Parte única

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Los blanquecinos muros de un hospital suelen presenciar cosas inéditas. Si estos hablaran, contarían miles de historias increíbles, tristes y hasta milagrosas. No es de extrañar que dichos lugares posean un aura pesado, cargado de emociones, llantos y pesares. Sin embargo, no todas son memorias lúgubres.

Un pequeño pueblo cercano a Tokio vivió una anécdota que marcó un antes y un después en su futuro, una que se llevó a todo aquel ignorante y trajo consigo el conocimiento acerca de la felicidad.
La sociedad fue golpeada por una enfermedad. No había cura y los síntomas se esparcían de uno en uno, dejando un caos detrás. Los especialistas poco sabían acerca de este mal, pues nunca antes habían visto algo como aquello; ya asumiendo que sería una nueva amenaza sin intenciones de irse, la llamaron “amor”. A modo de prevención, pronto se instaló un gran hospital en el pueblo, uno el doble de alto que cualquier otro que existiese, dedicado únicamente al tratamiento de pacientes con esta enfermedad. La gente “sana”, familiares y amigos de los afectados, no veían más ante sus ojos que monótonas paredes blancas, cargadas de las típicas historias tristes. Pero para los padecientes esto no lucía así, puesto que eran arrastrados por uno de los síntomas primordiales: la ceguera.

“Toda persona enamorada −según denominaron a los contagiados−, comienza por sufrir ceguera. Si bien los ojos no son obstruidos de ninguna forma, estos no son capaces de ver de igual manera que los sanos”, declaró un especialista.

Las aburridas paredes se pintaban de colores vivos, alegres y luminosos ante la vista de los enfermos, ya no tenían una memoria triste que recordar, el lugar se convertía en aquel más confortable para cada uno, y el corazón tomaba el lugar y rol simbólico de los ojos. Las malas lenguas decían que quedaban ciegos, pero muchos otros creían que su visión sólo se agudizaba.

Con el tiempo, la gran estructura del hospital empezaba a ser insuficiente. Cada vez más gente era contagiada y, con ello, la seguridad de la clínica se empobrecía. Dicho problema no hizo esperar a las consecuencias, con mayor ímpetu sobre la norma principal del establecimiento; era necesario que los pacientes no tuvieran ningún contacto ni entre sí, ni con nadie fuera del servicio médico (quienes no exponían su rostro al afectado), ya que la afección actuaba cuando estos se “enamoraban”.

Fue así como Tsukishima Kei llegó a los pasillos del centro clínico, perdido, ojeando puerta por puerta en busca de una salida y, sobre todo, completamente sano.

A su vez, Yamaguchi Tadashi, uno de los cuantos afectados, se paseaba a lo largo del corredor esperando a que algún médico lo ayudara a encontrar su habitación.

Un sonido lento y continuo retumbando en el vacío del pasillo siguiente lo hizo suspirar con alivio, creyendo que se trataba de un doctor. Al acercarse tímidamente, pensando en el regaño que se llevaría por no estar donde debería, observó la figura de un chico alejándose a pasos lentos hacia el lado contrario, mas no lucía como un médico. Tadashi dudó. Sabía muy bien que tenía prohibido charlar con los demás pacientes o ajenos al hospital, pero sería sólo un segundo, ¿no? Pediría indicaciones y se marcharía en un suspiro.

—Disculpa —Su voz baja y temblorosa hizo eco en el corredor, llegando a oídos del más alto apenas en un murmuro.

Kei giró sobre sí. Perfecto, era su oportunidad de preguntar dónde estaba la salida de aquel laberinto.

—¿Sabes dónde está la habitación 203?

Tadashi esperó pacientemente por una respuesta, pero el otro no planeaba emitir palabra alguna y sólo se limitaba a mirarlo de pies a cabeza, como si sus ojos fuesen a clavarse en él.

Kei no podía explicarlo, pero todo, las paredes, el suelo, las lámparas, él, su mundo entero comenzaba a moverse. Los colores se alternaban hasta llegar a un punto de luminosidad, viveza y felicidad; aquel lugar, hasta entonces desconocido, pasó a ser uno de sus favoritos; su corazón, tan calmado como lo era él mismo, se aceleró sin previo aviso e irrumpió en su pensamiento razonable.

the disease called love; tsukkiyamaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora