Narra Julián
Volví al departamento donde viví por años y jamás me sentí peor en toda mi vida. Recuerdo perfectamente la primera vez que vi a mi pequeña Valentina con sus hermosos ojos similares a los de Carolina, vestida de color azul ya que creíamos que vendría un niño y nos sorprendió siendo una princesa.
Fui a su habitación y allí estaba Carolina llorando desconsolada, volví a cerrar la puerta y me senté en la sala.
Cecilia me trajo café y le agradecí con un gesto, no quería pronunciar palabras.
Enterrar un hijo en el cementerio es lo más horrible y espantoso que un padre debe vivir, ahora todo me recuerda a ella y me siento culpable de haberla dejado sola.
El timbre sonó y al notar que nadie abría fui atender el llamado.
—Hola... perdón por venir así...—no aguante más y la abracé fuerte como quizás nunca lo hice con ninguna otra persona, sin embargo sabía que debía ser prudente así que salimos al pasillo cerca del ascensor.
—Gracias por venir... esto a sido muy difícil para mi y para todos, se que no fue tu culpa fue... un accidente—sinceramente me costaba pronunciar las palabras.
Nos quedamos abrazados por unos minutos donde me sentí mínimamente fuerte hasta que ella se separó de mi bruscamente.
Frente a nosotros estaba Carolina echa un desastre, con el cabello desordenado y aspecto peligroso.
Lola camino a paso apresurado directo a ella y yo la seguí.
—Carolina no creas que vine a seguir peleando... lamento muchísimo la muerte de tu hija...—pero ella no la dejó acabar y con una fuerza descomunal la tomó del cabello y la acercó a las escaleras, allí intervine yo y la sujete fuerte del brazo.
—Es suficiente Carolina no más...—hable fuerte y claro, ella pareció asustarse. Lola nos veía con confusión en su mirada y decidí irme con ella mientras mi esposa se calmaba.
Salimos del edificio y ella empezó a caminar sola por la calle.
—¿Qué sucede?—pregunté y ella se giró, justo allí note que no usaba su uniforme.
—¿Te parece poco? Siento... siento que la muerte de la niña es mi culpa y he perdido mi trabajo ahora todo es un caos... te perdí y estas devastado por mi culpa...—alcanzó a decir aquello rápido y atropellado aunque lo entendí perfecto.
—La niña no murió por tu culpa, yo insistí en tu amor porque desde la noche que te vi por primera vez sentí algo que jamás pasó por mi corazón... todos merecemos una gran historia de amor—confesé y me sentí libre.
—Eso no nos llevó a nada, Carolina enloqueció, tu hija se fue y ahora estamos mucho más lejos que antes—me dio una última mirada y se fue.
No intente detenerla, ella tenía razón quizás nosotros no podíamos estar juntos.
*Dos meses después*
Ocho semanas han pasado desde que preferimos alejarnos Gloria y yo, volví al trabajo para evitar volverme loco en el apartamento viendo las cosas de mi hija y a Carolina como alma en pena andando por toda la casa.
No nos dirigimos la palabra, Cecilia intenta subirnos el ánimo pero es imposible.
Después de mucho rogarle a Ricardo me dio la dirección de Gloria, también supe que quien la despidió fue Raquel. Mi amigo me explicó que se debía a sentirse culpable por de alguna manera apoyar ese amor imposible.
—Celeste cancela mis citas de la tarde—le dije a mi secretaria. Hoy tenía una reunión con el desgraciado de Felipe y una consulta con el odontólogo así que no prefería pasar la tarde de ese modo.
Conduje por largo rato hasta llegar donde vive ella y me sorprendí por lo lejos que es su hogar. Imaginé de inmediato lo poco que descansaba para poder tener suficiente dinero para vivir y me sentí miserable.
Por mi culpa ahora no tenía empleo ni como ayudar a su abuela.
Toque la puerta con temor a ser recibido por otro hombre o peor aún por ella enojada pidiéndome irme.
Al quinto toque ella abrió, tenía puesta ropa de casa y zapatos deportivos, llevaba un coleto en su mano derecha y sujeto su cabello en una coleta alta.
—Hola...—salude y ella se agachó, tomó el balde y me lo tiró encima.
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Amor De Agua Sucia
RomanceSiempre he sabido que lo peor de un mal día es que puede ponerse aún peor. Como todo, cada quien pasa días buenos y otros en los que no hubiéramos querido ni abrir los ojos.