La Vida Del Queso: Las Dos Caras De La Moneda

66 2 0
                                    

Estoy al frente, de 4-5. Recibo, y pase. Hugo la pasa rápido al ser un pase tan encima y bajo. Me siento mal.

Subo. El armador contrario arma al opuesto. Salto y trato de tapar. Rocé el balón con mis dedos y no pude tapar. Renato por suerte recibe el balón que no pude tapar, dando un pase decente para Hugo. El me arma la jugada, pero no me doy cuenta hasta que estoy en el aire. Veo manos que me tapan el remache. Pego. Pegué. Si, pegué, pero con tanta desconfianza en mí mismo que el balón pasó por arriba del bloqueo al ser tan lento. Todo el equipo contrario esperaba que la tirara fuera, pero la pelota cayó frente a sus pies. Punto a favor.

Hugo me felicita, yo le digo que estuvo horrible. Hugo me dice que esta bien, y que le meta ganas. Como si eso fuese tan fácil.

Lucas saca. Hace un saque excepcional directo al de polera blanca; el queso del Ercilla. El queso recibe bien, cosa que no asombra a nadie. Menos a mí. El armador contrario corre hacia la pelota. La arma para Claudio. Me dije a mi mismo "puedes recibirla, no pega fuerte", así que sonreí rebozando de confianza. Claudio la coloca frente a mis ojos, frente a mí, que yo esperaba un remache. Tontamente me tiré en una semi plancha al suelo patéticamente intentando crear una esperanza de que no se pierda el punto. Como es de esperarse, no llegué.

Hay veces que siento que la gente espera tanto de mí y a veces siento como todos me desprecian; como si quisieran que fuese bueno porque a su percepción debo ser bueno porque si, y no esperan nada cuando me ven hacer algo normal. ¿Por qué? ¿Tanto desconfía la gente alrededor de mí de mí mismo? ¿Qué hago cuando tengo que ser bueno y no lo soy?

Me quedé en el piso, con la cara en el suelo, hasta que alguien que no vi me levanta, diciendo Toñi a mis espaldas:
- ¡Dale Godoy!
Cuando noto que esta ahí, me deprimo más. No quiero fallar al frente de ella. Quiero dejar de desconfiar, y que desconfíen de mí. Quiero dejar de desconfiar en mi mismo. Pero no puedo. No me siento capaz, redundantemente.

El profe decide que está bueno que deje de cagonear frente a todos, y mete a Richi. Él con una sonrisa me dice:
- Godoy, ¡tu eres mi dios!
Le doy una sonrisa y una palmada en la espalda. Me voy a sentar en las gradas. Me bajo las rodilleras. Sabía que no jugaría más. Jugué medio set. Cuando me di cuenta de eso, bajé la mirada al piso. Por algún motivo que no entiendo, la subí de nuevo, solo para ver a Richi haciendo todo lo que hice pero mejor y con más ganas.
Pensé ¿que tiene Richi que no tenga yo? Y pensar solo eso me dio una tristeza enorme: Vida social, carácter, carisma, gracia, convicción, gente que se nota que lo valore, y confianza en sí mismo.
Comencé a pensar en lo que yo hacía antes de voleibol. Tocaba batería, no conocía a más personas pero las que conocía se llevaban súper conmigo, tenia carisma, no hablaba mucho pero lo que hablaba era casi siempre acertado. No como ahora, que conozco a más gente, pero me siento cada vez más solo. Mi desconfianza en mí mismo crece cada día. Mi soledad, mi convicción para hacer las cosas que hago. Todo ya no lo hago con tantas ganas. Todo pierde sentido para mí.

En ese momento fue cuando me diagnostiqué depresión por enésima vez en mi vida. Quizá haya tenido pensamientos suicidas alguna vez, pero eso es lo de menos. Mirar por debajo a la vida es lo de menos. Lo que me importa ahora es seguir con mi vida con el estrés que llevo, que es poco comparado con el que tendré en años más. ¿Qué será de mi si ahora, que tengo pocas preocupaciones en comparación con el mañana? Si ahora tengo pensamientos suicidas, ¿qué será de mi en unos años más? O quizá, en unos meses más... O días más... Ya ni se como termina ni empieza mi vida.

Perdí la noción del tiempo. Marcador: 12- 22. El equipo contrario lleva la delantera por 10 puntos.
Perdimos el partido, dije. Mis compañeros de volei (mis amigos, pensé, pero luego me di cuenta que quizá para ellos solo soy alguien más, no digno de ser llamado amigo) estaban con la moral en el suelo. Lo supe en el momento que Claudio hizo el saque, y Javier no tuvo ni la intención de recibirlo bien, haciendo que su pelota recibida se fuera hacia el lado, derecho hacia el piso. Lo mismo pasó con Richi.
Llegó el marcador a 12-24. Claudio saca otra vez. Me tapé los ojos. Escuché a las manos de las personas del gimnasio cada vez más ansiosas de aplaudir. Ahí supe que íbamos a perder el punto de una forma patética. Lo deduje. La moral, la motivación, por el suelo, más estrés del público transmitido directamente a Claudio y a nuestro equipo. Supe que Claudio no pretendía fallar. Cerré los ojos y me tapé la cara.
Escuché el golpe con la palma de Claudio con la pelota de cuero de 5000, que sonó como un látigo. Escuché una recepción mal hecha. Suelo. Perdimos.
- "¡Un, dos, tres, ERCILLA!" escuché de Claudio y su coro de vóleibol.
Menos mal que me tape los ojos, así no supe de quien decepcionarme. Decidí que me decepcionaría de mi mismo.
Mis ojos me ardían. Supe que no era por sueño ni por estrés. Quería llorar. Miré a Richi, a Lizana, a Renato, a Lucas, Javier, y por último a Hugo. Todos con una cara de asesino serial. Excepto Richi, que tenía una sonrisa que nadie se la iba a quitar.
- "¡La despedida!" Escuche por ahí.
Estaba a punto de llorar de lo malo que era en volei, lo malo que era conmigo mismo y lo malo que era el mundo conmigo. Luego, me uní a las filas de mi equipo para despedirse del equipo rival. Todos con una sonrisa que demostraba lastima por nosotros.
Luego, pensé...

¿Por qué sigo en vóleibol?...

Luego me acordé de mis compañeras de volei, como ellas me tiraban la talla, y yo patéticamente respondía, tímido de ellas y de mí mismo. Me acordé de todas, con su sonrisa de lado a lado, mirándome. De la Romi, de la Pepa, de la Milla, de la Domi, de la Pancha, de la Toñi, de la Popi, de la Sofía...
Me acordé de cuando ganamos contra en San Seba. Como había saltado cerca de un metro y 20 centímetros cuando ganamos, sólo para posar a las cámaras y alzar mi puño izquierdo con fuerza demostrando mi alegría. Como Richi me sonríe, y me tira la talla. Como Lizana y Renato hacen lo mismo. Como soy yo el aburrido siempre.
En ese momento, sonreí. Sentí como mi personalidad le preguntó a mi inconsciente por qué hizo que sonriera. Como si mi inconsciente hubiese dicho:
- ¡Por que quiero conchetumare! ¡Porque no quiero que nadie me vea llorar! ¡Porque estoy harto de estar rodeado de tristeza! ¿Y que wea? Yo hago la wea que yo quiero.
Ahí sentí como mi personalidad cedió ante mi inconsciente.
Sonreí falsamente, luego sonreí con intención, hasta terminar riéndome un poco de la situación. Le demostré a todos que no estaba triste, a todos que no había por que preocuparse por mí.
Con una sonrisa le di el chocale a todos... Con una sonrisa. Vi a todos viéndome y sonriendome al ver que no estaba mal. Funcionó, pensé.
Así, tome mi mochila y me fui sin siquiera despedirme de alguien. Solo quería dejar ese gimnasio de mierda de una vez. De quemar mi polera de jugador n°17, de mandar todo a la mierda, tomar una gillete y llenar mi tina, para cortarme. Luego me acordé de la Romina sonriendome y se me pasó.
Me fui rápido. No quería ni saber lo que me dirían mañana. Ni con la cara seria que utilizan todos al dirigirse a mi para cualquier cosa.

Luego, me di cuenta del por qué sigo en volei. Por ellas, por ellos, por ella, por todos. Porque los quiero, aunque ellos no lo noten. Aunque sea tan reservado todos los días. Aunque sea así todos los días de entrenamiento. Disfruto del vóleibol no por jugar, sino por jugar con ellos. Los quiero, en cierto sentido. Que difícil sería que ellos acepten eso...

Así me fui, llegué a mi casa. Me acosté y no desperté hasta el otro día. Otro día de mierda, pensé.
Ahora, imaginate eso y multiplicalo por 365. Luego multiplicalo por los próximos 10 años. Esa es mi vida.
Esa será mi vida. El dilema ahora es, si es que llegaré a los 10 años.

La vida del Queso: Relatos Y Pensamientos AntideportivosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora