Madurez

145 32 2
                                    

Fukuzawa y Mori se encuentran a la salida de la estación del metro en que convergen varias líneas, las suficientes para que dos habitantes de mundos distintos que coexisten en la misma ciudad, en lados opuestos de su geografía, coincidan esa noche a esa hora gracias al mismo evento.

Se ven, se saludan educadamente en una tregua complicada y caminan por las calles sin intercambiar palabras, entendiendo que no hay nada para decirse, que no hay tema para charlar, que lo que acontece excede su alcance como el director de la Agencia de Detectives Armados y el jefe de la Port Mafia. Un hecho sin precedentes.

Repasan en privado sus líneas, sus discursos, sus posibles explicaciones y las alternativas a tomar, de ser necesario.

La edad les pesa, ya no están para esas... cuestiones.

Doblan en una esquina.

Empiezan a escuchar el escándalo derivado del conflicto por el cual fueron solicitados. Mori, por Higuchi que patrullaba el área, Fukuzawa por la policía.

A cada uno se le hace un nudo en el estómago...

Tragan en seco...

Y los sonidos adquieren total claridad al estallido de un grito:

—¡Ven aquí y deja que te golpee la jodida cara de imbécil que tienes!

La respuesta:

—¿Quién haría eso por su voluntad, petit mafia?, estás tan pequeño que el alcohol te ahogó las neuronas con tres tragos para pensar eso.

—¡¿Te burlas de mí, maldita momia?!

—Obviamente.

—¡Sube aquí y dímelo de frente!

—¿Cómo se supone que suba si estás usando tu habilidad?

—¡No estoy usando mi habilidad!, estoy flotando.

—Borracho...

—¡¿A quién le dijiste enano?!

—No lo dije, pero de haberlo dicho seguramente habría sido a ti, ¿o ves a algún otro enano por aquí?

—¡Maldito!

La gente grita cuando Chuuya despega un pedazo de muro del edificio a sus espaldas, apuntando en dirección a su excompañero.

—¡Oh, Chuuya! —Dazai cambia su expresión petulante a una alegre, de admiración—, tienes un excelente gusto en ropa —finge elogiarlo y la roca asciende al suelo, a una pila de piedras de tamaño similar.

—¿En serio? —el rostro de Chuuya se torna más rojizo, observando su reflejo en una ventana.

—Mentira —suelta de inmediato el detective—. Tienes un gusto horrible.

—¡Sube aquí y dímelo a la cara!

Viendo aquel patético espectáculo que se repite una y otra vez, derivado del concurso de tragos realizado en la vinatería cuyos escombros tienen llorando al dueño, ambos hombres de importante posición se tapan el rostro, incapaces de creer que sus subordinados son los causantes de semejante alboroto. O no incapaces de creer, sino sobrepasados porque la madurez que confiaron, habría de haber ganado ese par, tras cuatro años de distancia, demostraba su absoluta ausencia. Ausencia que les cargaba una preocupación más —innecesaria— a sus canas y arrugas. 

Kuroi HanabiraWhere stories live. Discover now