --Ambos vigías ahogaron risas al escuchar el "Señor"--. Puede tomar asiento --Indicó Melanie señalando una de las sillas frente a ella. Los guardias lo sentaron y se dieron media vuelta--. Hey --Llamó Melanie dándoles alcance en la puerta antes que pudieran salir de la oficina--. No pueden irse así, ese hombre está esposado.

--¿Y?

--¿Y? --Repitió incrédula--. Yo atiendo personas, no animales, no pueden dejarlo esposado.

El más alto de los vigilantes se le acercó haciéndola doblar el cuello para mirarlo, no se había fijado que tenía las manos en la cintura señal inequívoca de cuan enojada estaba.

 --Son las reglas, doctora, y si no le gustan vaya y hable con el director, pero hasta que eso no pase, este y todos sus "pacientes" --Melanie se enfureció con el gesto de comillas-- se quedan esposados.

--Pero... --Empezó a decir, sólo que ambos vigilantes ya estaban afuera, la sombra de uno de ellos se veía a través de la delgada ranura de la puerta. Se volvió hacia el recluso, que seguía sentado como lo había dejado, mirando al frente y con las manos sobre el regazo--. Señor Cruz, por favor acompáñeme --Dijo ella señalando el juego de sofás de una plaza que estaba en el consultorio antes que ella fuese contratada, se le hacía raro que con tantas medidas de seguridad  permitieran a los reclusos usar un sofá y no una silla eléctrica.

Melanie internamente intentó calmarse, el altercado con los guardias no era algo que hubiese querido, además, nadie le había dicho que tendría a sus pacientes esposados, tal vez asumían que era algo obvio, y tal vez lo era, pero esa tonta fijación de ella por creer que todo el mundo era bueno y obediente la había llevado a tener esa clase de desagradables sorpresas. Sin embargo, sabía adaptarse y si ese era el modo en que se trabajaba allí ella se amoldaría y haría lo necesario para que sus pacientes se sintieran lo más cómodos y libres posible en su consulta.

Cuando volvió en sí, se dio cuenta que Cruz seguía sentado.

--¿Señor Cruz? --Insistió.

--Mira, muñeca --Dijo mirándola finalmente, de arriba hacia abajo--. Has tu trabajo, pretende hacer algo y yo no te molestaré, pero ahórrate lo de intentar entrar en mi psique, porque no te lo voy a permitir.

CULPABLEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora