CAPÍTULO I - EL CARNICERO DEL LABIAL

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CAPITULO I – EL CARNICERO DEL LABIAL.

NARRADOR OMNICENTE.

Ahí estaba frente a sus nuevas víctimas, se preguntaba cómo podría hacer esto más divertido, le gustaba hacer lo clásico, pero también quería reinventarse, ver como esas personas se desangran lentamente y apreciar como si de un rio se tratase la sangre o cortar sus brazos y piernas para después hacer una obra de arte con ellas. La extraña voz que siempre habitaba en su cabeza le susurraba que hiciera derramar la mayor cantidad de sangre posible, que disfrutase de estar envuelto en lo que más le gusta de asesinar.

Luego de un intenso dilema en que hacer, se decidió. Se encargaría de hacerles sentir más dolor de lo que ellos causan a esas personas y de la agonía a la que fue sometida ella.

—Muy bien, muy bien —canturreaba mientras caminaba por la pequeña habitación, frotando sus manos enguantadas. — ¿Por quién comenzar? —Paseaba su vista entre las dos personas que tiene en frente— ¡Usted será el afortunado! Vamos, no tenga miedo que será muy lento y voy a poder apreciar cada sonido de dolor que salga de tu asquerosa boca —

Una de las cosas que más disfruta de estos momentos es ver el miedo en sus víctimas, saber que está en sus manos la vida o la muerte. El hombre tan aterrado no deja de balbucear que lo libere y no dirá nada mientras que su esposa sigue inconsciente, pero sabe que no es verdad y que el miedo lo está haciendo hablar; se acerca a la silla como si fuese un león y aquel ser asqueroso un inútil siervo.

—Po-por favor, n-no me lastimes, no te hicimos nada —sus sollozos se hacían más fuertes y no lo dejaban hablar con claridad— so-solo mátame a mí, pero deja a mi esposa e hijos —implora, lo que le dan más ganas de acabarlo.

Miraba tan atento a lo que decía, pero sin una gota de sentimiento o culpa de lo que estaba por hacer, estaba muy concentrado que lo que hacía era por el bien de todos y en especial por vengar la muerte de esas personas que no pudieron. Empezó a reírse con tantas ganas, el doctor no sabía que hacer por tan repentino cambio de humor.

—Tengo que admitirlo, te vez muy patético rogando por algo que es tan inevitable, en especial estando frente a mi —contesto después una vez su ataque de risa seso— ¿acaso tu tuviste piedad conmigo o con aquellos pacientes que te rogaron hasta el cansancio que te detuvieras? —Hizo silencio esperando una respuesta, pero no la obtuvo. — Exacto. Ahí tienes tu respuesta, así que yo tampoco me detendré por más que ruegues y te pido que no grites porque no seré tan amable como pretendía serlo —

Luego de eso no hubo más palabras y dando solo dos pasos se acercó mirando directo a los ojos, saco su cuchillo y lentamente empezó a cortar el cuello de aquella aberración. Empezaba a sentir como su arma traspasaba la delicada carne de ese cuerpo, hasta que pudo separarlo por completo y había tanta sangre que casi no se distinguía la ropa de aquel sujeto ya sin vida. Le gusto ver como de a poco el brillo desaparecía, no duro mucho su ensimismamiento por que escucho balbuceos a un lado y concluyo que era su esposa.

—Por favor, no hagas esto —rogo— ¿Qué pasara con mis hijos? —Era la única carta que podía jugar para poder ser liberada.

—Ellos ya están muertos, mientras ustedes estaban dormidos me encargue de ellos —dijo con tanto desinterés que cono como si estuvieran hablando del clima. — No te imaginas cuanto rogaron por sus vidas, tenerlos a mi merced y, lo más divertido fue ver sus caritas manchadas con sangre mientras llamaban a papi y mami —soltó con burla.

—¡No! Mis pequeños, e-ellos no tenían la culpa de nada —ya se estaba cansado de escuchar esos lamentos que ya no sirven de nada. Se dejaba llevar por el rencor que sentía en esos momentos, eso era suficiente motivación para saciar su sed de venganza.

Sabia a la perfección eso, estaba consciente de que esos niños no tenían la culpa y que nadie elije en la familia de la que va a ser participe. Pero a su quebrado y herido corazón no le importaba porque a ellos tampoco le importo todo el daño que hicieron a tantos otros niños, a esas madres desconsoladas por la pérdida de, en algunos casos, más de un hijo. Saliendo de sus pensamientos se acercó a la mujer y apuntando la afilada punta del cuchillo en su pecho, justo donde se ubica ese órgano vital y le dijo unas últimas palabras.

—Sí, puede ser que eran inocentes, pero a medida que crecían iban a ser criados iguales a ustedes, con los mismos propósitos y terminarían mal de todos modos, —espeto con tanta rabia que su mandíbula ejercía parecía que iba a partirse en dos— habrían tenido el mismo fin nada más que en este asqueroso mundo. —

Lentamente fue hundiendo el arma en el centro de la mujer ocasionando que suelte un inmenso grito que luego fue callado por una mano enguantada. Sentía que era música para sus oídos sentir esos balbuceos y gritos ahogados, ver como aquel cuerpo se retorcía de dolor era algo tan único e inigualable; cada centímetro abría más y más el pecho de esa mujer, la miraba a los ojos y veía como su brillo se iba apagando hasta que ya quedaron vacíos recién saco el arma y dejo que la sangre hiciera su camino fuera. Se maravillaba con tan solo ver correr ese líquido y le propino tres puñaladas más que de a poco le empezó a salpicar aquella sustancia.

Se sintió tan bien haber acabado con la vida de esas basuras que con la sangre que quedo de los cuerpos escribió su nombre en las paredes, lo hizo dos veces y luego sintió la patrulla de policías a lo lejos.

Otro caso más sin resolver y otro día más sin saber quién soy, son tan estúpidos. Pensó, y luego de eso salió con total calma por el patio trasero de la casa, con un poco de buen humor y quemando los cabos sueltos en un lugar apartado.

ROX.

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