Absorbente desidia - Alessandra

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— ¡Alessandra! Arriba.

Oigo a mi mamá llamando mientras entra a mi cuarto. Dios, no. No, no. No puede ser. No quiero ir.

—Vamos, arriba. Tienes que pararte —ordenó mientras me quitaba la sábana y la arrojaba fuera de mí. No quiero, por favor—. Es momento de pararse hija.

—Mmm.

Me quejé e intenté volver a dormir, pero era obvio de que no me iba a dejar. Volvió a ordenarme que me parara de la cama una vez más.

—Alessandra. Ya. Arriba por favor.

¡No quiero! No quiero ir, por Dios. Agh. Bueno. Con el cabello desordenado en mi cara y unas infinitas ganas de quedarme durmiendo, luchando contra cada impulso y deseo de dormir, me levanté, sentándome en la cama, intentando abrir un poco los ojos. No funcionó.

—Por favor, Alexa, te necesito despierta —dijo un poco más dulce, volviendo a su habitual actitud y tono—, despierta.

—Okay mamá, pero solo porque te amo.

Me levanté y le di un beso en la mejilla. Luego abrí los ojos, pero los cerré inmediatamente después porque el inclemente y cegador sol que entró por la ventana -que desconocía que estaba abierta- llegó a mis ojos con semejante fuerza que sentí un punzón en mis pupilas, y por instinto, cerré los párpados intentando protegerme de la cruel luz. Realmente no quería ir, pero no quería causarle un pesar a mi madre, así que solo me contuve de crear una rebelión el primer día.

—Yo también te amo amor, pero tienes que levantarte ahora —articuló con dulzura pero con ordenanza, cosas contradictorias que solo pueden hacer las madres— Te amo, me voy. Te quiero bañada y lista antes de las 06:50, tienes que estar ahí a las 07:30.

Dijo, con intensión de irse y dejarme luego de esa semejante noticia. Eso sí me hizo abrir completamente los ojos.

— ¿Qué? La jornada empieza a las 8. ¿Media hora antes? ¿Qué quieres que haga en ese tiempo? ¿Acampe? No puedo.

Mis quejidos al parecer no funcionaron con mi mamá, no se veía que haya tomado mi descontento en cuenta en lo absoluto. ¿Por qué? No quiero ir.

—Te veo abajo, vamos, arriba.

— ¡Mamá!

Y sin más se fue. Me terminé de despertar y fui al baño. Mi baño es amplio, gris, aseado. Muy diferente a mi antiguo baño, igual que mi nuevo cuarto, es completamente blanco. La cama, las paredes, el escritorio -las ventanas, el librero y el rodapié son de madera oscura, llegando al negro. Entré al baño, me vi un poco en el espejo, estoy muy cansada y es más que notorio. Con cada minuto que pasa odio y odio cada vez más el Instituto y este lugar. Bueno, el lugar no está tan mal. Acabamos de mudarnos a Miami, de California. Cali. Extraño California. Por eso no he hecho esta casa un "hogar", pero tampoco es que lo sienta así.

Agarré las pequeñas cornetas nuevas y puse mi iPhone para dejar que la música invada el lugar y se lleve con ella todas mis preocupaciones y añoranzas. Dejé que Macklemore tomara las riendas y me dispuse a abrir el grifo. Entré a mi enorme ducha -que pareciera que fuese para dos o tres personas, pero no está puesto en duda de que yo con alguien no entraré aquí- con paredes de cristal azuladas, abrí el grifo y dejé que mis tensos músculos se relajaran mientras el agua caliente cae desordenadamente sobre ellos, los relaja y me sumerge aún más en mis pensamientos, en la canción, en mi situación.

Todos saben mi descontento, pero intento no ser una carga, por eso intento mantenerme positiva y tragarme mi opinión. No quiero ser un peso para mis padres, cuando ellos no lo son para mí. También intento que mis hermanos agarren la onda y entren sin problemas al Instituto, y que no peleen tanto allí como lo hacen en casa.

Volviendo a lo básicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora